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Como "la
belle époque", "los años locos" o "el treinta", "los sesenta" forman
parte de esa pequeña corte de símbolos que, para quienes vivieron
entonces o saben de esos tiempos por obra del patrimonio cultural que
cada generación recibe de las anteriores, despierta una multitud de
sentimientos, a veces contradictorios, en que las sociedades vivieron,
disfrutaron o sufrieron con especial intensidad y en todos los casos
alimentaron particulares ilusiones y esperanzas respecto del logro de un
mundo cada vez mejor.
Desde el horror despertado por la
construcción del muro de Berlín y las expectativas generadas por el
aggiornamiento de la Iglesia Católica a raíz del Concilio Vaticano II,
hasta las rebeldías del "Mayo francés" y la "primavera de Praga", y el
deslumbramiento por el avance científico y tecnológico que significo la
llegada del hombre a la Luna, pasando por la guerra de Vietnam, el
otorgamiento de los derechos civiles a los negros en Estados Unidos, la
aparición de la píldora anticonceptiva, la independencia de Argelia, la
Revolución Cultural China, la muerte del Che Guevara y la Guerra de los
Siete Días, por citar sólo unos pocos hechos, la década de 1960, acunada
por la música de los Beatles, dejó una impronta que marcaría a fuego a
más de una generación. La Argentina, con una democracia que procuraba
funcionar y madurar con el lastre de la proscripción del peronismo y la
tutela de las Fuerzas Armadas, que a mitad del decenio volvieron a
instalarse en el poder, no fue ajena a la ebullición política, social y
cultural de esos años. Las vanguardias artísticas, atravesadas por la
tensión entre el realismo y el absurdo, aportaron a todo este movimiento
y el Instituto Di Tella aún con las críticas que provocó se constituyó
en el hito emblemático de la modernidad cultural.
La renovación
cultural y científica que se había iniciado en la universidad desde
mediados de la década de 1950 se interrumpió, abruptamente, en 1966.
Esta situación sumó a otras resistencias, la de los intelectuales que
fortalecerían un camino singular de reflexión crítica y de vinculaciones
ideológicas, impensables unos años antes, reactualizando las polémicas
sobre su compromiso con la sociedad.
Surgió una "nueva izquierda"
nutrida por el éxito de la Revolución Cubana, la reconsideración del
peronismo como movimiento popular, la expansión del marxismo en sus
múltiples variantes y el antiimperialismo como bandera. Se generó así un
debate intenso, signado por un interrogante: el valor y el sentido de
la revolución como imperativo político y social de la época.
La
Argentina, presa de la férrea voluntad de mando del poder militar, con
su sociedad civil debilitada por contradicciones profundas, apuraba el
paso, de la mano de una ideologización, cada vez más extrema, hacia el
extravío de los años setenta.
OTRA VEZ LOS MILITARES
El
domingo 29 de Mayo de 1966, el general Pascual A. Pistarini, con motivo
del Día del Ejército, en un acto que contaba con la presencia del
presidente Illia, expresó: "En un Estado cualquiera no existe libertad
cuando no se proporcionan a los hombres las posibilidades mínimas de
lograr un destino trascendente, sea porque la ineficacia no provee los
instrumentos y las oportunidades necesarias, sea porque la ausencia de
autoridad haya abierto el camino de la desintegración; no son los
hombres ni los intereses de partidos o fracciones los que señalan el
rumbo a la institución que la República armó como garantía de su
existencia". (1)
Además del vacío de poder a que hacia mención el
discurso, la institución militar se consideraba a sí misma, sobre la
base de la Doctrina de la Seguridad Nacional, como última garantía de
orden y por encima de la política de los políticos.
Se realizaron
reuniones de los Altos Mandos. El golpe estaba en marcha. El 27 de
Junio fue revelado y arrestado el comandante del II cuerpo de Ejército,
general Carlos A. Caro, contrario, al golpe y por la noche se le informó
al presidente del desconocimiento de su autoridad, ordenándole
abandonar la Casa de Gobierno. Como Arturo U. Illia se negó a dejar su
cargo para el que había sido elegido, al día siguiente a las 5.30 de la
mañana, el general Julio Alsogaray, acompañado por tres oficiales, se
apersonó al presidente y le exigió salir del despacho presidencial, ante
la negativa, otra delegación militar acompañada por efectivos del
Cuerpo de Guardia de Infantería de la Policía Federal desalojó al
presidente y a algunos colaboradores de la Casa Rosada.
El día 29
a las 8.55 las Fuerzas Armadas emitieron una proclama: "Nuestro país se
transformó en un escenario de anarquía caracterizado por la colisión de
sectores con intereses antagónicos, situación agravada por la
inexistencia de un orden social elemental. En este ámbito descompuesto,
viciado además de electoralismo, la sana economía no puede subsistir
como un proceso racional. La inflación monetaria que soportaba la Nación
fue agravada por un estatismo insaciable e incorporada como sistema y
con ello el más terrible flagelo que puede castigar a una sociedad,
especialmente en los sectores de menos ingresos, haciendo del salario
una estafa y del ahorro una ilusión. La transformación nacional es un
imperativo histórico que no puede demorarse. La modernización del país
es impostergable y constituye un desafío a la imaginación, la energía y
el orgullo de los argentinos. Transformación y modernización son los
términos concretos de una fórmula de bienestar que reconoce como
presupuesto básico primero, la unidad de los argentinos". (2)
La
"Junta Revolucionaria" estaba formada por Pascual A. Pistarini (en
representación del Ejército), almirante Benigno Varela (de la Armada) y
Teodoro Álvarez (de la Aeronáutica). Destituyeron al presidente y al
vice, a los gobernadores, disolvieron el Congreso Nacional y las
legislaturas provinciales y separaron de sus cargos a los miembros de la
Corte Suprema y al procurador General. Disueltos los partidos
políticos, estableció la vigencia del Acta de la Revolución Argentina
por encima de la Constitución Nacional.
