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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

viernes, 23 de agosto de 2013

un poco de romanticismo...? (impasse)

Louis Althusser - El loco amor de un filósofo

ELISABETH ROUDINESCO

La reciente publicación en Europa de la correspondencia entre el filósofo marxista Louis Althusser y Franca Madonia es un magnífico fresco cultural de la época, a la vez que un registro del itinerario amoroso de su vida, hasta algunos años antes de que asesinara a su mujer.
Ya antes del asesinato de su mujer, Althusser había sido objeto de críticas feroces por parte de sus enemigos políticos. La publicación de El porvenir es largo (1992), su autobiografía, permitió comprender mejor el itinerario de Louis Althusser y esclarecer su obra de una manera distinta.
La correspondencia con Franca Madonia, que cubre, a través de quinientas cartas, un periodo crucial de la trayectoria del filósofo (1961-1973); aporta un esclarecimiento original sobre la forma en que trató de renovar el marxismo apoyándose en todas las disciplinas de las ciencias humanas en plena efervescencia, y especialmente en el psicoanálisis y la antropología. Pero revela también cómo fue ayudado en su empresa por una brillante generación de alumnos de la Escuela Normal Superior (ENS), no comprometidos en acciones concretas como sus mayores (Resistencia o luchas anticolonialistas), sino imbuidos de la utopía de una revolución ideal que sería capaz de cambiar el lenguaje a la manera de Rimbaud y modificar al hombre a la luz de Marx y Freud.
Las cartas
La correspondencia revela también y sobre todo, la historia de un hombre que ama locamente a una mujer y no vacila en presentar, en cartas floridas, un amor loco, más cerca de la pasión mística que del arrebato profano. Y es, justamente, esta mezcla la que hace tan fascinantes estas cartas.
Evocan, en un mismo impulso y con el suntuoso decorado de una Italia de ensueño, casi se diría filmada por Bernardo Bertolucci, la ineluctable decadencia del comunismo y el trágico encierro de un intelectual acosado por su melancolía: "Franca, negra, noche, fuego, bella y fea, pasión y razón extremas, desmesurada y moderada [...]. Mi amor, estoy roto de amarte, con las piernas cortadas esta noche como para no caminar más, y sin embargo, ¿qué otra cosa hago hoy sino pensar en ti, perseguirte y amarte? [...] Marcha infinita para agotar el espacio que me abres. [...] Digo esto, mi amor, digo esto que es cierto, pero lo digo también para combatir el deseo de ti, de tu presencia, el deseo de verte, de hablarte, de tocarte. [...] Si te escribo, es también por eso, lo entendiste bien: por la escritura estamos presentes, en cierto modo; es una lucha contra la ausencia". (9 de septiembre de 1961).
Louis Althusser tiene cuarenta y dos años cuando se enamora en 1960 de Franca, que tiene treinta y cinco. En ese momento, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, vive con Hélsne Rytmann, su compañera, con la que se casará en 1976. Esta relación, mezcla de exaltación y repulsión, no tiene nada de carnal y se parece a otro vínculo, tiránico y simbiótico, que unirá al filósofo durante cuarenta años con el partido de la clase obrera, por un lado, y por el otro con el asilo, como institución. Ese amor, loco también, terminará en la muerte y la destrucción.
Franca, filósofa, traductora y dramaturga, pertenece a una familia acomodada de la burguesía italiana instalada en la Romaña, a orillas del Adriático. Su hermano, militante marxista, no vacilará en 1967 en establecerse como obrero en la fábrica Alfa-Romeo de Varese. En cuanto a su marido, Mino Madonia, cuya hermana Giovanna está casada con el pintor Leonardo Cremonini, es miembro del PCI y dirige una empresa especializada en la fabricación de fieltros.
Cada verano, las dos familias se reúnen en la Villa Madonia, una casa encantadora situada en el pueblo de Bertinoro, a unos kilómetros de Forli. En este lugar mágico rodeado de limoneros, de laureles y cedros del Líbano, impregnado de una luz ocre y un fuerte olor a vid, Louis Althusser se enamora de Franca, descubriendo a través de ella todo lo que le faltó en su infancia y todo lo que no tiene en París: una verdadera familia, un arte de vivir, una nueva forma de pensar, de hablar, de desear.
En suma, en el centro de esta relación con una extranjera que traduce las obras de los grandes autores franceses (Lévi-Strauss, Merleau-Ponty) y le hace amar el teatro moderno (Pirandello, Brecht, Beckett), Althusser aprende a despegarse de la tradición staliniana del comunismo y por consiguiente a leer de otra manera las obras de Marx. De este extrañamiento provocado por una mujer, de ese quiebre inducido por la alternancia de los lugares geográficos y de ese exilio interior vivido como un desprendimiento de sí mismo surgirán no solamente sus textos más bellos, sino también sus conceptos más penetrantes: la lectura sintómala, la sobredeterminación, el proceso sin sujeto, etcétera.
