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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

lunes, 30 de septiembre de 2013

Síndromes de envidia y de idiotez

El peligroso no es el loco que se cree Napoleón, sino el especialista que se cree amo y señor de la normalidad.
Por Néstor A. Braunstein



Poco importan aquí las razones por las que me siento íntimamente ligado a la vida política de mi país natal, ese del que falto hace casi 40 años. El exilio no mata las raíces; las hace más profundas. Por fortuna, el arraigo tecnológico de hoy en día permite grandes sorpresas. “Yo” queda estupefacto por la dimensión de las maravillas y de las tonterías que en mi patria se engendran.

Despierto un día y encuentro que una figura mediática, un Nelson Castro que invoca su condición de médico, ha descubierto que la máxima autoridad de la República, la presidenta, está afectada por un misterioso mal, una “enfermedad del poder”, que él ha sabido detectar y diagnosticar: se trata del “síndrome de Hubris” que fuera objeto de minuciosas descripciones clínicas a partir de la obra de Lord David Owen, alguien que, si se me permite el triple oximoron, es un “respetable político inglés”, médico neuropsiquiatra, también él, que lanzó esta flamante categoría diagnóstica. ¿Sabrá Castro que Lord Owen, como ministro de exteriores británico fue el más feroz propulsor de sanciones económicas y diplomáticas contra la Argentina después de la guerra de las “Falkland” no sin antes haber promovido la venta de armas a la junta militar para el asesinato de nuestros compatriotas? ¿Será esa una manifestación de la “hubris” del fabricante de síndromes?

Hubris o hybris -puede discutirse la trasliteración del griego- es una palabra que lamentablemente falta en el diccionario de nuestra “Real” Academia y por eso no podemos dar una definición “oficial”. Su antigüedad es tanta como la de nuestros más venerables conceptos psicológicos. Aunque los griegos tenían tendencia a transformar en dioses a esta clase de vocablos (Némesis, Tánatos, Agapé, Neikos, tantos más) y por lo tanto podrían escribirse con mayúsculas, son términos del lenguaje coloquial y nada es más lógico que tomarlos como sustantivos comunes y, en lengua romance, escribirlos con minúsculas.

Hubris, por la pereza de los “académicos”, es convertida en alguno de sus aproximados sinónimos: soberbia, arrogancia, prepotencia, etc. Se marca con este rasgo lamentable a quienes disponen de autoridad y la ejercen de manera arbitraria. ¿Existe la hubris? Por cierto que sí y pululan los ejemplos en la historia y en la literatura. Con frecuencia los gobernantes se sienten tentados a poner a prueba los límites de su dominación y en ese empeño provocan su propia ruina. La hubris es el elemento común a todos los héroes trágicos, aun los que terminan muriendo en la cama como Stalin o Franco. Existe la hubris como existen la envidia, la presunción o la idiotez (boludez, si se me permite un sinónimo que, en mis tiempos, allí, era grosero). Que cualquiera pueda decirle a otro que es tal o cual de esas “cosas” de modo más o menos insultante no forma parte del vocabulario de la psiquiatría o de la medicina forense, en todo caso no para quien recibe la ofensa. Habría que medir la hubris de los psiquiatras que pretenden bautizar o aplicar esa palabreja como categoría clínica..., como quien dice “enfermedad de Alzheimer”, “síndrome febril” o “signo de Babinski”.

Con esa pedante presunción se pasa con gaseosa fluidez a los criterios trastornados del DSM-5 que tantos estragos causa en la psiquiatría desde su promulgación en 2013 y, mucho antes, con sus cuatro antecesores eslabonados a partir de 1952. El Lord Owen parece haber definido 14 rasgos del síndrome de Hubris (así, con mayúsculas)... de modo que, ya sabe usted, si tiene 9 o más de esos 14 tildes o “palomitas” como los llamamos en México, usted, mi amigo -se lo digo yo que soy especialista- tiene un síndrome de esos, un verdadero “trastorno de la personalidad” y más vale que se haga tratar.

El “diagnóstico” se lo endilga el doctor Castro de manera condescendiente a la presidenta. Digo “condescendiente” porque lamentablemente no dispongo tampoco en español de la palabra que tengo en la cabeza ¡también inglesa! “patronizing” que implica lo paternal y patronal. “¡Cuídese! Necesitamos que su salud emocional sea perfecta y que actúe con sabiduría”. ¡Textual!

La psiquiatría contemporánea tiende a hacerse cargo de la medicalización (veterinización) de la vida entendiendo que todos los humanos son más o menos “anormales” y calificando como “trastornos de la personalidad” a quienes no gozan de “salud emocional perfecta”. Así se amplía el mercado y se refuerza a la generosa industria farmacéutica que coimea a los especialistas para que diagnostiquen y “traten” a sus “trastornados” o “enfermos” como no vacila en llamarlos el “doctor” Castro.

Que a los poderosos “se les suban los humos” no es novedad ni es asunto de la medicina. La población sabe lo que hacen sus gobernantes y pueden expresar su acuerdo o no con ellos. El gesto de construir en Río Gallegos un mausoleo gigantesco que se parezca al de Napoleón en París, puede calificarse de “justo homenaje” o de “tilinguería” que demuestra miopía política. Nada autoriza a los Owens y Castros a contrabandear epítetos y aplicarlos como diagnósticos según sus antipatías. La mala leche, como la envidia o la boludez no son “trastornos de la personalidad”. Que el “doctor” diga lo que se le antoje; no hay porqué atacar o limitar al periodista tramposo que usa su bata blanca a modo de armadura para “aconsejar sana y sabiamente” al político supuestamente extraviado.

El peligroso no es el loco que se cree Napoleón sino el especialista cuando se cree amo y señor de la normalidad y de la salud emocional, etiquetador y corrector de distorsiones. En ese caso lleva las cotas de hubris al nivel de la inundación. La infatuación acecha a todos los humanos, incluso a quien busca carecer de ella y aspira a ser “yo” cuando los demás y hasta él mismo lo confunden con “Borges”.

*Braunstein es médico psiquiatra y psicoanalista argentino, radicado en México desde 1974, y autor del libro “Clasificar en psiquiatría” (Siglo XXI, 2013)
 
 
fuente: infonews 

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