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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

domingo, 14 de julio de 2013

dos de "miradas..."


Los intelectuales

Desde su nacimiento, el peronismo se convirtió en tema central de muchos análisis sobre la problemática argentina en los círculos intelectuales, generalmente en esos tiempos estudiosos provenientes de las elites acomodadas del país. Sin embargo esa intensidad, se le veía siempre desde afuera, como algo ajeno y extraño, en realidad imposible de aprehender en su exacta dimensión. De similar manera, salvo honrosas excepciones, eso ocurriría posteriormente con los intelectuales que provenían del exterior a estudiar el fenómeno político argentino y al peronismo en particular, de hecho muy original por cierto para la intelligentzia de los países centrales.
También es cierto que el peronismo con Perón en vida nunca obtuvo un apoyo importante de la élite intelectual argentina, de los “intelectuales tradicionales” como diría Gramsci. Salvo honrosas y ciertamente pocas excepciones, que confirman la regla, como Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos y otros de menor renombre, el peronismo carecía de una intelectualidad profusa en su dimensión social.
Pero avanzada la década del ’60, con el peronismo proscripto y el líder en el exilio, se comienza a transformar ese divorcio tradicional, especialmente desde las bases intelectuales, entre espacio intelectual y peronismo. En especial gran cantidad de jóvenes, tanto en círculos políticos como intelectuales, iban reconsiderando la oposición tradicional de los ámbitos del saber al movimiento nacional por antonomasia. La figura de John William Cooke, ex diputado peronista que llegaría a ser el delegado de Perón en el exilio, una mezcla interesante de político e intelectual –quizás lo más cercano a Gramsci dentro del movimiento peronista–, expresaba esta tendencia de acercamiento entre el campo del pensamiento y la acción del movimiento que luchaba de variadas formas por cambios en el país.
Incluso es muy interesante recordar que muchos intelectuales llegaban a razonar en principio que la experiencia populista era un mal necesario, para luego pasar a pensar que podía convertirse en un ingrediente indispensable de toda posibilidad de una política de cambio en la Argentina.
Ese proceso que hizo acompañar acríticamente a muchos al fenómeno Montoneros –gramscianos muy particulares como Juan Carlos Portantiero, entre otros–, a otros a criticarlo por ser un movimiento autoritario y elitista –intelectuales íntegros como Juan Gelman–, culminaría dramáticamente en el año 1976, con la llegada al poder de la dictadura cívico-militar terrorista. Las desapariciones y muertes de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo, entre otros intelectuales, pasarían a ser un símbolo de cómo el terrorismo de Estado puso la mira en las personalidades que desde la cultura acompañaban de manera militante los procesos de cambio social.
Con el advenimiento del kirchnerismo al gobierno la participación de la intelectualidad en la problemática política nacional ha ido in crescendo poco a poco hasta los tiempos actuales, en que el campo intelectual se expresa de manera importante y el debate intelectual se ha instalado con fuerza atravesando gran parte de la sociedad civil y política.
Si pensamos en el horizonte de ideas gramsciano, uno de los miembros del bloque histórico y social del cambio es en el presente el de la intelectualidad y miembros de la cultura en general. Como en otros procesos históricos transformadores, en diversas áreas del planeta, la incidencia del campo intelectual es imprescindible como actor en el proceso de generación de la hegemonía popular para un proceso de cambio.
Y nos estamos refiriendo a intelectuales tanto en el sentido amplio del término como a los llamados “orgánicos” –como lo era Rodolfo Walsh–. En estos dos sentidos los interpretaba Gramsci tomando el rol de los intelectuales en la sociedad. Respecto de los intelectuales en el sentido amplio, los señalaba como a todas aquellas personas o grupos que en los niveles del saber y la difusión trabajan por la homogenización de una determinada concepción del mundo, ligada a un bloque social y político en un momento histórico determinado.
El italiano instaba a elevar el caudal de intelectualidad activa, señalando:
“(...) trabajar constantemente para elevar intelectualmente estratos populares cada vez más amplios, o sea, para dar personalidad al amorfo elemento de masa, lo cual quiere decir trabajar para suscitar elites de intelectuales de un nuevo tipo, que surjan directamente de la masa y se mantengan en contacto con ella para convertirse en las ‘ballenas’ de la faja”.
Centrándonos en el desarrollo del campo intelectual en el país desde el año 2003 a la fecha hay que señalar el trabajo inicial del grupo de economistas que dieron forma al llamado “Plan Fénix”. Sus elaboraciones, desde los tiempos de la crisis del año 2001, tiempos de grandes incertidumbres en los caminos a seguir por la economía argentina, permitieron afrontar la coyuntura y el mediano plazo económico desde una perspectiva teórica que se afincaba en el keynesianismo y que colaboró de manera importante colocando el saber económico al servicio de las políticas de Estado.
En el año 2003, a poco tiempo de asumir, Néstor Kirchner intuye la necesidad de constituir un grupo de intelectuales que acompañen las políticas globales de gobierno, en tono con las ideas de Antonio Gramsci y visualizando seguramente la batalla cultural que se avecinaba con los sectores dominantes. Así se lo hizo saber, y le encargó la tarea de reunir un grupo de intelectuales, en charlas que mantenía en tono muy ameno en esos tiempos con el filósofo José Pablo Feinmann –los medios periodísticos lo denominaban el filósofo del Presidente–, que éste relata en su libro El flaco. Diálogos irreverentes con Néstor Kirchner.
Los intercambios entre ambos fueron muy interesantes en cuanto a las temáticas que rodean a las tácticas y estrategias que implica todo cambio político en una sociedad tan particular como la Argentina y también la problemática relación entre los políticos y los intelectuales. En estos intercambios de ideas subyace permanentemente la distinción que Gramsci plantea, dentro del campo de la intelectualidad, respecto de la importancia de los llamados “intelectuales orgánicos” en todo proceso de transformación política de una sociedad.
Los diálogos entre Kirchner y Feinmann cobran una dimensión especial cuando se produce un corte en la relación entre ambos allá por el año 2006. Feinmann ya había abusado de los medios periodísticos con frases fuera de todo contexto político realista como “Kirchner no debe ser peronista”, “Kirchner debe destruir el aparato justicialista”, “debe convocar a los asambleístas de 2001 y constituir una nueva fuerza política”, “la tarea prioritaria es terminar con el hambre”, y además había declarado que no le interesaba ser un intelectual orgánico sino simplemente ser un intelectual independiente y meramente crítico, como si la condición de intelectual no implicara ya esa característica ineludible de crítica a lo establecido, lo cual no se contradice centralmente con la función de un intelectual orgánico.
Ante esa situación, Kirchner le envía un correo electrónico al filósofo, muy ameno y afectuoso, donde le relata sus convicciones respecto a su política de transformaciones hasta la fecha y su necesidad de realismo y el rol que debieran asumir en el proceso de cambio los intelectuales comprometidos. En parte de ese texto, luego de relatarle detalladamente las principales medidas políticas, sociales y económicas inéditas y transformadoras que el gobierno había tomado en esos 3 años, el presidente, el político, le plantea al filósofo:
“(...) José Pablo, yo no soy Mandrake el mago. Soy apenas un ser humano que asumió la Presidencia de la Nación con el menor porcentaje de votos de la historia argentina, 22 por ciento, y en el momento más difícil de nuestra historia reciente. Acierto y me equivoco como cualquier ser humano. Vos sos una buena persona. No te voy a quitar méritos. A veces sos un intelectual brillante y otras veces opaco. Pero no olvides que también fuiste un militante político y como tal merecés un análisis más profundo y piadoso, pero siempre con los pies en la tierra.
Ser un intelectual no significa mostrarse diferente, tal como ser valiente no implica mirar a los demás desde la cima de la montaña.
Mi compromiso es el de siempre: gobernar, trabajar y administrar. Creo firmemente en mis convicciones y trato de llevarlas adelante con todas mis fuerzas, en el marco de la realidad que nos toca vivir. Los problemas de los argentinos no se resuelven a vendavales, sino gestionando todos los días.
Por eso creo que vos y yo no pensamos tan diferente, sino que tenés miedo. Miedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento, pero sólo la construcción colectiva nos reivindicará frente a la historia. Al fin y al cabo todos somos pasantes de la historia (...)”.

