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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

viernes, 6 de julio de 2012

Entrevista al economista e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, Fernando Porta

“Salvar el proyecto europeo implica una refundación basada en un contrato social diferente al que prevaleció durante los últimos 20 años”


Reportaje de Telémaco Subijana y Federico Ghelfi

Entrevistamos en exclusiva al economista Fernando Porta. Es Profesor Titular de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Quilmes e Investigador del Centro REDES (Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior). Ha publicado numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales, capítulos de libros y libros vinculados al desarrollo del Mercosur y la integración latinoamericana, estrategias empresariales, inversión extranjera directa, análisis sectoriales de la industria argentina. Anteriormente se ha desempeñado como Director de la Maestría en Relaciones Económicas Internacionales de la UBA y como Consultor de la Oficina de CEPAL en Buenos Aires. En esta oportunidad, explica la crisis económica europea y reflexiona sobre escenarios posibles de salida. También analiza la situación de EE.UU., Japón y China, opina sobre el proceso de integración regional y esboza los ejes de acción necesarios hacia la consolidación de un modelo de desarrollo con inclusión social. Leer más.

¿Cómo analiza la crisis europea? ¿Considera que el triunfo de Hollande podrá imponer propuestas distintas a las del ajuste que venían proponiendo los organismos internacionales y el binomio Merkel-Sarkozy?

La actual situación europea es parte de lo que podríamos llamar la segunda fase de la crisis internacional que arranca a finales del 2007 y principios del 2008. En esta segunda fase, el corazón del problema se trasladó hacia la sustentabilidad de las deudas públicas. La primera, por su parte, estuvo caracterizada por los desbalances privados y apareció como una crisis financiera o bancaria a partir de la imposibilidad de ciertos deudores privados de cumplir con sus obligaciones. Y esto se trasladó en cadena por todo el sistema de colocaciones derivadas de esas deudas privadas que había montado el sistema financiero internacional. En cierto sentido, la respuesta que se dio desde los Estados, en particular de los países centrales, a esa primera fase de la crisis fue la de trasladar el peso de las deudas al sector público -básicamente a través de los mecanismos de asistencia a los sectores bancarios. Es decir, el salvataje del sistema bancario supuso una carga fiscal importante para la mayoría de los Estados. Eso, más adelante, vino a manifestarse como una crisis de probable insolvencia de los propios Estados para hacer lugar a esa cuestión. Esto tiene que ver, además, con que en esa primera parte de la crisis, y para evitar que la crisis financiera se trasladara hacia el sector real de la economía en términos muy agresivos, los Estados respondieron con fuertes paquetes de estímulo a la actividad productiva. Eso también cargó sobre las cuentas públicas. En este contexto, la particularidad de la crisis europea actual es que, como buena parte del sistema europeo está incluido dentro de una moneda única, la gestión de la crisis a nivel nacional está, en cierto sentido, subordinada a la política monetaria comunitaria. Esto coloca en distinta situación a diferentes países: se advierte claramente que Grecia atraviesa una situación más crítica, que podría llegar a niveles semejantes en los casos de Portugal, España e Italia. En general, para todos estos países que aparecen hoy más amenazados por esta situación, las preferencias de política monetaria del eje Franco-Alemán al respecto no se corresponden con su situación estructural. Todas ellas son economías, en términos relativos, de baja competitividad. Al mismo tiempo, se trata de economías que una vez ingresadas al Euro, por una especie de súbita compra de reputación, se convirtieron en sujetos de crédito barato con el que se trató de compensar ese déficit de productividad, de competitividad. Eso se pudo mantener, de algún modo, mientras el sistema financiero no advertía que hubiese riesgos de repago. Luego, con los distintos coletazos de la primera fase de la crisis y el mayor peso de las deudas a nivel público que supuso la gestión de esa fase, empezaron a introducir sospechas sobre la posibilidad de repago. En este sentido, ahora, una de las interpretaciones de la crisis (la que parece predominar en las agencias internacionales y en el eje Franco-Alemán) es la que tiene que habla de un cierto comportamiento irresponsable de los fiscos en esos países más débiles. Por lo tanto, la receta recomendada es la del ajuste de los sistemas fiscales. Si bien puede ser cierto que esos países incurrieron en un déficit fiscal insostenible, también lo es que lo hicieron porque el cepo monetario, no correspondiente con los niveles relativos de productividad y competitividad, los obligaba a tratar de mantener los niveles de empleo y de actividad económica sobre la base de endeudamiento público. Esta es la situación actual y, en este sentido, ciertamente la solución exigida por el liderazgo del proceso de integración europeo es absolutamente recesiva. A esta altura, ya es evidente que -como ocurrió en Argentina en los años 2000 y 2001- caer sobre las cuentas públicas o sobre la demanda agregada para enfriar la economía lo suficiente como para salir de esa situación no es una solución del problema sino que lo agrava. Esto termina presentándose en términos de una recesión importante en el nivel de actividad económica, en una caída de los niveles de empleo y en una retracción de algunos mecanismos más tradicionales del Estado de Bienestar europeo -que hoy vive un recorte de los sistemas de salario indirecto, los sistema de pensión, etc. Entonces, esta forma de resolución de la crisis está provocando un agravamiento de la crisis social que, al mismo tiempo, no encuentra fórmulas o liderazgos alternativos para oponerse a esa situación. Todo esto desemboca en situaciones de crisis política como las de Grecia. No es diferente a lo que puede pasar en Portugal, Italia o España. Es interesante ver que, en el caso europeo, la crisis se está llevando a gobiernos de cualquier signo que son, al mismo tiempo, reemplazados por otros de signos supuestamente opuestos o alternativos. Es así como cae la socialdemocracia y sube la derecha en España, y como cae la derecha y sube la socialdemocracia en Francia. En este contexto, uno no encuentra una respuesta de época, una respuesta de clima político de época. Lo que encuentra es un electorado que se vuelca hacia la fuerza que dice que va a hacer una cosa diferente a lo que está pasando pero, al mismo tiempo, sin tener demasiada expectativa de que eso ocurra. Quizás el caso más interesante, en este sentido, es el cambio de signo político en Francia porque no se produce en una economía periférica sino que se da en una de las que forman parte de las decisiones políticas. Esto instala un escenario relativamente novedoso, de probable redefinición de ese liderazgo. En mi caso, no sería demasiado optimista pero de todas maneras la emergencia de Hollande puede significar cierta subordinación de Merkel. El escenario está abierto, y es cuestión de tiempo saber que ocurrirá.

