"La batalla de La Vuelta de Obligado" de Ricardo Campodónico
por José Luis Muñoz Azpiri (h) *
Corría el año
1845. Desde años atrás, en la Legislatura de Buenos Aires se venían
alzando voces elocuentes y altivas, entre ellas la de Lucio N. Mansilla,
para abogar por los derechos de la República, desconocidos y ultrajados
por las potencias europeas que pretendían dominar en el Río de la
Plata. El 3 de agosto de 1845 se consumó el despojo de la escuadra
argentina por los anglofranceses que querían imponer violentamente su
mediación entre Buenos Aires y Montevideo, sitiada esta última por las
fuerzas de Buenos Aires y aliada de Corrientes, a la sazón en guerra con
el gobernador Rosas.
El 28 de
septiembre, los almirantes aliados declararon bloqueados los puertos y
costas de la provincia de Buenos Aires; tenían en su poder la isla de
Martín García y libre la navegación del río Uruguay y se disponían a
abrir a cañonazos la navegación del Paraná. Rosas resolvió movilizar las
milicias de la costa, que reforzó con algunos batallones de la
guarnición porteña, y puso estas fuerzas bajo el mando de su hermano
político, el general Mansilla, con la misión de detener desde tierra el
avance de las fuerzas navales aliadas aguas arriba del Paraná.
Mansilla,
poseído de singular patriotismo, reunió a su pequeños ejército en la
Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro, donde improvisó algunas baterías
y aprovechó el tiempo, mientras la escuadra aliada avanzaba hacia el
Norte para tender de costa a costa una cadena formada por más de veinte
lanchones, botes y chatas, de modo de entorpecer, siquiera el avance de
los grandes barcos enemigos.
El
20 de noviembre, los buques franceses e ingleses, con 113 cañones del
nuevo sistema, de los calibres de 14 a 80, atacan las baterías: Los
defensores de éstas sólo tienen 35 cañones de antigua construcción,
entre los de batería y tren rodante de los calibres 4 a 24. El capitán
de navío Tréhouart comandaba las fuerzas francesas de ataque y el
capitán Hotham, las inglesa. Lucio N. Mansilla dirigía personalmente la
defensa.
El
combate fue tan reñido como sangriento y duró nueve horas, con un fuego
incesante, en el que se lanzaron varios miles de proyectiles. El arrojo
del capitán inglés, que se adelanta en un bote y corta las cadenas de
las embarcaciones acordadas, dando lugar a que sus barcos franquearan
las baterías, decidió la victoria a favor de los atacantes. Algunos
buques fueron totalmente acribillados y puestos fuera de combate y las
baterías arrasadas y tomadas en medio de una horrorosa mortandad de
argentinos, franceses e ingleses. El general Mansilla cayó herido de un
balazo en el pecho, en momentos en que, a la cabeza de sus soldados,
encabezaba un ataque a la bayoneta contra las tropas aliadas que
desembarcaban. El jefe argentino certificaba así, con sangrante
testimonio, la gaucha decisión de ese puñado de valientes dispuestos a
morir en la demanda antes que dejarse avasallar. Las sombras de la noche
se tendieron sobre el campo de la cruenta acción, cubriendo
piadosamente los cuerpos de vencidos y vencedores. Los extranjeros
habían logrado su objetivo táctico, pero los sobrevivientes criollos se
retiraron, protegiendo con denuedo la bandera incólume.
El
paso del Paraná quedó expedito para los invasores, pero aprendieron
allí que no era fácil la empresa de conquista. Frente a la superioridad
técnica, frente al avasallador poder de sus buques y armamentos, estaba
una inquebrantable firmeza hecha de heroísmo, digno de la epopeya.
Caillet
Bois ha dicho que el recuerdo de esta acción “subsistirá como lección
saludable a las veleidades de la intrusión extraña”. Tal fue el
comentario de América y aún de la prensa mundial, que entonces se ocupó
como nunca de las cosas del Plata y rodeó el nombre de Rosas con un
prestigio de americanismo que de inmediato consolidó su situación
política.
Es que hay derrotas que honran. Y Obligado es de esas.
Sobre
la barranca que se alza en las márgenes del Paraná queda flotando el
símbolo de nuestra soberanía jamás declinada por los argentinos y que
las generaciones que se suceden sabrán conservar en la plenitud de su
integridad.