El político le exponía al filósofo la necesidad de abandonar el individualismo de “la torre de marfil” y sumarse a un proyecto colectivo, en definitiva, a la historia de un país a lo grande, cuestión que mucho tiene que ver con el concepto de “intelectual orgánico” de Gramsci y que hemos desarrollado en páginas precedentes.
Además, le reclamaba lo que a Gramsci lo había obsesionado desde muy joven y luego sería parte fundamental de su corpus intelectual y político. Estando en el cuarto curso de letras, año 1914, con 23 años, el Profesor Pastore le dictaba un curso sobre interpretación crítica del marxismo. El profesor afirma:
“(Gramsci) Quería comprender el proceso formativo de la cultura para los fines de la revolución: la practicidad decisiva de la teoría. Quería saber cómo hacer actuar el pensamiento (técnica de la propaganda espiritual), cómo el pensamiento hace mover las manos y cómo se puede y por qué se puede actuar con las ideas. Fueron éstos los primeros toques de mi concepción que le impresionaron. (...) En suma, Gramsci, excepcional pragmatista, se preocupaba entonces, sobre todo, de comprender a fondo cómo las ideas se convierten en fuerzas prácticas”.
Seguramente con estos motivos, que desvelaban a Gramsci, Kirchner había convocado al diálogo a Feinmann, a fin de sumar una relación virtuosa entre el político y los intelectuales comprometidos con el curso del país.
El tiempo le daría la razón a las intenciones y posibilidades que intuía Kirchner, sus ideas primigenias finalmente tendrían su concreción con la fundación del espacio Carta Abierta en el año 2008, del cual coherentemente no aceptó participar José Pablo Feinmann. Esta agrupación de intelectuales surge en momentos de gran confrontación política y social del Gobierno Nacional con las patronales agropecuarias por las retenciones impositivas al agro y destacó el concepto de las acciones destituyentes que orientaban a diversos sectores reaccionarios del país. Con pocos antecedentes marcó un punto fundamental en el proceso de agrupamiento y participación intelectual en apoyo al rumbo general del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, sin perder la dosis de crítica que caracteriza al campo de las ideas. Además, fundó la impronta de comenzar a recorrer un camino de síntesis entre los mundos de la política, de lo social y de lo intelectual, que desde hacía mucho tiempo no se veía en el mapa institucional argentino.
Como ocurre muchas veces, las ideas no toman forma hasta que la necesidad imperiosa no surge –en este caso la acción destituyente contra un gobierno que había sido electo democráticamente hacía pocos meses–y las coloca en el mundo de las concreciones prácticas.
En su primera Carta Abierta –el modo de expresión colectiva y pública de la agrupación–, luego de remarcar la importancia del momento político que la democracia argentina atravesaba, se expresaban los siguientes conceptos:
“(...) Tomar conciencia de nuestro lugar en esta contienda desde las ciencias, la política, el arte, la información, la literatura, la acción social, los derechos humanos, los problemas de género, oponiendo a los poderes de la dominación la pluralidad de un espacio político intelectual lúcido en sus argumentos democráticos. Se trata de una recuperación de la palabra crítica en todos los planos de las prácticas y en el interior de una escena social dominada por la retórica de los medios de comunicación y la derecha ideológica de mercado. De la recuperación de una palabra crítica que comprenda la dimensión de los conflictos nacionales y latinoamericanos, que señale las contradicciones centrales que están en juego, pero sobre todo que crea imprescindible volver a articular una relación entre mundos intelectuales y sociales con la realidad política.
Es necesario crear nuevos lenguajes, abrir los espacios de actuación y de interpelación indispensables, discutir y participar en la lenta constitución de un nuevo y complejo sujeto político popular, a partir de concretas rupturas con el modelo neoliberal de país. La relación entre la realidad política y el mundo intelectual no ha sido especialmente alentada desde el Gobierno Nacional y las políticas estatales no han considerado la importancia, complejidad y carácter político que tiene la producción cultural. En una situación global de creciente autonomía de los actores del proceso de producción de símbolos sociales, ideas e ideologías, se producen abusivas lógicas massmediáticas que redefinen todos los aspectos de la vida social, así como las operaciones de las estéticas de masas reconvirtiendo y sojuzgando los mundos de lo social, de lo político, del arte, de los saberes y conocimientos. Son sociedades cuya complejidad política y cultural exige, en la defensa de posturas, creencias y proyectos democráticos y populares, una decisiva intervención intelectual, comunicacional, informativa y estética en el plano de los imaginarios sociales (...)”.

