Esto es: No estamos ante un escenario donde oscilamos alrededor del óptimo y mejoramos, o la inversa, exclusivamente en función de la calidad y honestidad de los funcionarios.
Hay obstáculos fuertes, que vienen de nuestra historia como Nación y de la forma en que están articuladas las relaciones de poder económico y político a escala del planeta. Nuestra claridad para caracterizar estas dificultades y a qué nos obligan es variable y allí aparecen los matices de la acción política, pero me permito señalar que se puede trazar una raya, dejando fuera a quienes crean que esos problemas no existen.
En tal marco, aparece una pregunta-duda casi permanente: ¿cómo se defiende mejor un proyecto nacional y popular?
Las variantes centrales son dos, aunque es claro que puede recorrerse combinaciones de ellas:
1. Poniendo el énfasis en las debilidades, para caracterizar mejor los adversarios y nuestros posibles errores, así como fortalecer la propuesta.
2. Entregando nuestra confianza plena ya no a las intenciones, sino también a la lucidez absoluta de la conducción política, de modo tal de concentrarnos en reforzar cada iniciativa que de allí provenga.
Estas opciones son tradicionales en la política criolla. Sin embargo, en cada tiempo histórico se ponen en tensión diferente, según la impronta que marca el primer nivel de conducción política. Fue muy distinta, por caso, la situación con Juan Perón en el gobierno antes de 1955 o con Juan Perón exilado. El primer Perón controlaba cada detalle y la militancia buscaba reforzar; el segundo Perón daba líneas estratégicas y aquí el debate era amplísimo.
En la actualidad se produce una situación nueva, con algunos matices curiosos. Todos sabemos que estamos en mitad del río, pero hay cierta tendencia, que cree apoyarse en los reflejos más notorios de la Presidenta, a considerar que si discutimos los riesgos de no llegar a la otra orilla o de que la corriente nos vuelva hacia atrás, estamos debilitando el proyecto.
Es enteramente razonable que aparezca ese reflejo. Hasta es legítimo.
El problema es que, como en tantas otras situaciones, no llegamos a tener clara la cadena de inferencias que tiene esa actitud.
Si reprimimos las miradas de análisis y de posibles cuestionamientos, si la adhesión debe ser lo único explícito, más allá que esté implícita por definición, se favorece las conductas políticas en que la adhesión personalista es lo dominante excluyente, al punto que resulta imposible entender en esos personajes sus pensamientos más íntimos, su mirada más profunda, que todos tenemos.
Cuando para ser reconocido y promovido un actor político cree que su discurso debe comenzar con “como dijo la Presidenta” y cuando esa lógica se disemina por los activistas políticos y por los medios de comunicación, se construye un escenario peligroso, donde por empezar se pasa a desconfiar de la lealtad y convicción popular de quien no se exprese en esos términos.
Me apresuro a negar la validez del argumento que sostiene que analizar las debilidades favorece a los adversarios internos y externos. Eso se ha manifestado otras veces en la historia y lo que ha conseguido es debilitar la fortaleza ideológica de los proyectos populares, por desaparición de los debates.
En estos días ese error está llegando hasta los detalles banales y menores, al cuestionar un periodista por una pregunta a un diputado nacional; u omitir por completo la difusión de la asistencia a los inundados de La Plata organizada por el Gobierno provincial, como si la única ayuda hubiera provenido de militantes. Pero no son las anécdotas las que originan este comentario. Es la necesidad de reflexionar, y mucho, sobre el hecho que falta recorrer un largo camino aún y que los enemigos no son los que dicen eso, sino justamente quienes quieren volver hacia atrás.
fuente: Propuestas Viables
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