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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

sábado, 20 de octubre de 2012

2015: UNA CERTEZA


2015: UNA CERTEZA
(o Cristina, la Mujer del Destino)
Por Juan Cruz Cabral

Hablar de la sucesión presidencial en 2015 no sólo es “políticamente incorrecto” a los ojos de la mojigatería mediática y callejera, también es, hoy por hoy, un error político. De hecho, la maquinaria comunicacional está dispuesta a destrozar a cualquiera que levante la cabeza con miras al hito electoral venidero, que está lejos, en algún sentido, y a la vez cerca, si de tiempos históricos se trata. También es una pérdida de energía, sobre todo para una fuerza que está gobernando, e incluso para una oposición que no se articula en torno de ninguna idea capaz de ofrecer un futuro al Pueblo argentino.

Pero resulta un hecho que entre la militancia y el kirchnerismo de base existe cierta preocupación por las posibilidades de continuidad del proyecto nacional y popular en marcha.

Independientemente de la impertinencia de andar buscando sucesores a esta altura del partido, puede resultar útil indagar en las razones de la preocupación existente en el campo nacional, popular y democrático, o sea, revolucionario.

Ya lo hemos dicho: Néstor Kirchner y Cristina Fernández se elevaron a la conducción del Estado por una serie de circunstancias azarosas, más allá de la construcción política que habían realizado previamente con el Grupo Calafate, que, de hecho, aspiraba a disputar la Presidencia mucho después del 2003; como pronto, en 2007.

La vacancia dirigencial que permitió el ascenso de Néstor y Cristina persistió en gran medida durante todos estos años. De esa vacancia misma habían surgido el estallido del 2001 y su consigna de lucha devenida en escéptica: “que se vayan todos”. Esa crisis y esas Jornadas de Diciembre son, eso sí, un detonador de las circunstancias que posibilitan el arribo de Néstor a la Presidencia. Lo demás, la relegitimación de la política, fue obra del nuevo Gobierno.

El proceso revolucionario en paz que vive Argentina resultó simultáneo a otros similares en América del Sur, pero tiene una diferencia sustancial. Los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador se dieron en contraposición a la partidocracia dominante, rompiendo con todas las estructuras preexistentes. Han operado al modo clásico de los movimientos nacionales de liberación, como lo hizo aquí el Peronismo histórico, que emergió como alternativa novedosa frente a un sistema anquilosado en una dependencia nacional y una pauperización popular.

Pero, justamente, como la Argentina realizó una revolución nacional efectiva, aunque inconclusa, con un movimiento nacional a la cabeza, allá por 1945, nuestro proceso difiere de los otros regionales.

El repunte contemporáneo argentino se realizó en base a una conciencia política preexistente, fundada por el Peronismo. La etapa abierta tras la implosión del modelo neoliberal se basó en las fuerzas que habían resistido a la liberalización doctrinaria de los años ’90, pero el conservatismo pernicioso del aparato partidario seguía existiendo. Podría decirse que una importante porción del “peronismo” había derivado decayendo a posiciones tibias o abiertamente reaccionarias.
A pesar de que Kirchner y Cristina derrotaron en las urnas los intentos restauradores surgidos de las distintas variantes políticas y, sobre todo, de las provenientes del aparato pejotista, y a pesar de la rehabilitación del Peronismo por la vía de su reencauzamiento, no han surgido de entre las filas del frente conducido por Cristina referencias con potencialidad electoral. Ese frente es más amplio que el Peronismo, pero no puede pensarse a sí mismo sin tomar al Peronismo como eje, a tal punto que, incluso, la nueva militancia está fuertemente imbuida del imaginario simbólico peroniano.

La centrifugación del poder político producida por el liberalismo durante la etapa de la democracia formal posterior a la dictadura –también liberal– desembocó en una provincialización  de ese poder que se manifestó claramente en la debacle de Fernando de la Rúa y durante el gobierno de Eduardo A. Duhalde. A tal punto, que este último, finalmente, ofreció la candidatura oficialista, sucesivamente, a tres gobernadores: a Carlos Reutemann y a José Manuel De la Sota, que declinaron el ofrecimiento, y al único que se animó a ponerle el cascabel al gato: Néstor Kirchner.

