Con las cacerolas se hacen guisos pero no política. Se gobierna con política para que todos puedan comer el guiso, o lo contrario, para que lo saboreen unos pocos.
Nuestro país no está exento de esta crisis. Las pasamos y sufrimos
todas. Las primeras nos costaron mucho, las últimas las estamos
amortiguando. Y esto no es un privilegio, es decisión política. En 1983
recuperamos, después de la dictadura cívico-militar, la democracia. Pero
el trazado económico siguió y acrecentó el modelo ancestral de país
agroganadero y cumplió a rajatabla las recetas de los mecanismos del
Consenso de Washington. Recién en 2003 comenzamos a dar vuelta la
página, retomando el camino del proyecto nacional y popular. Y esto es
lo imperdonable para los factores de poder que se beneficiaron con un
modelo diseñado para pocos. Tenemos que repasar la historia nacional,
regional e internacional, porque es bueno reconocernos hasta en nuestras
propias contradicciones. Hoy nos miran de otra manera en el mundo,
aunque haya argentinos que todavía no lo asimilen. Es bueno comenzar a
mirar el hemisferio al revés. Como una reivindicación histórica de
nuestros pueblos latinoamericanos.
En las últimas décadas, hasta la llegada de Néstor Kirchner al
gobierno nacional, se acrecentó nuestra dependencia como país, se
consolidaron los altos índices de pobreza e indigencia, se entregaron
nuestros recursos naturales estratégicos y se desmembró el tejido
social, base de sustentación de toda comunidad organizada. En todos. La
variable de ajuste fueron siempre los más débiles. Y cuando en algún
momento se intentó revertir en parte esta ecuación de injusticia, hubo
levantamientos militares primero y levantamientos de mercados después.
Se ajustó nivelando hacia abajo. Algunos gobiernos de democracia
formal quisieron modificar la legislación que ordena a las
organizaciones sindicales, luego fueron por los trabajadores. Recortaron
conquistas, redujeron salarios y jubilaciones y, sobre todo, cerraron
fuentes de trabajo, quebrando el tejido social. Cada argentino que nacía
tenía desde la cuna una parte de la deuda externa, para que viviera
pagando y muriera debiendo. Tercerizaron en el mercado la salud y la
educación. Finalmente negociaron la entrega de los aportes previsionales
de los trabajadores a manos de inversores privados, sin que casi nadie
interpelara qué se hacía con ese dinero. Era la receta neoliberal del
individualismo que dejaba de lado la solidaridad intergeneracional.
Hoy todavía persisten en condenar un Estado activo y promotor, que
trabaja desde abajo con mirada territorial. No admiten haber perdido la
fabulosa transferencia de ingresos de los trabajadores cuando se desnudó
el negocio de las AFJP. Nos quieren asustar con el futuro de las
jubilaciones. Ocultan que no habrá futuros jubilados si no hay en el
país cada vez más trabajadores activos aportando. Porque el sistema de
solidaridad intergeneracional se basa justamente en más trabajo formal
para garantizar la sustentabilidad del sistema. Durante el
neoliberalismo se redujo peligrosamente la cantidad de trabajadores
activos aportantes por cada trabajador jubilado. Les está ocurriendo a
los sistemas solidarios europeos. Nos empujaban al individualismo
suicida del “sálvese quien pueda”. Hoy tenemos otras certezas. Más de 5
millones de trabajadores garantizan mejor el sistema previsional
presente y futuro. Pero además, esos fondos que no deben quedar
inmovilizados, apuntalan políticas sociales activas, solidarias y
equitativas. Las AFJP tampoco inmovilizaban esos fondos. Cobraban
fabulosas comisiones y las invertían en su provecho sin que nadie les
preguntara qué hacían con el dinero de los trabajadores.
Cada quien tiene el derecho de protestar y disentir, haciendo uso
de las herramientas que la democracia pone a nuestra disposición. Pero
lo más distintivo es fortalecer la política, característica aristotélica
del hombre. Con las cacerolas se hacen guisos pero no política. Se
gobierna con política, para que todos puedan comer el guiso, o lo
contrario, para que lo saboreen unos pocos. Con paros provocadores se
ejerce irracionalidad pero no democracia. Hay que optar entre un modelo
de acumulación de riqueza para pocos y pobreza para las mayorías, o en
cambio, profundizar un modelo con sustitución de importaciones,
privilegiando el consumo interno y generador de más fuentes de trabajo,
para que la acumulación quede en el país y se distribuya
equitativamente.
Nuestro presente gira en torno a la generación de empleos y al
fortalecimiento familiar. Por eso disponemos ahora solidariamente de los
recursos de los trabajadores para solucionar el problema de la vivienda
de otros trabajadores de menores recursos y posibilidades. Porque como
dijera nuestra presidenta“así como el trabajo es el gran organizador
social, yo creo que la casa es el gran organizador familiar; en la casa
está la familia”. En tiempos no muy lejanos, –tengamos memoria– para
construir una vivienda teníamos que recurrir a la banca internacional
acrecentando nuestra deuda externa. Ahora el círculo es virtuoso, porque
usamos lo que tenemos y lo que tenemos es lo que generamos con el
trabajo fecundo de todos.
Más de 15 años de ajuste les costará ahora a los españoles saldar
la deuda de un salvataje a la banca y a las finanzas. Grecia ya está
desahuciada e Italia aguarda una ayuda cada vez más onerosa. Más que una
Eurozona, parecería estar conformándose un verdadero negocio de
Eurousura.
Tenemos que interpelar nuestra historia. Las clases dominantes
vienen del fondo de ella. Han estado siempre. Han sido los brazos largos
de la colonización geopolítica, económica y sobre todo cultural. Y en
verdad ha habido resistencia popular, pero no siempre fue suficiente
como para cerrar el sometimiento. Ahora estamos generando políticas de
Estado en todos los niveles. Y serán las nuevas generaciones las que
tendrán que cimentar con mayor vigor esta construcción. Porque no se
puede ni se debe pensar en el diseño de un nuevo modelo de país, sin
tener en cuenta el protagonismo de los jóvenes. De los que vienen de
abajo, como Néstor Kirchner, empujando los cambios, por aquello de la
canción que pide, “vuele bajo, que abajo está la verdad”. La verdad de
una sociedad más justa y más humana.fuente: Tiempo Argentino
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