El 29 de Junio asumió el
general Juan Carlos Onganía, un líder militar que carecía de experiencia
política; con él se inició un gobierno autoritario y centralizado. (3)
Nunca
en la Argentina un golpe de Estado había sido tan anunciado, por lo que
Alain Rouquié define como "consenso inmovilista". (4)
Sin
violencia, los golpistas fueron definidos irónicamente como los
revolucionarios mejor educados del continente. El trámite expeditivo por
el que los jefes de las tres armas se habían incautado del poder
parecía justificarse en el texto mismo de la proclama revolucionaria,
que sin rodeos acusaba al gobierno de haber tenido una legalidad formal,
haber defraudado las esperanzas del pueblo por su ineficacia y por
haber gobernado con un interés partidista.
El general Juan Carlos
Onganía, al que algunos medios periodísticos habían elevado a la
categoría de reserva institucional al conferirle un liderazgo que lo
convertía en el conductor capaz de sacar al país de la situación en que
lo había sumergido, según ellos, la ineficiencia de la clase política
gobernante. Hubo quienes trataron de difundir la imagen de una dictadura
al estilo de las magistraturas romanas, fundada en situaciones de
emergencia, pero revestida de legalidad por su misma naturaleza de
excepción. (5)
Curiosamente, subraya Potash, para algunos
argentinos esperanzados en el cambio de gobierno, la presidencia de
Onganía no tendría el carácter de un gobierno militar. Sólo los partidos
de izquierda denostaron la dictadura que se instalaba y advirtieron
acerca de sus posibles alcances; aunque también la interpretaron como la
salida lógica para un gobierno civil que no había cumplido con su
programa. (6)
Se abría para la Argentina un período de siete años
durante los cuales se acelerarían los tiempos y mudarían las
contradicciones sociales y económicas hasta volverse ingobernables, aun
para un régimen de facto.
Resulta difícil asir la vertiginosa
sucesión de hechos y personajes; parece más adecuado tratar de elegir
algunos ejes de análisis que ayuden a explicar el camino recorrido que
desembocó en la vuelta de Perón.
LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS
No
era difícil encontrar por entonces en todo el mundo señales
confirmatorias de esa primavera. Los vastos acuerdos sociales que habían
presidido el largo ciclo de prosperidad posterior a la Segunda Guerra
Mundial estaban agotándose, como se advertía en la ola de descontento
que recorría a la sociedad, y sobre todo en la rebelión de su grupo más
sensible, los estudiantes. Se expresó en Praga, México, y culminó en
París en mayo de 1968, clamando contra el autoritarismo y por el poder
de la imaginación. La expresión más notoria del poder autoritario, el
imperialismo, trastabillaba visiblemente frente a la ola de movimientos
emancipatorios: la sorprendente capacidad de resistencia del pueblo de
Vietnam mostró la imagen derrotada de un gigante que, además, debía
lidiar en su propio frente interno con estudiantes negros y una sociedad
entera que reclamaba sus derechos.
La Unión Soviética,
develadora de la primavera de Praga, había dejado hacía mucho tiempo de
encarnar una utopía, la China y su Revolución Cultural proclamaban la
posibilidad de otro comunismo, a la vez nacional y antiautoritario. La
imagen de presidente Mao, así como la de Fidel Castro, oscilaban entre
el mundo socialista y un Tercer Mundo.
En América Latina, donde
los prospectos de la Alianza para el Progreso y el apoyo a las
democracias habían quedado definitivamente archivados, los campos
estaban bien delimitados: si para el poder autoritario el desarrollo era
un fruto de la seguridad nacional, para quienes lo enfrentaban la única
alternativa a la dependencia era la revolución, que conduciría a la
liberación. (7)
El Mayo francés, y la década de 1960 en general, nos han legado un conjunto de imágenes y palabras que definen a una generación.
Es
cierto que esta experiencia representó cosas diferentes para los
estudiantes, trabajadores y minorías de cada país. Sin embargo, es
imposible ignorar los rasgos comunes de un fenómeno sociocultural a
todas luces nuevo y cuyas expresiones más claras ponían de manifiesto el
surgimiento de una sensibilidad política típica de las sociedades
industriales.
Desde fines de 1967 Francia fue sacudida por una
escalada de huelgas, jornadas de protesta, y ocupación de fábricas y
universidades, que alcanzaron su punto máximo en Mayo de 1968 cuando
estudiantes y fuerzas de seguridad se enfrentaron violentamente en las
calles de París.
A la movilización estudiantil, que comprendió a
todas las grandes universidades, así como a los principales colegios
secundarios de la capital, se agregó la de los trabajadores del sector
público y privado, Francia quedó virtualmente paralizada durante dos
semanas.
Sin servicios públicos, con los aeropuertos cerrados, y
con el Barrio Latino erizado de barricadas, algunos comenzaron a tomar
en serio el discurso revolucionario del cual se revestía esta inesperada
politización juvenil.
A principios de Junio las cosas dieron un
vuelco radical, tan radical como su comienzo y en pocos días los
trabajadores reanudaron sus actividades. Luego de obtener importantes
concesiones del gobierno y las patronales, los sindicatos volvieron a
tomar distancia con respecto a las organizaciones estudiantiles. La
mayoría de los establecimientos educativos retornaron a la normalidad.
Más aún, en las elecciones parlamentarias de Junio el partido del
presidente Charles de Gaulle obtuvo una aplastante victoria sobre la
izquierda y los centristas.
Aún entre los estudiantes e
intelectuales franceses que participaron activamente el significado del
´68 no fue el mismo para todos. En este sentido hay que reconocer que
"no hubo uno sino muchos Mayos del ´68".
En primer lugar
deberíamos mencionar el protagonismo de los estudiantes, y en particular
el de la población universitaria. Esto era el resultado, por un lado,
del fabuloso crecimiento demográfico de la posguerra, los jóvenes
radicales de los sesenta eran efectivamente, los protagonistas del boom
demográfico de los cincuenta.
Se trataba de la primera generación
en varias décadas que no había experimentado directamente guerras o
crisis sociales profundas.
Pero el protagonismo de la juventud no
era sólo una consecuencia de su número sino también de los cambios
socioeconómicos que habían transformado radicalmente el lugar que este
sector de la población ocupaba en la sociedad. La prosperidad de la
posguerra había incrementado enormemente las posibilidades de ascenso
social a través de la expansión, de la educación pública.