¿Cuánto afectó la propia ingeniería institucional que tomó la Unión Europea?

Sin duda tiene mucho peso. Está claro que la moneda única, en las condiciones que fue establecida y en las que está siendo gestionada la política monetaria -en ausencia de la posibilidad de generar mecanismos de transferencia muy fuertes entre países-, lleva consigo el germen de una crisis como la que se está dando. Mientras no aparecieron los descalces en el sistema financiero, estos tipos de riesgos eran minimizados, pero el problema es que este riesgo está causado no por problemas de gestión financiera sino por distintos niveles de competitividad relativa de las economías. Esto, a lo largo de la vigencia del Euro no se solucionó -ni siquiera se mitigó-, sino que se profundizó. Como resultado de esto, las brechas en términos de competitividad, en términos de inflación, entre esos países más periféricos y el centro de Europa tendieron a ahondarse. Y en este contexto, la política monetaria no hizo otra cosa que profundizar el problema.

¿Cuáles considera que son los escenarios posibles?

Ante esta situación aparecen dos escenarios posibles: el primero es salir de la moneda única como un probable mecanismo de solución de la crisis. Especialmente para aquellos países para los que la moneda única no parece conveniente. El otro tiene que ver con un escenario de sostenimiento de la moneda única con una redefinición de los acuerdos que la sustentan, de modo tal de contemplar el problema de divergencia real y los mecanismos con los cuales, en términos estructurales, puede ser resuelto ese problema a largo plazo. Cualquiera de los dos es complicado. En relación al segundo, lo creo muy difícil ya que significaría, de algún modo, renovar el pacto social europeo bajo otras formas y otros mecanismos. De hecho, esto estuvo presente cuando se estaba discutiendo como llegar al Euro. En ese momento, había colectivos intelectuales y políticos que advertían sobre esta cuestión, planteando que la moneda única debía estar rodeada de mecanismos y condiciones que evitaran la posibilidad de estas crisis estructurales. Y, en este sentido, para eso se pensaba en instrumentos muy fuertes de intervención pública, en armar fondos estructurales de compensación y de modernización con mucha más actividad que aquellos que finalmente se instalaron. Por eso no se trata de una discusión nueva en Europa; fue algo que se anticipó. La cuestión es que, como empezó a funcionar relativamente bien y no se notaron estas cuestiones, parecía que el esquema era sustentable. Pero, insisto, esos países más chicos vivieron una plétora de financiamiento y el problema fue que ese financiamiento no tuvo la dirección que tenía que tener. Financió burbujas inmobiliarias, especulativas, y no una necesaria transformación estructural de las economías para hacerlas converger al nivel de productividad de las más desarrolladas. Entonces, reformular esa cuestión exige, sin duda, un nuevo pacto social que no puede ser conducido bajo el liderazgo intelectual y político de las fuerzas que condujeron éste. Por lo tanto, esta es una operación de cirugía mayor para el conjunto europeo. En ese sentido, Europa ha llevado adelante empresas de esa naturaleza en otros momentos. Es decir, probablemente pueda volver a hacerlas, si uno confía en ese capital social acumulado y en tratar de salvar el proyecto europeo por el lado de la solidaridad. Sin embargo, éste es un escenario que no puede ser visto de ningún modo solo desde la economía. Implica una refundación del proyecto europeo atendiendo a un contrato social diferente al que lo ha regido por lo menos durante los últimos 20 años.

