Esta mujer está viva. Esta mujer es una niña que desde la
madrugada baja hasta la vera del Río Grande y cosecha, con sus manos delicadas,
pequeñas, suaves, los tomates que después de muchos intermediarios, llegarán a
una bandeja de plástico en la góndola del mercado.
Esta mujer está viva. Esta mujer es una adolescente que da
vueltas y vueltas, subida a distintos colectivos con números 500 por el
conurbano bonaerense. Da vueltas, y vueltas, y vueltas buscando ayuda. Porque
esa mujer, esa mujer adolescente, no es dueña de su propio cuerpo y está
desesperada y ya no hay pastilla del día después y tampoco hay aborto legal y
seguro. Corre riesgo de dejar de estar viva, esa mujer.
Esta mujer está viva. Esta mujer es una docente desde hace
décadas y lleva en su mochila de maestra el cansancio de los viajes, las horas
en los trenes, los aguinaldos que no llegan, los chicos que huyen de la
escuela, las minas partidas de los hb, las hojas con los anillos rotos
recicladas una y otra vez.
Esta mujer está viva. Esta mujer está en su casa, su pequeña
casa sin terminar, con las camas cuchetas apiladas en el cuarto de los chicos y
un nuevo cuarto en el fondo, donde ahora viven sus dos nietos y su nuera a la
espera de un terrenito. Esa mujer revuelve la cacerola y cada vez que revuelve
hace la magia de multiplicar los panes y la carnaza. También cuida su cantero
de flores y barre todos los días el patio de tierra.
Esta mujer está viva. Esta mujer ahora es jubilada y al
salir del banco todos los meses se compra un chocolate con almendras, juega un
quini con los números del viejo y antes de volver a su casa, en la esquina del
semáforo, compra dos planchas de calcos de Ben10 para los chiquitos.
Esta mujer está viva. Y dice, como me decía antes de morir
en las cartas que me mandaba con olor a sal, con recetas de berenjenas y guisos
de pollo, “fuerza, dale para adelante, que yo de atrás te empujo”.
Esta mujer está viva. Esta mujer es joven, profesional,
recién recibida. Se asoma al mundo con la potencia y el temor a los abismos.
Alza su mirada y frente a ella un sinfín de caminos a seguir, miles de señales,
confusas, atrayentes, estroboscópicas. Esa mujer está decidiendo su destino,
que está en sus manos. Pero antes de ir para adelante, se toma un tren y vuelve
a sus calles de la infancia, toma mates con sus parientes y amigos, saluda al
kioskero de la esquina. Lo hace para nunca olvidar de dónde viene, que es el
modo de elegir a dónde ir.
Esa mujer está viva. A sesenta años, esa mujer está viva en
todas estas.
fuente: Mendieta
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