Sumémosle
a ello el arraigo definitivo de la cultura del consumo, ampliamente
desarrollada en los Estados Unidos antes de la guerra e introducida
masivamente en Europa después de 1945, cuyas estrategias hicieron de la
juventud la franja del mercado más importante para la industria de
artículos de consumo masivo. (8)
El segundo rasgo común fue el
surgimiento de formas de organización peculiares que de hecho expresaban
una concepción diferente de la política y de las luchas para la
transformación de la sociedad. La politización estudiantil se
desarrolló, inicialmente, de forma autónoma con respecto a las fuerzas
políticas y sindicales tradicionales, y más tarde, abierto conflicto con
muchas de ellas.
La aspiración más difundida y que alimentó la
movilización estudiantil estaba ligada a una concepción libertaria y
anarquista de la democracia, es decir, de un ejercicio ilimitado de la
libertad en todos los planos de la vida humana.
Esta demanda de
libertad se tradujo en una crítica sistemática al poder político así
como a las instituciones y prácticas socioculturales que permiten su
reproducción. Las organizaciones estudiantiles reivindicaron no sólo la
democratización de la universidad, sino la universidad misma como un
espacio que les pertenecía. Este fue uno de los aspectos de la
politización estudiantil.
El otro correspondió al intento de las
agrupaciones de orientación trotskista, maoísta y anarquista de minar
las bases de la universidad burguesa estableciendo un puente entre los
estudiantes, de un lado, y las luchas obreras y antiimperialistas, del
otro. La radicalización de las luchas estudiantiles, no cambió en
absoluto el carácter de clase de la universidad. Sin embargo, la
protesta contra el imperialismo (guerras de Argelia y de Vietnam y
movimiento antinuclear) y la denuncia del autoritarismo arraigado en las
instituciones políticas, sociales y culturales tuvieron un enorme éxito
como mecanismo de formación de identidades políticas diferentes de las
tradicionales, es decir, de aquéllas determinadas por la pertenencia de
clase. (9)
La novedad de esta transformación estriba tanto en su
extraordinaria rapidez como en su universalidad. Es verdad que las zonas
desarrolladas del mundo, hacía tiempo que vivían en un mundo de
cambios, transformaciones tecnológicas e innovaciones culturales
constantes. Para ellas la revolución de la sociedad global representó
una aceleración, o una intensificación, de un movimiento al que ya
estaban acostumbrados.
Pero para la mayor parte del planeta los cambios fueron tan repentinos como cataclísmicos.
En
muchos sentidos quienes vivieron la realidad de estas transformaciones
no se hicieron cargo de su alcance, ya que las experimentaron de forma
progresiva, o como cambios en la vida del individuo que, por drásticos
que sean, no se conciben como revoluciones permanentes.
¿Por qué
tenía que implicar la decisión de la gente del campo de ir a buscar
trabajo en la ciudad de Buenos Aires? Ellos no tenían intención de
cambiar de forma de vida para siempre, aunque eso fuera lo que ocurrió.
Que distinta era, por ejemplo, Buenos Aires de principios del treinta a
la de principios de los cincuenta.
El cambio social más drástico y
de mayor alcance de la segunda mitad de este siglo, y el que nos separa
para siempre del mundo del pasado, es la muerte del campesinado. (10)
Pero
si el pronóstico de Marx de que la industrialización eliminaría al
campesinado se estaba cumpliendo por fin en países de industrialización
precipitada, el acontecimiento realmente extraordinario fue el declive
de la población rural. Este proceso de concentración urbana se debe a
varios factores: la índole de la producción agropecuaria, que requiere
pocos brazos; la dificultad que encuentra el colono para adquirir la
propiedad de la tierra; las malas condiciones de vida y trabajo del peón
rural; el latifundio, que dificulta gravemente el progreso de grandes
zonas del interior del país; la tradición centralista de Buenos Aires en
la historia argentina. Todo esto tiende a fiscalizar la vida política
del país, cuando el campo se vacía y se llenan las ciudades.(11) El
mundo de la segunda mitad del siglo XX se urbanizo como nunca. Pero
curiosamente, el viejo mundo y el nuevo convergieron. La típica "gran
ciudad" del mundo desarrollado se convirtió en una región de centros
urbanos interrelacionados, situados generalmente alrededor de una zona
administrativa o de negocios. Su interconexión, o tal vez la disrupción
del tráfico de vehículos privados provocada por la ingente cantidad de
automóviles en manos de particulares, se puso de manifiesto, a partir de
los años sesenta.(12)
Al mismo tiempo, la descentralización se
extendió, al irse desarrollando en los distintos barrios o complejos
residenciales suburbanos sus propios servicios comerciales y de
entretenimiento, sobre todo gracias a los "centros comerciales"
periféricos de inspiración norteamericana.
La red de transporte
público, por lo general vieja e inadecuada, y acompañada por un sinfín
de colectivos que surgieron a la par de la segunda corona de
urbanización, donde el tejido urbano es poco denso y desestructurado,
dejó una cantidad considerable de espacios vacíos con dificultades para
proveer de manera económica una infraestructura de agua y cloacas(13)
Casi
tan drástico como la decadencia y la caída del campesinado, y mucho más
universal, fue el auge de las profesiones para las que se necesitaban
estudios secundarios y superiores. La alfabetización efectuó grandes
progresos de forma nada desdeñable en los países revolucionarios bajo
regímenes comunistas, cuyos logros en ese sentido fueron impresionantes.
Pero,
tanto si la alfabetización de las masas en general como no, la demanda
de plazas de enseñanza secundaria y, sobre todo, superior se multiplicó a
un ritmo extraordinario, al igual que la cantidad de gente que había
cursado o estaba cursando sus estudios.
Este estallido numérico
se dejó sentir sobre todo en la enseñanza universitaria, hasta entonces
tan poco corriente que era insignificante desde el punto de vista
demográfico.
Todo esto no sólo fue algo nuevo, sino también
repentino. Y eso a pesar de que el número de estudiantes hubiese ido
creciendo a razón de un 8 por 100 anual. (14)
En realidad hasta
lo años sesenta no resultó innegable que los estudiantes se habían
convertido, tanto a nivel político como social, en una fuerza mucho más
importante que nunca, pues en 1968 las revueltas del radicalismo
estudiantil hablaron mas fuerte que las estadísticas.