La otra solución parece más fácil y lo seria relativamente si se dieran dos condiciones: que esta salida fuera ordenada y, al mismo tiempo, que la salida individual fuera factible. Ambas cuestiones están vinculadas. Pero cabe destacar que no hay ninguna experiencia en el mundo contemporáneo de un país tenga que crear su propia moneda nuevamente. Entonces no hay mucha evidencia o lecciones acerca de cómo esto se hace. Por eso, el caso argentino, si bien tiene muchas similitudes, no sirve como ejemplo a seguir. Argentina no tenía una moneda de extrazona, no había adoptado la moneda de otro, tenía un patrón bimonetario en donde la moneda local no había dejado de existir, independientemente de su debilidad relativa. A diferencia de Grecia, por ejemplo, en Argentina había una moneda a la que se podía volver. Además, la economía argentina, siendo una economía más abierta que lo que lo había sido históricamente, seguía teniendo un grado de apertura relativamente bajo; las transacciones se cerraban internamente y la propia necesidad de mantener un cierto nivel de actividad llevó progresivamente al restablecimiento de la confianza en el peso de parte de los agentes internos. Por su parte, Grecia no tiene una moneda a la que volver, quizás pueda llamarla con el mismo nombre que tenía hace 10 años, pero siempre va a ser otra. Además, Grecia es una economía muy abierta y el grueso de sus transacciones no se resuelven solamente en su territorio. Por lo tanto, no queda claro que los agentes que no operan estrictamente sobre su territorio estén dispuestos a darle reputación a esa nueva moneda. Por ello, para que Grecia vuelva a una moneda propia se debería generar un mecanismo por el cual el sistema financiero internacional -europeo y no europeo- pase a sostener esa moneda hasta que los agentes económicos locales crean que esa moneda es efectivamente sostenible. Pero eso requiere de diferentes condiciones, no se puede hacer de la noche a la mañana. Por otro lado, el caso argentino también fue exitoso por otras condiciones de contexto que fueron importantes para la salida de la crisis y para la sustentabilidad de la recuperación de la moneda. De golpe apareció una circunstancia internacional favorable que le otorgó un plus de competitividad a la economía argentina por la cual fue capaz de conseguir reserva internacional para sostener esa cuestión. Hoy día, no hay ningún recurso griego que se avizore que vaya a ganar competitividad en el corto plazo del modo que sí ganó la economía argentina. Y esto lo digo independientemente de las políticas internas que se sigan, que en el caso de las implementadas en Argentina fueron consistentes con esta situación. Hoy Grecia no tiene nada, no puede revalorizar sus recursos turísticos. No hay ninguna razón para que haya más turismo del que hay. Entonces, como no va a existir un mecanismo de mercado que vaya a ayudar al sostenimiento de esa nueva moneda, tiene que existir algún mecanismo internacional que lo respalde. Es decir, la salida de Grecia es una salida que debe ser consensuada en el sistema financiero y esa es una ingeniería complicada. De todas formas no digo que no sea posible. Si el corazón europeo advierte que esa es la única posibilidad para gestionar su crisis, en cierto sentido Grecia es una economía pequeña y el costo de esta operación para el sistema financiero internacional no es necesariamente muy alto. Pero deberían darse las condiciones. La cuestión es qué pasa con los que siguen, que no están en la misma situación que Grecia pero pueden estarlo en cualquier momento. Además, puede ocurrir que si la salida de Grecia es ordenada y exitosa otros la van a ver como una buena salida y, así, el costo de esa salida pasa a ser más alto porque en todos los casos va a haber que recrear los mecanismos internacionales de transferencia y sustentabilidad. Habría que otorgarles reputación a esas nuevas monedas y eso es muy costoso.