Durante todo el período siguiente, hasta hoy, el stablishment ha intentado azuzar un supuesto federalismo para reflotar un sistema de poder condicionante para el Estado nacional, desde la rebelión sojera hasta las tentaciones mediáticas a los gobernadores para que despeguen del Frente nacional y generen un esquema de contrapoder destinado a una “unidad reaccionaria” del “peronismo” contra el gobierno de Cristina; a pesar de que hoy el Gobierno aplica un federalismo real, distributivo. Ya lo hemos dicho: las provincias federalizaron el Estado formalmente en 1880; políticamente, esa federalización existió en dos períodos: el de Perón y el de Néstor y Cristina. Porque federalismo no es autonomía plena provincial (disgregación) sino sometimiento de los intereses del comercio exterior a las necesidades del conjunto nacional. Hoy no gobierna Buenos Aires sino el Estado nacional, que impone políticas de protección del mercado interno y la industria, es decir políticas “nacionales y populares”. Exactamente lo contrario del programa unitario decimonónico, que atravesaría el siglo XX sin modificar su liberalismo económico ni su autoritarismo político, única forma de garantizar un programa que sólo contempla a las minorías privilegiadas.

Toda la operación destinada a obtener de entre los gobernadores de “origen PJ” una salida reaccionaria al actual proceso de liberación se basa en aquella debilidad mencionada: el Frente nacional conducido por Cristina (con eje en el Peronismo) no ha conseguido generar referencias electorales que garanticen la continuidad del proyecto nacional y popular.

Sin dudas, la decisión de la Conducción Estratégica de apurar un trasvasamiento generacional está íntimamente vinculada a este problema. El vicio partidocrático (el “peronismo” sistémico, encolumnado tras los poderes fácticos constituidos o temeroso de ellos) debe ser necesariamente neutralizado, puesto que es incapaz de sostener el actual frente nacional, toda vez que generaría un corrimiento del eje del poder y no podría sintetizar las fuerzas que sustentan el modelo político actual. Para contrarrestarlo se necesita a la nueva generación militante que empieza a hacer su experiencia en el manejo del Estado despojada de los vicios de la dirigencia noventista, una rémora posibilista y temerosa de la participación masiva que aun pervive en los pliegues de la política nacional y se manifiesta en la virulencia del ataque opositor (político y mediático) a la militancia juvenil.
Con claridad, Cristina visualiza este problema y apuesta a la incorporación masiva de la juventud a la gestión; seguramente profundizará esta política a la hora de definir las listas, en 2013. Así, también garantizará con mayor certeza la lealtad que va a necesitar a medida que se acerque el fin de su período constitucional.

El Frente nacional se encontrará en 2015 con una coyuntura histórica de gran trascendencia. Se juega ese año la continuidad del proyecto nacional y popular en marcha. Vislumbrar las posibilidades que se abren en esa instancia es difícil, pero no imposible.

Puede decirse que existen tres alternativas para ese año, y sólo tres.

En primer lugar, muchos en el Frente que sintetiza y conduce Cristina aspiran a que ella, en tanto Conducción Estratégica, conceda la búsqueda de una reelección.

Hay distintos signos para pensar que no es la alternativa que la Presidenta imagina. Además de la visión institucionalista que traslucen su gestión, su discurso y su historia política (digan lo que digan los “democráticos”), pueden citarse sus múltiples menciones elípticas sobre el tema, que hacen entrever una negativa a esa opción. O, simplemente, puede tenerse en cuenta la necesidad humana de hacer un alto en el camino, luego de tantas vicisitudes. También podría pensarse que la búsqueda de la (necesaria) reforma constitucional –conlleve o no la cláusula reeleccionista– es contradictoria con la inminente reforma de los códigos civil, comercial y penal, que resultarían caducos al día siguiente de la aprobación del nuevo texto constitucional, salvo que se buscara una reforma acotada sólo a la reelección, cosa difícil de realizar con los consensos necesarios para llegar a la declaración parlamentaria que la Constitución actual prevé para ser reformada, porque es improbable que las otras fuerzas políticas aporten sus votos para una reforma que los excluye sí o sí (voto mediante, lógicamente, cosa que nunca hay que olvidar) del próximo período presidencial.

La oposición teme a esta alternativa de una manera patética y levanta un hiperconstitucionalismo fetichista para contrarrestar esta posibilidad que pende como una espada de Damocles sobre sus deseos de reemplazar a Cristina y restaurar el orden neoliberal. Hay una sorda lucha entre la amenaza de la reelección y la necesidad opositora de aventar ese fantasma para apurar el inicio del desempoderamiento de la Presidenta. La necesidad de modificar la Constitución para reformular el sistema político, social y económico es otro cantar, de modo que no la abordaremos aquí.

De todos modos, nada excluye que, ante la dificultad para encontrar una jefatura que sintetice el frente que Cristina conduce hoy, el clamor popular incline a la Presidenta a buscar un nuevo mandato. Eso garantizaría la continuidad del proyecto, al sostener a la Conducción Estratégica en el comando del Gobierno nacional.