El
extraordinario crecimiento de la enseñanza superior, se debió a la
demanda de los consumidores. Era evidente para los planificadores y los
gobiernos que la economía capitalista exigía muchos más administradores,
maestros y peritos técnicos que antes, y que a éstos había que
formarlos en alguna parte; y las universidades o instituciones de
enseñanza superior similares habían funcionado tradicionalmente como
escuelas de formación de cargos públicos y de profesionales
especializados. (15)
Pero mientras que esto, así como una
tendencia a la democratización, justificaba una expansión sustancial de
la enseñanza superior, la magnitud de la explosión estudiantil superó
con mucho las previsiones racionales de los planificadores.
Esta
multitud de jóvenes con sus profesores, eran un factor nuevo tanto en la
cultura como en la política. Eran transnacionales, al desplazarse y
comunicarse ideas y experiencias más allá de las fronteras nacionales.
Tal como revelaron los años sesenta, no sólo eran políticamente
radicales y explosivos, sino de una eficacia única a la hora de dar una
expresión nacional e incluso internacional al descontento político y
social.
La erupción de mayo de 1968 en París, epicentro de un
levantamiento estudiantil de ámbito continental, distó mucho de ser una
revolución, pero fue mucho más; ya que marcó el fin de la época del
general De Gaulle, de la época de los presidentes demócratas en los
Estados Unidos, de las esperanzas de los comunistas liberales en el
comunismo centroeuropeo, el principio de una nueva época de la política
mexicana y en la Argentina un conjunto de radicales experiencias de
articulación entre el arte y la política, la CGT de los Argentinos, la
central obrera opositora al régimen de Onganía, fue un ámbito propicio
para varias de estas propuestas. (16)
El motivo por el que 1968
(y su prolongación en 1969 y 1970) no fue la revolución, y nunca pareció
que pudiera serlo, fue que los estudiantes, por numerosos y
movilizables que fueran, no podían hacerla solos. (17) Su eficacia
política descansaba sobre su capacidad de actuación como señales y
detonadores de grupos mayores. Desde los años sesenta los estudiantes
han conseguido a veces actuar así: precipitaron una enorme ola de
huelgas de obreros en Francia y en Italia en 1968, pero después de
veinte años de mejoras sin paralelo para los asalariados en economías de
pleno empleo, la revolución era lo último en que pensaban las masas
proletarias. Tras el fracaso de los grandes sueños de 1968, algunos
estudiantes radicales intentaron realmente hacer la revolución por su
cuenta formando bandas armadas terroristas.
No obstante, todo
esto nos deja con una pregunta un tanto desconcertante: ¿por qué fue
este movimiento del nuevo grupo social de los estudiantes el único de
entre los nuevos o viejos agentes sociales que optó por la izquierda
radical?.
Esto nos lleva inevitablemente más allá de la
estratificación social, ya que el nuevo colectivo estudiantil es
también, por definición, un grupo de edad joven, es decir, en una fase
temporal estable dentro de su paso por la vida, e incluía también una
componente femenina muy grande y en rápido crecimiento.
No
obstante, esto no explica por qué colectivos de jóvenes que estaban a
las puertas de un futuro mucho mejor que el de sus padres o, por lo
menos, que el de muchos no estudiantes, se sentían atraídos por el
radicalismo político.
La consecuencia más inmediata y directa fue
una inevitable tensión entre estas masas de estudiantes
mayoritariamente de primera generación que de repente invadían las
universidades y unas instituciones que no estaban ni física,
organizativa, ni intelectualmente preparadas para esta afluencia.
Además, a medida que una proporción cada vez mayor de este grupo de edad
fue teniendo la oportunidad de estudiar, ir a la universidad dejó de
ser un privilegio excepcional que constituía su propia recompensa, y las
limitaciones que imponía a los jóvenes y adultos crearon un mayor
resentimiento. El resentimiento contra una clase de autoridad, las
universitarias, se hizo fácilmente extensivo a todas las autoridades, y
eso hizo que los estudiantes se inclinaran hacia la izquierda. No es
sorprendente que los años sesenta fueran la década de los disturbios
estudiantiles por excelencia. Había motivos concretos que los
intensificaron, la hostilidad a la guerra de Vietnam (o sea, al servicio
militar) en los Estados Unidos, el resentimiento a los gobiernos
autoritarios.
Y sin embargo, en un sentido general y menos
defendible, este nuevo colectivo estudiantil se encontraba, por así
decirlo, en una situación incómoda con respecto al resto de la sociedad.
A diferencia de otras clases sociales más antiguos, no tenía lugar
concreto en el interior de la sociedad, ni unas estructuras de relación
definidas con la misma. En muchos sentidos la existencia misma de estas
nuevas masas planteaba interrogantes acerca de la sociedad que las había
engendrado, y de la interrogación a la crítica hay un solo paso. ¿Cómo
encajaba en ella? ¿De qué clase de sociedad se trataba? La misma
juventud estudiantil, la misma amplitud del abismo generacional
existente entre estos hijos del mundo de la posguerra y unos padres que
recordaban y comparaban dio mayor urgencia a sus preguntas y un tono más
crítico a su actitud. Y es que el descontento de los jóvenes no era
menguado por la conciencia de estar viviendo unos tiempos que habían
mejorado asombrosamente, mucho mejores de lo que sus padres creyeron.
Los
nuevos tiempos eran los únicos que los jóvenes universitarios conocían.
Al contrario, creían que las cosas podían ser distintas y mejores.
Sus
mayores, acostumbrados a épocas de privaciones y de paro, o que por lo
menos las recordaban, no esperaban movilizaciones de masas radicales.