¿Cómo analiza la situación de Estados Unidos y Japón, los dos principales países llamados centrales?

Cabe señalar que la situación internacional no es solo grave por la situación europea. A esa gravedad contribuye el hecho de que no se nota una recuperación, por lo menos una significativa, de Estados Unidos de modo tal que pueda cargarse un poco el peso de la economía mundial. Claramente la situación de Estados Unidos es menos crítica que en Europa. Esto es así porque, entre otras cosas, es un emisor de moneda internacional. Como no parece haber monedas alternativas para reemplazar al dólar, este país goza de un activo, una ventaja, que no tiene nadie. Esto quiere decir que puede seguir sosteniendo esa cuestión independientemente de que la economía crezca poco o de que tenga déficit externos o públicos importantes. Mientras todos sigamos soportando que Estados Unidos traslade esa situación al resto y la sostenga emitiendo dólares, eso se va a mantener, pero lo cierto es que este país hoy no es un factor de recuperación de la economía mundial.

Por otro lado, tampoco Japón está siendo un factor de recuperación de la economía mundial. Incluso parecería que su situación es casi crónica, está en un estadio de crecimiento 0 y como ha reducido su tasa de crecimiento demográfico esto no se nota tanto. Si bien Japón tiene un nivel de endeudamiento espectacular, todo el mundo confía en la capacidad de repago. Esto no se manifiesta como un problema en términos de sustentabilidad pero si en cuanto a que no cumple un papel de fuerza dinámica de la economía mundial.

En este contexto, está claro que hoy de los países centrales no puede esperarse un dinamismo importante y si, en cambio, una profundización de la crisis. Es decir, no van a tirar de la economía mundial e incluso es probable que a mediano plazo se conviertan en ciertas mochilas de plomo. Los dinamismos están claramente en otro lado. Pero al mismo tiempo, tampoco es tan claro que se de una economía mundial fraccionada en economías centrales que no crecen -o están en recesión- y economías emergentes que crecen y arrastran. El crecimiento de éstas no arrastran a todo el mundo, el impacto multiplicador es concentrado. En particular, está concentrado en aquellos que tienden a producir lo que aparecen como nuevos consumos o nuevas dinámicas de consumo de estas economías en rápida urbanización o industrialización. Por eso, es un sistema que se cierra alrededor de relativamente pocos países -no es que hay un polo dinamizador de 30 o 40 países. Hay 3 o 4 que están consumiendo mucho, en particular los asiáticos emergentes -por sus transformaciones sociales-, que demandan determinados productos que son ventajosamente producidos por otro conjunto relativamente reducido de países. Entonces, se produce una complementariedad y se genera cierto círculo virtuoso limitado. Porque, a su vez, el crecimiento de estos países asiáticos emergentes no solo está basado en la expansión de su mercado interno sino también en el hecho de que son fuertes exportadores de productos que son competitivos de los de los países centrales e incluso de otros países que aparecen como proveedores eficientes de alimentos. En definitiva, este sistema no se caracteriza por tener una virtuosidad completa. Está focalizado, circunscrito, a un grupo de países. Por lo tanto, uno no puede hablar de dinámicas mundiales generalizadas a pesar de que algunos países, como Argentina o Brasil, parecen haber quedado del buen lado de la crisis. Pero estos países, a su vez, no son mono-productores de materia prima, son países semi-industrializados, de mercados relativamente importantes, con conjuntos poblacionales relativamente altos. Y eso puede implicar que puede generarse un impacto perjudicial por la oferta barata de productos industrializados masivos. Ante un contexto de crisis, los comportamientos predatorios tienden a agudizarse porque todos buscan mercado. El proteccionismo se expresa de varias maneras: en algunos casos tratando de administrar el ingreso a los respectivos mercados, pero también puede ocurrir que determinados países se conviertan en exportadores predadores. Entonces, no todo el mundo tiene la misma capacidad para financiar ese tipo de competencia. En el balance neto, hay que ver como queda cada uno.