En segundo lugar, en caso de desecharse la posibilidad de reelegir a la Presidenta, el Frente nacional deberá aspirar a tener un candidato que contenga sus partes constitutivas. Para contenerlas, deberá tener la venia, la bendición de Cristina. No nos alarmemos si decimos que sería un verdadero “delfín”, puesto que es Cristina la que sintetiza al movimiento nacional. Al ser ella la Conducción Estratégica de este Frente, sus partes esperarán, sin dudas, la señal que dé y se abroquelarán en torno a su candidato. Luego se verá si ese “delfín” se constituye en nueva conducción estratégica o no. Podrá ser Conducción Táctica, al menos mientras responda a las expectativas populares de continuar un proyecto que hoy sólo parece garantizar Cristina. La historia argentina tiene dos casos similares en tiempos de estabilidad institucional: el de Roca y el de Yrigoyen. Ambos retornaron a la Presidencia luego de interregnos en los cuales fueron los “grandes electores”. Roca en beneficio de Juárez Celman-Pellegrini y Roque Sáenz Peña-Uriburu; Yrigoyen dejando su lugar a Alvear. Quedan algo menos de tres años para forjar esa figura capaz de imponer un triunfo electoral. Luego la historia dirá, pero en un principio Cristina continuará detentando la Conducción Estratégica.

En tercer lugar, cabe la posibilidad de que el Peronismo del Siglo XXI no consiga conservar el poder, ya sea por un cambio sustancial de las condiciones objetivas y/o subjetivas, ya porque, sin la candidatura de Cristina, el “delfín” sea derrotado en las primarias o en las elecciones generales. En este caso, el corrimiento del eje del poder es inevitable, sobre todo si tenemos en cuenta la voluntad reaccionaria de aquellos que se ofrecen como “alternativa” al Proyecto Nacional y Popular. Tal la caracterización que cabe tanto a las fuerzas de oposición ajenas al tronco peronista como a las opciones que ofrece el poder territorial de las provincias cuyos gobernadores aspiran a suceder a Cristina.

Si se diera esta opción, naturalmente el punto de acumulación del Movimiento Nacional se establecería en su Conducción Estratégica verificada: Cristina Fernández de Kirchner. En torno suyo habría que articular la estrategia de retorno al poder que la Patria necesitará para retomar el camino de justicia, soberanía e independencia. Una situación análoga a la del período de la Resistencia Peronista. Como ha dicho el compañero Joaquín Labarta, Calafate podría ser Puerta de Hierro, sólo que no quedaría en España sino en la Patagonia, lo que implicará una mayor fortaleza. Los gorilas deberían lidiar con un Peronismo cuyo líder estaría en la Argentina, en condiciones de reorganizar un Frente nacional que pronto se revelaría necesario a los ojos del Pueblo argentino.


Como vemos, más que incertidumbre, tenemos por delante un panorama preciso, fruto de años de coherencia y disposición a la lucha: en cualquier escenario puede aspirarse a conservar una Conducción Estratégica nítida que asegure la continuidad del Movimiento Nacional. Por mucho tiempo, no podrá invisibilizarse a la gran fuerza de transformación social que encarna el verdadero Peronismo, aquel que –dispuesto a aglutinar las distintas vertientes del campo nacional y popular– concentra la voluntad de los que sólo tienen futuro mientras la Patria lo tenga; el Peronismo dispuesto a aunar, motorizar y conducir a los argentinos que tienen su destino atado al desarrollo de las potencialidades nacionales; el Peronismo que no arría los principios de Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica; el que iza las banderas del Nacionalismo Cultural y la Unidad de Nuestra América. El Peronismo que amplía derechos porque recupera y amplía espacios de una soberanía fundada en el Pueblo. Porque para el Peronismo la ética primordial del poder se sustenta en la Soberanía Popular.

Nuestra única preocupación, nuestra tarea militante, será consolidar la unidad y la organización del Movimiento Nacional y Popular. Porque existe un imperativo estratégico: preservar y fortificar a la Conducción Estratégica. La solidaridad será la virtud que haga posible cumplir estos objetivos.
Habrá que exigir coherencia por un lado y, por otro, no caer en sectarismos, si queremos fortalecer el Frente nacional.
Habrá que organizar lo que Cristina conduce y multiplicar la participación popular todos los días; juntar masa crítica para las duras peleas que vienen. Porque “los ellos” intentarán (ya comenzaron) debilitar las dos puntas del proceso político que se avecina (y que también comenzó): a Cristina y a la generación que será depositaria del trasvasamiento generacional.

La Presidenta, nuestra Conductora, nos pide “unidad, organización y solidaridad”. Efectivamente, cada generación tiene un mandato: y lo cumple o lo traiciona. Pues bien, tenemos la mitad de la batalla ganada: ¡hemos decidido cumplirlo!

fuente: FACEBOOK

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