La
explosión de descontento estudiantil se produjo en el momento
culminante de la gran expansión mundial, porque estaba dirigido, aunque
fuese vaga y ciegamente, contra lo que los estudiantes veían como
característico de esa sociedad, no contra el hecho de que la sociedad
anterior no hubiera mejorado lo bastante las cosas. Paradójicamente, el
hecho de que el empuje del nuevo radicalismo procediese de grupos no
afectados por el descontento económico estimuló incluso a los grupos
acostumbrados a movilizarse por motivos económicos a descubrir que, al
fin y al cabo, podían pedir a la sociedad mucho más de lo que habían
imaginado. El efecto más inmediato de la rebelión estudiantil europea
fue una oleada de huelgas de obreros en demanda de salarios más altos y
de mejores condiciones laborales.(18)
A diferencia de las
poblaciones rural y universitaria, la clase trabajadora industrial no
experimentó cataclismo demográfico alguno hasta que en la década del
sesenta entró en ostensible decadencia. (19)
Desde luego, al
final, y de forma harto visible en los años setenta, la clase obrera
acabó siendo víctima de las nuevas tecnologías, especialmente los
hombres y mujeres no cualificados, o sólo a medias, de las cadenas de
montaje, fácilmente sustituibles por máquinas automáticas. O mejor
dicho, con el paso de las décadas de la gran expansión económica mundial
de los años cincuenta y sesenta a una etapa de problemas económicos
mundiales en los años setenta y ochenta, la industria dejó de expandirse
al ritmo de antes, que había hecho crecer la población laboral al mismo
tiempo que la tecnología permitía ahorrar trabajo.
El carácter
iconoclasta de la nueva cultura juvenil afloró con la máxima claridad en
los momentos en que se le dio plasmación intelectual, como en los
carteles que se hicieron rápidamente famosos del mayo francés del 68:
"Prohibido prohibir". Contrariamente a lo que pudiese parecer en un
principio, estas no eran consignas políticas en el sentido tradicional,
ni siquiera en el sentido más estricto de abogar por la derogación de
leyes represivas. No era ese su objetivo, sino que eran anuncios
públicos de sentimientos y deseos privados. Tal como decía la consigna
de mayo del 68: "Tomo mis deseos por realidades, porque creo en la
realidad de mis deseos". (20)
La liberación personal y la
liberación social iban, pues, de la mano, y las formas más evidentes de
romper las ataduras del poder, las leyes y las normas del estado, de los
padres y de los vecinos eran el sexo y las drogas.
¿SE PUEDE HABLAR DE UN ´68 ARGENTINO?
Muchas
veces se compara el impacto y el peso simbólico que tuvieron sucesos
como el Mayo francés o las revueltas estudiantiles en México de 1968 con
el Cordobazo, ocurrido en mayo del año siguiente.
¿Es legítima
esa comparación? Sin duda, son procesos que emergen de un clima mundial
de rebelión frente al poder, de unidad obrero-estudiantil, de irrupción
de la "lucha de calles", de radicalización de los discursos de los
intelectuales y de las acciones de amplios sectores sociales. Sin
embargo, también se pueden señalar diferencias notarias en las causas,
los protagonistas, el peso que asume el movimiento obrero, los procesos
que se desencadenan a partir del Mayo Francés, la masacre de Tlatelolco y
el Cordobazo.
El
Cordobazo representa un hito en el proceso político argentino y
constituye el "principio del fin del régimen militar inaugurado en
1966.Un año antes del Cordobazo, en 1968, una serie de hechos dan cuenta
de la creciente radicalización política de amplios sectores sociales.
Si
hablamos de un 68 argentino no es para intentar asemejarlo al 68
francés ni mucho menos para ubicar los procesos locales como una
consecuencia de este último (más allá de la repercusión que
indudablemente tienen), sino porque queremos distinguir una serie de
procesos que ocurren ese año de la dinámica que adquieren poco después.
El
año 1968 en la Argentina puede pensarse como un momento en el que se
condensan experiencias de articulación entre sectores del movimiento
obrero combativo y núcleos intelectuales, artísticos, profesionales.
Buenos
Aires, mayo de 1968. En las salas de Arte del Instituto Di Tella, los
asistentes a la muestra anual de Experiencias, el mayor acontecimiento
de la vanguardia plástica porteña, vivieron de una manera insólita el
día a día de las revueltas estudiantiles y populares que conmovían a
Francia.
Roberto Jacoby, uno de los doce artistas convocados a
dicha muestra, había montado allí una experiencia compuesta, entre otros
elementos por una teletipo proporcionada por la Agencia France-Press.
Los cables que emitió la teletipo durante los días que duraron las
Experiencias informaban al público porteño sobre huelgas de obreros o
reacciones violentas de estudiantes franceses". (21)
Hacia
mediados de la década del 60, muchos jóvenes creadores se embarcan en un
vertiginoso itinerario en el que dejan de lado los formatos, los
lugares de exhibición, los géneros y los lenguajes convencionales del
arte. El panorama de la vanguardia plástica argentina incluye, por esos
años, diversas expresiones ligadas al pop, a la experimentación con los
medios masivos, planteos que vinculan artes plásticas y del espectáculo a
través de acciones de arte, experiencias, ambientaciones, etc. En pocos
años, los jóvenes artistas abandonan la pintura de caballete (abstracta
o figurativa), pasan a la construcción de objetos y ambientes, y
plantean los primeros desarrollos de arte conceptual de nuestro medio
artístico.
El golpe militar de 1966, que institucionaliza en la
Argentina la Doctrina de Seguridad Nacional, cierra al conjunto de la
ciudadanía las posibilidades de participación en el sistema político de
partidos. Si bien el régimen institucional parlamentario venia
funcionando irregularmente desde la proscripción del peronismo, después
del golpe cívico-militar de 1955, la nueva coyuntura ubicaba en un lugar
de igualdad (el de la proscripción) al conjunto de las fuerzas
políticas y, en este sentido, alentaba la búsqueda de alternativas de
poder por fuera del sistema de partidos. (22)
En cuanto a la
política cultural de la llamada "Revolución Argentina", es conocida su
orientación fuertemente autoritaria, anticomunista y clerical.
La
consecuente sucesión de hechos de censura incluyó el cierre de
publicaciones, clausuras de salas teatrales, sanciones a radioemisoras,
normas o leyes restrictivas de la libertad de expresión, así como una
política de intervención de instituciones públicas como la Universidad
de Buenos Aires, también llamada la isla democrática, en 1966 o el
hostigamiento sobre el Instituto Di Tella y otros espacios culturales,
acusados de quebrantar la moral y las buenas costumbres.