¿Qué papel juega China?

Está claro que China no puede ser el nuevo líder de la economía mundial, no tiene el tamaño económico necesario para eso. Siempre consideré que el modelo chino de crecimiento acelerado y, a la vez, de mucha segmentación social, impulsado hoy por la emergencia de una clase media consumidora importante -alrededor de 300 millones de personas-, puede ser sostenible desde “lo económico”, aunque encontrar límites tempranos desde “lo político”. Hay otros 1000 millones de habitantes que continúan en una situación de pobreza y bajo nivel de consumo, en el marco de una creciente desigualdad de ingresos y condiciones de vida. Habrá que ver como una gobernabilidad basada en una fuerte hegemonía política puede sostenerse sin que el sistema político entre en crisis, a medida de que se empiecen a profundizar los bolsones de disparidad. No creo que sea correcto imaginar que el proceso de modernización y diversificación de la economía china en los próximos 30 o 40 años se vaya a dar bajo el mismo molde político con el que se ha gobernado ese proceso en los últimos 20. Es probable que política y economía ingresen en una relativa contradicción y, por lo tanto, la capacidad de liderazgo internacional de China también quedará comprometida por problemas internos. Entonces, está claro que China no es la proveedora de bienes públicos internacionales que estabilizan este sistema. Hoy es proveedora de expansión de la demanda, de productos industriales baratos, pero eso no creo que la convierta necesariamente en la heredera inevitable del liderazgo ni en el factor de estabilización del sistema mundial dentro de 20 o 30 años.

¿Hacia dónde cree que debe orientarse la profundización del proceso de integración y cooperación en América Latina?

La agenda de integración se ha complejizado mucho. En este sentido, no solo hay que considerar el proceso de integración latinoamericano sino también el de toda América. Esto lo digo porque Estados Unidos es un actor importante, disruptivo, pero importante al fin.

Desde el punto de vista de los procesos económicos, considero que hay una fragmentación importante. De los proyectos originales de integración queda relativamente poco y nada. Hay diferentes tratados de libre comercio, en varios de los cuales Estados Unidos participa con Centroamérica o con determinados países sudamericanos. Es decir, acuerdos bilaterales con objetivos claramente diferentes a lo que en algún momento se llamó integración latinoamericana. En esta fragmentación de situaciones, muchos países se encuentran exodirigidos por mecanismos de tratados bilaterales, algunos con una mayor diversificación de socios que otros -como México. Por otro lado, hay algunos experimentos en el sur, que quieren ser diferentes pero todavía no queda claro que lo logren. El más importante, en términos económicos, es el MERCOSUR. Luego, habrá que ver cómo los intentos de coordinación política, como lo es UNASUR, imponen una lógica diferente a los acuerdos de integración económica. Este proceso de integración política está sobrepuesto o se corresponde, a su vez, con esta fragmentación y dilución de los proyectos de integración económica. Entonces, tengo la impresión de que a largo plazo estas dos cosas son contradictorias. Si avanza este espacio de coordinación política que es el UNASUR, probablemente esto revierta la fragmentación a nivel económica. Pero también puede ocurrir que esta situación, dada la especialización de cada país y su inserción en la economía internacional, vuelva inviable el proyecto político. Parecen ser dos procesos que se están dando en paralelo y queda por ver cual lógica va a predominar.

