por Eduardo Gudynas
Muchas veces se ha celebrado que los ministros de Economía “escuchan” al mercado. Esta era una virtud muy apreciada en tiempos de reformas neoliberales, casi una sensibilidad milagrosa, que solo se encontraba en unos pocos privilegiados que podían comprender los “mensajes” que emitía el mercado. Y actuaban en consecuencia; no sólo eso, sino que defendían sus acciones alertando que habían “escuchado” lo que el mercado tenía para decir.
En casi todos los países se podía encontrar al menos un ministro de Economía que supo escuchar esos mensajes del mercado. Ejemplos muy conocidos han sido Pedro Pablo Kuczynski en Perú, Domingo Cavallo en Argentina (bajo las presidencias de Carlos Menem y Fernando de la Rúa), Sergio de Castro (el padre de las reformas de mercado Chilenas aplicadas por A. Pinochet). En cada país se puede encontrar con cierta facilidad uno de esos ejemplos.
Más común son los pedidos de “escuchar al pueblo”. Se entiende que es una tarea que intentan el presidente y varios ministros, desde el de Trabajo al de Educación. En algunas ocasiones, un ministro o incluso el presidente, sostiene que está respondiendo las indicaciones del pueblo. Sólo ellos, y únicamente ellos, serían los intérpretes certeros de las coincidencias populares. Esa increíble confianza la expresan tanto algunos presidentes, como unos cuantos académicos y analistas que les apoyan (entre los que mas me sorprenden está Cristina Fernández de Kichner, y por detrás, Ernesto Laclau, con su teoría del populismo).
Pero a pesar de esas supuestas capacidades, son muchos más los que desde ese pueblo repiten una y otra vez que no se los escucha.
Por momentos esta contradicción pasa desapercibida: hay ministros de Economía que aseguran encontrar mensajes en una entelequia como el mercado, y se los festeja; pero en otros ministerios no logran comprender los reclamos ciudadanos, a pesar que son presentados por personas, individuos concretos, que se expresan directamente en nuestros propios idioma. ¿Cómo es posible que se pueda “escuchar” al mercado, pero no se entiende lo que dice la gente?
Frente a este estado de cosas, me parece indispensable dar un paso más, y me pregunto: ¿a quiénes debe escuchar un ministro del Ambiente? Muchos dirán que debe atender a las comunidades locales que sufren por los impactos ambientales. Eso es cierto, pero la respuesta es insuficiente. Es que un ministro del Ambiente tiene una tarea que no se repite en otras secretarías: debe asegurar la protección de la Naturaleza. Por lo tanto, también debe escuchar y comprender los mensajes que provienen de nuestro marco natural. Debe escuchar los mensajes de las plantas, animales y rocas.
Desafortunadamente, en América del Sur, varios ministros del Ambiente ya no saben escuchar a la Naturaleza, tampoco atienden mucho a lo que les dice la gente, pero, por el contrario, prestan mucha atención al mercado. Justifican sus decisiones de acuerdo a razones económicas, como los beneficios en exportaciones o inversiones.
En estas situaciones se expresa una confusión sustancial. El mandato de un ministro del ambiente no es atender las necesidades del mercado, sino que su deber es proteger la Naturaleza. Una analogía deja esto más en claro: un ministro de salud público, está para asegurar la salud y bienestar de la población, no para elevar la tasa de ganancias de las empresas farmacéuticas o los hospitales privados. De la misma manera, un ministro del ambiente debe salvaguardar la “salud” de los ecosistemas, y no los rendimientos económicos empresariales.
Todo ministro del Ambiente debería escuchar a la Naturaleza, y eso es especialmente necesario en América Latina, donde contamos con viejas tradiciones que una y otra vez han dejado en claro que saben entender lo que dicen rocas, plantas y animales. Me pregunto si los actuales ministros del Ambiente, ¿saben escuchar a las rocas? ¿Están dispuestos a aprender a entenderlas?.
Algunas secciones del presente artículo se publicaron en mi columna en el diario La Primera (Perú), el 1 de noviembre de 2012 – ver…
fuente: lalineadefuego
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