El
gobierno de Onganía se proponía re-fundar el sistema político y
económico, y en el plano ideológico establecía que la cultura nacional
se hallaba "inspirada" esencialmente en las tradiciones del país, pero
abierta a las expresiones universales propias de la civilización
cristiana occidental de la que es integrante. (23)
La dictadura
concibió como enemigos no sólo al movimiento obrero y al estudiantil.
También fueron perseguidos los científicos, los artistas, los jóvenes.
Onganía se colocó como adversario de todos: vanguardia estética,
marxistas, racionalistas, disidentes sindicales.
Con esa actitud
intransigente el régimen de Onganía, que hace explícita su intención de
no permitir que "acosen a nuestra juventud extremistas de ninguna
naturaleza", terminó generando el efecto contrario, al impulsar la toma
de posiciones radicalizadas en amplias franjas de la sociedad, que
tendieron a actuar unidas frente a la hostilidad del régimen. (24)
A
pesar de la represión, la dictadura de Onganía no pudo evitar un clima
de época signado por fuertes planteamientos utópicos. El balance
temporal que se extiende desde la segunda mitad de los años 50 y llega
hasta los primeros años 70 puede caracterizarse por la percepción
unánime del cambio y una temporalidad acelerada. Se vivía bajo el signo
de lo inaugural y parecía posible vaticinar un estado de futuro: el
advenimiento del "hombre nuevo".
La percepción extendida que el
capitalismo estaba en una crisis sin retorno posible, junto a la
inestabilidad institucional del sistema político argentino desde 1955,
trajeron consigo una profunda desconfianza hacia la democracia liberal.
En efecto, las elecciones (entendidas como una trampa al pueblo) y el
contexto internacional confluyeron en la revalorización del uso de la
violencia revolucionaria como única respuesta efectiva ante la violencia
del sistema.
Este imaginario, que propició en algunos sectores
la legitimidad de una salida armada, no es parte de elucubraciones
marginales, sino que aparecía en boca de dirigentes sindicales y
estudiantes, intelectuales, artistas y en algunos sectores de la
iglesia. (25)
Los artistas se concebían a sí mismo como
"trabajadores de la cultura" y buscaban vincularse a la cultura de los
trabajadores, percibidos como sujetos de la revolución.
La idea
de violencia que circulaba en amplias franjas de la sociedad argentina
tenía una doble faz: por un lado, la violencia "negra" que oprime, que
"los otros" (la dictadura, el imperialismo, el sistema) ejercen sobre
"nosotros"(el pueblo, el país, los artistas); por el otro lado, la
violencia "blanca" que salva y libera. Así la violencia legitima la
fuerza de los oprimidos que se levantan contra los opresores. (26)
Otra
cuestión asociada al proceso de radicalización fue la consolidación de
la "nueva izquierda", que emprendía la relectura del fenómeno del
peronismo a partir de ópticas muy distintas a las que había tenido la
izquierda tradicional. (27)
Fueron, por lo tanto, diversas y
complejas las fuerzas que impulsaron hacia un lugar de oposición a
diversos grupos culturales, que en los últimos años de la década del 60
asumieron en términos políticos más radicales su enfrentamiento al
régimen de Onganía. (28)
Entre los artistas plásticos, para
volver a nuestro caso, alrededor del 66, ciertos ejes políticos son
aglutinantes, y alrededor de ellos se estructuran algunas exposiciones y
acciones artístico-políticas colectivas: el repudio a la intervención
norteamericana en Vietnam, el antiimperialismo, la oposición a la
dictadura de Onganía, la Revolución Cubana, la figura del
Che(especialmente después de su muerte en 1967).
Poco después,
esos ejes programáticos generales parecen no bastar. Entonces, se
plantea la necesidad de inscribir la práctica artística en los esfuerzos
de la militancia política. Esta búsqueda es definida por los artistas
como la construcción de los principios de una "nueva estética", que
implica como perspectiva la búsqueda de un nuevo campo, una nueva
función y nuevos materiales que realicen esa función, para lograr una
nueva obra que realice en su estructura la conciencia ideológica del
artista.
Se van del Di Tella porque perciben que no pueden evitar
que su producción, sea absorbida y neutralizada por las instituciones
artísticas.(29)
Una vez fuera, inician la búsqueda de otros
ámbitos. En un primer momento, pretenden instalar sus producciones
artístico-políticas en la calle. En Octubre al cumplirse un año de la
muerte del Che Guevara, varios artistas porteños y rosarinos, preparan
un "operativo clandestino", que tenia como objetivo el teñir de rojo el
agua de las fuentes de las principales plazas de Buenos Aires.
La
instalación de la obra en un espacio callejero coloca a los artistas en
una situación de riesgo, lejos del amparo del espacio conocido. Por
otro lado, pone de manifiesto la pretensión de entrar en contacto con un
público más amplio, y obtener una repercusión masiva a través de los
medios de comunicación. (30)
Los límites evidentes de estas
incursiones callejeras impulsaron a los artistas a inscribir sus
propuestas en la disidente CGT de los Argentinos, una institución ajena a
la esfera del arte, pero como dice Luis Alberto Romero: ..."se trataba
de un coro múltiple, heterogéneo pero unitario, regido por una lógica de
la agregación, al que se sumaban las voces de otros intereses heridos,
como los productores rurales, pequeños empresarios, profesionales,
artistas, intelectuales, estudiantes, obreros, amas de casa. Unos y
otros se legitimaban recíprocamente y conformaban un imaginario social
sorprendente, una verdadera primavera de los pueblos, que se fue creando
y cobrando confianza hasta madurar plenamente en 1973, a medida que
descubría la debilidad de su adversario, por entonces incapaz de
encontrar la respuesta adecuada. Según una visión común, que
progresivamente iba definiendo sus perfiles y simplificando los matices,
todos los males de la sociedad se encontraban en un punto: el poder
autoritario de Onganía y los grupos minoritarios que lo apoyaban,
responsables directos y voluntarios de todas y cada una de las formas de
opresión, explotación y violencia de la sociedad Argentina. Frente a
ellos se alzaba el pueblo, hermandad solidaria y sin fisuras, que se
ponía en movimiento para derrotarlos y resolver todos los males, aun los
más profundos"... (31).