El MERCOSUR, durante los últimos años, comenzó a repensar el proyecto de integración meramemente comercial para pasar a un esquema más amplio que incluya la complementación productiva y la convergencia de las economías. Entonces, el proceso interno de diversificación también ha provocado que la propia agenda del MERCOSUR esté más tironeada. Así, con esta nueva institucionalidad, empiezan a aparecer planes y grupos de integración productiva y empieza a tratarse más deliberadamente la cuestión de las asimetrías -aunque los mecanismos que se dan para gestionarla o compensarla todavía son muy débiles. Pero más allá de la dinámica que asume la agenda económica, al mismo tiempo, se complejiza la agenda general. El esquema se ha abierto, se crearon los foros consultivos y aparecieron los sectores empresariales y sociales. Incluso han aparecido programas de cooperación científica y tecnológica. Entonces, esta sucesión de agendas supone una buena noticia: la incorporación de más actores al proceso. De todas maneras queda por ver cuál es su influencia. Si bien se ha complejizado la agenda, tengo la impresión de que todavía predomina la lógica económica. Y dentro de la lógica económica, la que manda es la lógica comercialista y de libre mercado por la que fue pensado el MERCOSUR original. Esto está puesto en discusión pero todavía subordina a otras cuestionas. Ahora bien, ¿estas otras cuestiones van a conseguir cambiar ese carácter? Ojalá, pero también tengo mis dudas porque me parece que el MERCOSUR también sufre un problema de liderazgo. Un proceso de transformación siempre requiere, más allá de alguna redefinición estratégica, de un liderazgo que sea capaz de conducirlo y de llevar a todo el mundo en esa dirección. Si bien es cierto que tenemos gobiernos que son relativamente afines -todos comparten la idea de mayor crecimiento con inclusión y equidad-, no todos tienen la misma idea del papel que puede jugar MERCOSUR para eso. Más allá de las afinidades políticas, eso no se traduce en un acuerdo estratégico. Eso es así porque probablemente construir un liderazgo en el MERCOSUR sea muy difícil. Podría decirse que hay un líder natural que es Brasil -que significa el 80 % del esquema. Al mismo tiempo, los otros socios son economías pequeñas que se encuentran en una situación desfavorable en relación con las asimetrías. Ante este contexto, una de las herramientas de resolución de asimetrías sería generar un mecanismo de transferencias desde los -supuestamente- bien posicionados a los mal posicionados. Es decir, aparecería como natural, como muchos dicen, que Brasil fuera la locomotora y el financiador de este proceso, pero este país tiene un problema de desintegración y exclusión social interno muy importante. Entonces Brasil no puede cumplir el papel de Alemania en Europa porque tiene a un porcentaje importante de su población -que incluso equivalen a un número mayor de personas que la suma de sus socios- por fuera del sendero de desarrollo. Por eso este escenario es complejo. Por otro lado, también soy escéptico de un rediseño ordenado, factible, posible, del MERCOSUR. Independientemente de que hay que discutir cómo se lo hace, de que hay que avanzar de un modo más administrado y de que administrar comercio no es retroceder, este tipo de rediseños exige que todo el mundo vea como probable ese objetivo estratégico y que se resuelvan los lugares que va a ocupar cada uno.

¿Cómo analiza el proceso de industrialización de nuestro país y cómo considera que debe ser profundizado pensando en la consolidación de un modelo de desarrollo con inclusión?