*
José Luis Muñoz Azpiri (h) es Prosecretario y Académico de Número del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.
fuente: de Política e Historia
El poema de la Vuelta de Obligado, por Carlos Obligado |
Desde hacía varios años, los
conflictos diplomáticos entre Francia, Inglaterra y Buenos Aires
estaban a la orden del día. En octubre de 1840, el país galo y el
gobierno de Juan Manuel de Rosas llegaban a un acuerdo, que pronto
volvería a romperse, en parte por la inestabilidad producto de la
guerra con el Uruguay de Fructuoso Rivera, involucrándose esta vez
también las fuerzas italianas y brasileñas. Con las negociaciones estancadas y el ultimátum dado a Rosas para que pusiera fin a la guerra con Uruguay y diera la libre navegación de los ríos, comenzó el bloqueo anglo-francés y la posterior expedición por el río Paraná. Era noviembre de 1845. Rosas dispuso que se cortara el paso a las naves extranjeras y, dando cumplimiento a la orden, el 20 de aquel mes, Lucio N. Mansilla preparó el escenario. La batalla tuvo lugar en la Vuelta de Obligado del Río Paraná, entre las actuales ciudades bonaerenses de Ramallo y San Pedro. Al intentar avanzar varios buques de guerra y mercantes europeos, las fuerzas argentinas, que habían tendido gruesas cadenas a lo ancho del río, procedieron al ataque. Aunque las bajas de las tropas nacionales fueron diez veces mayores y los agresores lograron avanzar, fue vano su intento de vender las mercaderías y recibieron nuevas embestidas río arriba. El saldo final fue frustrante para los europeos. Los tratados de paz recién se alcanzarían en 1849 y 1850. Aquella jornada, recordada desde entonces como un acto de defensa de la integridad territorial, fue declarada Día de la Soberanía Nacional por Ley 20.770 de septiembre de 1974. En noviembre de 2010, se la convirtió en feriado nacional. La recordamos con el poema que le dedicara el escritor argentino Carlos Obligado, allá por los años 40. Quien fuera, en la década de 1930, director del Instituto de Literatura Argentina y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y en los posteriores años peronistas, antes de fallecer, director de las Bibliotecas Populares, escribió el poema que aquí transcribimos, donde sin medias tintas expresa: “¡Vergüenza al argentino que no estuvo, en su hora, con el “tirano” criollo frente al gringo pirata!” |
Fuente: Carlos Obligado, El poema de la Vuelta de Obligado, Buenos Aires, El Ateneo, 1949, págs. 72-73. |
Campo de gloria Allá al fin de la Vuelta, donde ya por vez última Refleja el Paraná campesinas barrancas, Gira en hondos remansos, y sesgado al oriente, Por el dédalo isleño se desliza hacia el Plata, Viejo campo de gloria la heredad solariega Tiende en prados y bosques y tersura de aguas, Donde, pronto hará un siglo, combatientes heroicos Defendieron la Vía primordial de la patria. Si en defensa del paso, baterías ligeras Tuvo el jefe argentino que oponer a la escuadra, No apocó a sus valientes esa lucha imposible Del cañón de marina y el cañón de campaña. Y alza aquí su baluarte, cierra ahí nuestro río Con la triple cadena de su puente de barcas, Y contiene a las naves con tormenta de fuego Mientras queda un soldado, y un cañón, y una bala… ¡Pasa, quilla extranjera: será breve tu orgullo! Del arrojo tremendo, del martirio sin tacha, Diga sólo la Historia. “Fueron mil defensores, Y quinientos, aquí, para siempre descansan”… ¿Qué importa que los héroes arbolaran tu insignia, Roja Federación que ese día eras santa? ¡Vergüenza al argentino que no estuvo, en su hora, Con el “tirano” criollo frente al gringo pirata! Hoy, pacíficas naves van por ti, río inmenso, Y apoyáis altos muelles, nemorosas barrancas, Que a colmar las bodegas, para el hambre del mundo, Desde aquel llano fértil al canal se adelantan. Nada es eco de antaños, ni recuerda que un día Fueran campo de horror estos campos de gracia. Sólo, acaso, el labriego, su azadón virgiliano Mella en huesos antiguos y en herrumbre de armas. Ni más piden los bravos, su laurel ya ceñido, Pues cayeron en pro de la tierra sagrada, Y hoy, llamada a respeto, sabe la ávida Europa Que no es cosa de nadie nuestra próvida Pampa. Mas, la Patria no olvide que allanó a su bandera, Con derrota fecunda, la victoria cercana, Esa hueste indomable que luchó en Obligado Y que duerme a la sombra de una cruz solitaria… |
fuente: El historiador
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