En los mismos días del Mayo Francés,
exactamente un año antes del Cordobazo, coinciden varios hechos que
expresan, y a la vez contribuyen a desarrollar, formas nuevas de
encuentro entre grupos de intelectuales y sectores obreros.
El 1°
de Mayo de 1968, un grupo de periodistas nucleados por el escritor y
periodista Rodolfo Walsh da vida al semanario CGT, órgano de difusión de
la CGTA. Tras la ruptura de la Confederación General del Trabajo, a
fines de marzo y la consagración de Raimundo Ongaro como Secretario
General de la central obrera opositora, Walsh asumió la responsabilidad
de dirigir el periódico que acompañó a esta central obrera hasta fines
de 1969.
En consulta con otros dirigentes sindicales, Walsh y
Ongaro redactaron el "mensaje del 1° de Mayo", donde la CGTA convoca a
sectores extrasindicales a sumarse a la organización de la lucha contra
la dictadura de Onganía. A través de comisiones de trabajo que integran
de manera informal estas colaboraciones, la central obrera logra
canalizar diversas iniciativas político-culturales. Se constituye en un
ámbito de referencia o encuentro de grupos culturales a partir de un
programa pluralista y frentista.
Además de los periodistas
nucleados por Walsh, responden a este llamado grupos de abogados,
médicos, psiquiatras y psicólogos, actores y directores de cine y
teatro, artistas plásticos de vanguardia, estudiantes universitarios y
secundarios, etc. Varios de ellos venían siendo protagonistas del
proceso modernizador iniciado a mediados de la década del 50 en ámbitos
como las ciencias sociales, el psicoanálisis, el teatro, la plástica
experimental y el cine. En referencia a este, que se acerca a la CGTA
con la denominación de "Cine Liberación", que alcanza repercusión
publica con el estreno internacional de "La hora de los hornos" (de
Fernando "Pino" Solanas y Octavio Getino). (32)
TUCUMÁN ARDE EN LA CGT DE LOS ARGENTINOS
Tucumán
Arde es la realización colectiva culminante de la serie de acciones
artistico-políticas que protagonizaron los plásticos de vanguardia, una
vez que abandonaron las instituciones artísticas.
Su diseño
apunta a intervenir en los medios de comunicación, con el objetivo de
alcanzar una repercusión masiva y constituirse en un contradiscurso que
ponga en evidencia la falsedad de la propaganda oficial con relación a
la situación crítica de la provincia de Tucumán. Los artistas intentan
responder, de este modo a la versión oficial sobre la situación que
atravesaba la provincia norteña.
El lapso que media entre 1955 y
1966, año de aplicación del Plan de Transformación, se caracterizo por
la agudización de los problemas, en la medida que el Estado, que había
desistido en el intento de hacer pagar los más altos costos a los
productores más poderosos intentó, con mayor o menor energía, según el
gobierno de turno de evitar tener que continuar asumiendo el subsidio.
A
partir de 1955, el Gobierno Nacional procuró reducir paulatinamente los
aportes que, a través de distintos mecanismos, efectuaba al sector
azucarero tucumano. Como consecuencia, el conflicto se manifestó en
forma abierta entre los distintos grupos participantes del proceso
productivo y en una mayor presión en conjunto al Estado.
El
gobierno no solo disminuyó subsidios, sino que también modifico la
orientación del mismo a favor de los ingenios y los grandes cañeros. La
producción se estancó, el personal ocupado se redujo y disminuyo el área
cosechada.
En 1966 se produce un cambio total en cada uno de los
sectores en que el Estado Nacional intentó modificar las
características de la economía tucumana. Hasta ese año, las soluciones
revestían carácter coyuntural, manteniendo el equilibrio entre los
distintos sectores.
Las medidas tomadas por el Gobierno de la
Revolución Argentina pretendían ser estructurales, es decir modificar de
plano y en forma permanente el problema de superproducción de azúcar en
Tucumán.
La idea era concentrar la producción en los ingenios y
en las zonas más eficientes y lograr una estructura agraria
diversificada que permitiera alternativas a la economía provincial.
El
plan centró la atención, casi exclusivamente, en razones eficientistas
del sector, dejando de lado toda consideración relacionada con el
impacto social de las medidas. Se encaró de dos maneras diferentes: una
sobre el pequeño productor agropecuario y la otra sobre los ingenios
menos eficientes. (33)
Las políticas de desarrollo industrial
implementadas por Onganía, realimentan desequilibrios debido al
desplazamiento de excedentes económicos, que transitan desde el interior
hacia los sectores dominantes instalados en las grandes ciudades y
trascienden en forma creciente hacia el exterior, y constituye el
vehículo principal de aceleración de los desequilibrios
interregionales. (34)
Desde la perspectiva de los artistas, los
efectos devastadores de esta política se reforzaban con un operativo de
silencio, sostenido por los medios de difusión oficiales. (35)
A
partir de esta idea vertebrante, la obra se concibe como un proceso
estructurado en tres etapas. La primera incluye la búsqueda de material
sobre la situación tucumana, (fotos, filmaciones, entrevistas,etc).
La
segunda etapa de la obra, que se concreta en las sedes de la CGTA de
Rosario y Buenos Aires, en noviembre de 1968, la muestra fue visitada
por gran cantidad de personas a pesar de la prohibición de la dictadura
de realizar actos públicos. Con el correr de los días, los organismos de
seguridad del Estado, exigen su levantamiento bajo la amenaza de quitar
la personería al gremio. (36)
En la realización de Tucumán Arde
la CGTA brinda a los artistas no sólo las sedes sindicales para realizar
la muestra de los materiales recogidos a lo largo de todo el proceso,
sino que también colabora poniendo a disposición de los artistas toda la
red de contactos en Tucumán, permitiéndoles ingresar a un mundo
distinto al de ellos; por otro lado, instalar una obra de arte de
vanguardia en una institución político-sindical de oposición impone
nuevas reglas de juego, otras formas de negociación y una circulación
distinta de la obra.