Es indudable que desde el 2002-2003 en adelante, en el marco del nuevo régimen macroeconómico y en particular a partir de las políticas expansivas aplicadas consistentemente por el gobierno, se ha dado un proceso de crecimiento industrial significativo. Este, además, ha tenido características distintas a otros anteriores en el sentido de que se produjo un crecimiento generalizado que ha dado espacio a la recuperación de un sector de pequeñas y medianas empresas y al surgimiento de nuevas empresas. Es decir, no fue solo un proceso de crecimiento del sector industrial sino también de recuperación de la ocupación en el sector industrial. Esto contribuyó mucho a la absorción del desempleo post-crisis y a que se abran nuevas oportunidades de negocios -incluso el crecimiento a las exportaciones industriales distintas de las de base agrícola ha sido significativo. Sin embargo, a pesar de que hay un conjunto de datos virtuosos que de algún modo llevan a pensar en la hipótesis de la reindustrialización, considero que las bases estructurales de competitividad de la industria argentina no han sido alteradas significativamente. El sector industrial sigue siendo uno que, excepto en aquellos sectores más próximos a los commodities -tanto alimentarios como no alimentarios-, tiene bases competitivas relativamente débiles. Es decir, depende bastante de cierto marco de protección que en estos años ha sido dado, fundamentalmente, por el tipo de cambio. Pero sostener indefinidamente un tipo de cambio relativamente depreciado también va generando ciertos desequilibrios en otros ámbitos de la economía. Estos, en algún momento, empiezan a hacerse visibles y se empiezan a pagar. El tipo de cambio -la política cambiaria- es extraordinario en términos de efectos relativamente inmediatos, pero no es un buen instrumento para atender a distintas situaciones sectoriales. Finalmente, uno termina tratando, en términos de precios relativos, del mismo modo a sectores de alta productividad y competitividad que a aquellos que no las tienen. Ese tipo de cuestiones, más allá de que hay datos muy alentadores sobre el crecimiento industrial, no han sido fundamentalmente modificados.

En este contexto, es necesario modificar el perfil productivo de cara a hacer un desarrollo inclusivo. Por supuesto, esto no es fácil, se requiere de un diagnóstico preciso y de un esquema de política económica relativamente sofisticado. Es decir, hace falta un Estado con capacidad de intervención -poder de fuego- y, al mismo tiempo, inteligencia para detectar distintas situaciones y reconstruir esa capacidad tecnocrática que ha sido diezmada en los últimos 30 o 40 años. Efectivamente se desmantelaron las capacidades de planificación del sector público. Esto, que se había construido en mucho tiempo, se destruyó en relativamente poco tiempo. Reconstruirla es bastante complicado, especialmente en un escenario donde todavía se sigue dudando de la legitimidad de la intervención pública y siguen apareciendo los discursos sospechosos de la política. Este parece ser un debate aún no saldado en la Argentina.No todos los sectores necesitan el mismo tipo de políticas, por eso la necesidad de diagnosticar mejor para poder fundamentar los modos de intervención. A modo de ilustración, hay sectores en condiciones de exponerse a la competencia internacional, cosa que puede operar como mecanismo de incentivo para profundizar sus trayectorias de innovación. Por otro lado, determinados sectores del aparato productivo, en particular el manufacturero, requieren de formas de planificación que incorporen mecanismos de cooperación pública o privada para trasladar esos aparatos adonde estarían menos agredidos por la competencia internacional, a franjas productivas donde necesitarían menos de un tipo de cambio permanentemente depreciado para subsistir o a franjas en donde necesitarían menos recurrir a la informalización laboral o impositiva para subsistir. Esas trayectorias no son espontáneas y tienen que ser programadas y/o asistidas.Por eso considero que para mejorar la distribución del ingreso y mejorar la calidad de vida de las personas, tan importante como el crecimiento es la composición de ese crecimiento. No solo te hace falta crecer, hay una cierta composición del crecimiento que está asociada a qué sectores crecen más, a qué líneas productivas, a cómo resolver los problemas de la composición de la inversión, etc., que es absolutamente necesario tener en cuenta. Y eso no es política macroeconómica, eso es política productiva -a nivel meso-económico-, es política a nivel microeconómico. En este contexto, la administración que se inició en 2003 fue la de grandes dispositivos macroeconómicos, de expansión, en el entendimiento de que la promoción de la demanda es absolutamente necesaria para impulsar el crecimiento y generar empleo. Eso funcionó, pero tiene algunas limitaciones. De aquí en adelante, el desafío es completar ese esquema de políticas que confía mucho en agregados macroeconómicos con políticas mucho más sofisticadas de oferta y promoción de estrategias competitivas de otro tipo.

Fuente: Iniciativa

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