El deslumbramiento dura cuatro años, de 1961 a 1965. Las cartas, el teléfono, los viajes, los encuentros sirven, pues, de pretexto a vuelos filosóficos y literarios, enunciados en dos idiomas, donde se mezclan, mediante la voz y lo escrito, las opiniones sobre la actualidad, la política y la teoría y las confidencias sobre las dichas y desdichas de la vida cotidiana.
Althusser trata de obligar a Franca a hacerse amiga de Hélsne, así como trata de integrar a Mino a sus diálogos. De ahí la situación explosiva que Franca elude permanentemente.
Pero si bien esta correspondencia escenifica, de modo a veces insoportable, la locura del amor loco, también es, como El porvenir es largo, un testimonio excepcional sobre lo que fue la relación de Althusser con el psicoanálisis, con su propia cura y su principal psicoanalista, René Diatkine, a su vez ex paciente de Jacques Lacan.
Althusser, que sufre desde 1938 crisis melancólicas que lo atacan cada año en febrero, enfrentará más de veinte veces esa saga de la internación psiquiátrica tan bien descrita por su alumno Michel Foucault. Por eso mantiene con la obra de Freud una relación ambivalente, separando siempre su situación de analizado-psiquiatrizado de su posición de teórico. Por un lado, se describe como la víctima complaciente y asustada de una quimioterapia contra la cual manifiesta una rebeldía permanente y, por el otro, pretende ser defensor de una lectura de Freud (la de Lacan) que denuncia los principios terapéuticos a los que él mismo se somete.
En el otoño de 1964, Althusser comienza su análisis con Diatkine (miembro de la Sociedad Psicoanalítica de París), conociendo perfectamente sus posturas antilacanianas. En enero de 1965, las sesiones se vuelven más frecuentes. A Franca le habla en seguida de los efectos positivos de esta cura "ortodoxa" y, en julio de 1966, afirma que el tratamiento da "resultados espectaculares".
Para entonces Diatkine también había tomado a Hélsne en terapia, encargándose del seguimiento psiquiátrico de su paciente. Althusser comienza entonces a establecer con su analista una relación muy extraña en la cual la transferencia se vuelve apremiante e imposible de quebrar, tanto más cuanto que la cura con Hélsne, llevada adelante en forma paralela, contribuye a consolidar, entre el filósofo y su compañera, una unión ya peligrosamente simbiótica. Y, a causa de esto, Althusser se enardece en su omnipotencia. "Juega" al analista: con Hélsne, explicándole su "caso"; con Franca, exponiéndole el caso de Hélsne. Al mismo tiempo, frente a Diatkine, se pone en posición de mentor "althusseriano" dándole clases de lacanismo: "¿Por qué se permite rechazar la obra de Lacan? Es un error, es una falta que no debe cometer y que no obstante comete".
Esta situación lo lleva así a no separar más su destino del de Hélsne y a alejarse de Franca y del círculo de Bertinoro. Los dos amantes continúan su correspondencia pero, al cabo de los años, el tono cambia: el amor persiste pero el deseo se fragmenta y el ideal de un nuevo orden del mundo se borra con la desintegración progresiva de un compromiso que pierde su significación. En 1970, en una carta con acentos premonitorios, Franca escribe estas líneas: "¿Sabías que Jack el Destripador no sólo estrangulaba a las mujeres, sino que les sacaba las vísceras y las colgaba como guirnaldas alrededor del cuerpo y la cama?".
La última carta enviada por Althusser, en agosto de 1973, muestra que el trabajo de simbiosis con Hélsne, acentuado por el análisis, llegó a su fin: "Si pusiera fin a mi juego, lo haría de un modo tan agresivo como mi juego mismo [...] H., por su parte, está pasando por un momento analítico malísimo. [...] El resultado fue que esta estadía en común, las 24 horas del día en Bretaña, fue maravillosa por la región y catastrófica por la convivencia". Franca ve una vez más a Louis Althusser en Bolonia en 1980. Morirá en París a consecuencia de una cirrosis provocada por una hepatitis C, sin poder verlo luego de su internación en el hospital Sainte-Anne, después del asesinato de Hélsne.
Sin duda había que publicar esta correspondencia, tal como quería el mismo Althusser. Acompañada por el sólido prefacio de Yann Moulier Boutang y de François Matheron, demuestra, efectivamente una vez más hasta qué punto la experiencia de la melancolía fue decisiva en la vida y la obra de Louis Althusser, como lo es con frecuencia en los grandes místicos del islam o el cristianismo. Ni el psicoanálisis, ni la farmacología, ni el amor por las mujeres, ni el deseo de revolución, ni el genio teórico pudieron vencer ese perpetuo lamento que fue, sin embargo, tan creador para la generación intelectual de los años 1965-1975. (Traducción de Cristina Sardoy.)

fuente: Herreros

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