CONCLUSIONES
La pregunta es cual es el límite entre lo que puede considerarse una producción artística y aquello que es una acción política.
Ese
límite era en ese momento, imprevisible, justamente porque éstas y otras
experiencias plantean un singular intento de fusión del arte y la
política, en un poco delimitado terreno común en el que los objetivos,
los lugares, los circuitos, los materiales y los procedimientos propios
de uno y otro se confunden, se alternan.
Esta
confluencia no implica la supeditación de la política al arte (como tema
que el arte comenta) ni la subordinación del arte a la política (la
puesta al servicio del artista y su labor en función de las actividades
partidarias o gremiales).
Las
producciones político-culturales en el ámbito de la CGTA, si bien se
postulan como aportes a la acción política, sostienen todavía la
pretensión de constituir un espacio propio en la transformación
colectiva de la esfera pública, desde las formas específicas de cada
actividad.
En ese
punto es que se puede diferenciar el 68 como un momento singular en la
relación del arte y la política, que se expresa en la búsqueda de nuevas
formas de hacer arte y de hacer política, que ponen en cuestión las
viejas formas.
Por esta
y otras vías contingentes los argentinos se incorporaron rápidamente a
un activismo cuyo perfil resultaba irreconocible para muchos, ya que
dejaran de lado las prácticas culturales para abocarse a la militancia
directa.
(*)
Profesor y Licenciado en Historia (UNLU). Conferencista. Titular de la
cátedra Historia Argentina y Americana I del Instituto Superior Dr.
Arturo Jauretche.
Notas:
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1 ROUQUIE, ALAIN, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986. 2
Fragmento del Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentina,
Acta de la Revolución Argentina, Buenos Aires, Imprenta del Congreso de
la Nación, 1966. 3 SABSAY FERNANDO, Presidencias y presidentes
constitucionales argentinos, 1932-1999, Buenos Aires, Biblioteca
Nacional, Volumen II, 1999. 4 ROUQUIÉ ALAIN, op. cit., pág. 240, t.II. 5 RIBAS, G. A. Y SAENZ QUESADA, M., Todo es Historia, número especial 240, Buenos Aires, Mayo 1987. 6
POTASH, ROBERT. A., El ejército y la política en la Argentina,
1962-1973. De la caída de Frondizi a la restauración peronista. Tomo II,
1966-1973. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. 7 HOBSBAWM, ERIC., Historia del siglo XX, Barcelona, España, Ed. Crítica, 1996. 8
ENGELHARDT, TOM, El fin de la cultura de la victoria. Estados Unidos,
la Guerra Fría y el desencanto de una generación, Buenos Aires, Paidos,
1997. 9 REGGIANI. ANDRÉS. H., Todo es Historia, N° 370, Buenos Aires, Mayo 1998. 10 HOBSBAWM. ERIC., op. cit., pág.292. 11 BAGÚ. SERGIO., La clase media en la Argentina., apuntes de cátedra. 12 SCHVARZER. JORGE., La industria que supimos conseguir, Buenos Aires, Ed, Planeta, 1996, Cap 7 13
TORRES. HORACIO. A., Cambios en la estructura socioespacial de Buenos
Aires a partir de la década de 1940. Desarrollo Económico- Revista de
Ciencias Sociales, Vol 15, Nro 18. Julio-Setiembre 1975, Buenos Aires. 14 HOBSBAWM ERIC, op. cit., pág 298 15 GERMANI GINO, La clase media en la Argentina con especial referencia a sus sectores urbanos. Apuntes de cátedra. 16 LANGONI ANA, Todo es historia, Buenos Aires, Nro. 370, Mayo de 1998. 17 HOBSBAWM ERIC. Op, cit, pág. 301. 18 HOBSBAWM ERIC, op. cit. pág.: 301,302, 303, 304. 19
SCHVARZER JORGE, op. cit ... "en rigor, a partir de mediados de la
década del sesenta, la industria dejó de ser una generadora apreciable
de empleo en la economía argentina. Algunas ramas siguieron tomando
personal pero otras emprendieron una política de reducción que
neutralizaba esa demanda en términos globales. La caída de la mano de
obra se debía tanto al cierre de empresas como a la reducción directa de
personal, sea porque se incorporaban máquinas o debido a la eliminación
de cláusulas laborales restrictivas"... 20 HOSBAWM ERIC. Op. cit. pág.: 334. 21 LONGONI ANA. Op. cit. pág. 24. 22
PORTANTIERO JUAN CARLOS. Clases dominantes y crisis política en la
Argentina actual, en "El capitalismo Argentino en crisis", compilado por
Oscar Braun, Buenos Aires, Ed-, 1975. 23 CIRIA ALBERTO, "La cultura bajo Onganía", Todo es historia, Buenos Aires, Nro. 230, Junio de 1986. 24
TERÁN OSCAR, nuestros años sesenta. La formación de la nueva izquierda
intelectual en la Argentina, 1956-1966, Buenos Aires, Ed. Puntosur,
1991. 25 MUGICA CARLOS. Peronismo y cristianismo, Buenos Aires, Ed Merlín, 1970. 26 GILLESPIE RICHARD. Soldados de Perón, Los Montoneros, Buenos Aires, Ed Grijalbo, 1982. 27 ROMERO LUIS ALBERTO. Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1994. 28 CIRIA ALBERTO. Op. cit. pág.63. 29 LONGONI ANA, Op. cit. pág. 29. 30 CIRIA ALBERTO, Op. cit. pág. 67 31 ROMERO LUIS ALBERTO Op. cit. pág. 243 32 CIRIA ALBERTO.Op.cit. päg. 70 33 ALBA ROBERTO, Tucumán y el plan de transformación agro-industrial, Buenos Aires, Todo es historia, N° 230, Julio de 1986. 34
ROFMAN. ALEJANDRO y ROMERO LUIS ALBERTO, Sistema socioeconómico y
estructura regional en la Argentina, Buenos Aires. Ed. Amorrortu, 1996. 35 LONGONI ANA. Op. cit. pág. 33. 36 LONGONI ANA. Op. cit. pág. 34.
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