El espacio Carta Abierta, mostrando la apertura de un colectivo intelectual que considera la autocrítica como necesaria y enriquecedora, aunque actúe como intelectualidad orgánica en muchos casos, también tuvo sus contradicciones internas, sus debates y sus críticas a las estructuras políticas afines. Carta Abierta tuvo desde su fundación variados debates internos, el que más se recuerda es el que se motivó en ocasión de la victoria de Mauricio Macri en las elecciones para la jefatura de Gobierno porteña frente al candidato del Frente para la Victoria (FpV), Daniel Filmus. Debate que motivó repercusiones perversas en los medios de comunicación tradicionales, como si el ejercicio enriquecedor de la autocrítica convirtiera a la agrupación en opositora a las políticas de gobierno.
El aumento progresivo de la participación de numerosos miembros de la diversidad del campo cultural argentino en manifestarse sobre el curso de la política nacional y algunos acompañando determinadas políticas de Estado, abonaron este camino de participación intelectual. En este proceso es fundamental detenerse en la sanción y aplicación de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que promete abrir un cauce profundo en el desarrollo del campo intelectual, con la apertura de nuevos canales de expresión y de diversidad de voces que garantiza la normativa y que augura renovar revolucionariamente el campo de la comunicación social en la Argentina.
Tan renovadores y profundos han sido los cambios introducidos en la cultura política desde el año 2003, que los mismos también repercutieron en las corrientes de ideas cercanas a otros parámetros ideológicos y de posicionamiento político, motivando un gran ascenso del debate intelectual con perspectiva política en el país.
El sociólogo y escritor Horacio González, uno de los fundadores de Carta Abierta, señala con respecto a esta apertura del debate intelectual:
“Estos grupos que se constituyeron airean mucho la vida intelectual de un país, lo sacan de la pesadez doctrinaria. A veces se escucha a personas hablar de política y parece que hablaran en un lenguaje de 1920,1940 o 1960. Estamos en un lugar de reinvención de los lenguajes políticos de la transformación argentina”.
En respuesta a Carta Abierta, y en oposición al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, surgieron grupos intelectuales ciertamente reaccionarios como “Aurora” –con una vida muy efímera– y con una intencionalidad supuestamente progresista como “Plataforma 2012”, espacio que reivindica la centralidad del rol crítico e independiente del intelectual como el único fecundo en la búsqueda de la verdad política y de los caminos que debe recorrer el país. Son los Benedetto Croce de la Italia de los tiempos de Gramsci, aquellos intelectuales que enmascarando su pertenencia ideológica se pretenden mostrar desde una “torre de marfil” pensando y pontificando con imparcialidad sobre la realidad del país y su futuro.
Es el caso de una de las líderes de “Plataforma 2012”, la ex particularmente “gramsciana” Beatriz Sarlo, que luego de un diletante recorrido político e intelectual a lo largo de su vida –similar al de sus compañeros “progresistas” del Club de Cultura Socialista– se convierte en una especie de Max Weber de la actualidad, por la manera en que racionaliza la dominación cultural, económica y política de los tradicionales factores de poder en la Argentina, dominación que hoy está cuestionada profundamente desde las altas esferas del poder gubernamental. Lo reconoce la misma Sarlo, cuando desde la tribuna del diario La Nación alerta a los poderes establecidos sobre el peligro del avance de la “hegemonía cultural kirchnerista” en términos evidentemente gramscianos. Escribe Sarlo, luego de describir las virtudes culturales de la elaboración de un candombe que acompaña las movilizaciones kirchneristas, llamado “Nunca menos”, en conjugación virtuosa con el “Nunca más” de la Conadep:
“Tengo, por primera vez, la sensación de que así se expresa una hegemonía cultural no simplemente en el vago sentido de llamar hegemonía a cualquier intento de dirección de la sociedad, sino a una trama donde se entrecruzan política, cultura, costumbres, tradiciones y estilos.
(...) Gramsci diferenció la hegemonía de la dirección impuesta verticalmente, de arriba hacia abajo. La hegemonía, en el sentido gramsciano, equilibra fuerza y consentimiento. La dominación resulta del solo ejercicio político; la hegemonía es producto de fuerzas sociales y culturales. No es simple coerción, aunque implica que el poder político intervenga en la vida cotidiana, dándole su forma cultural a la dominación. La hegemonía cultural no es siempre una marca autoritaria. Esto vale la pena aclararlo porque se la ha venido confundiendo. Es posible pensar en una hegemonía democrática, pluralista, como la que brevemente vivió la Argentina en los años ochenta”.

Y al mismo tiempo, en la crónica y análisis del último acto en el estadio de Huracán del kirchnerismo subrayó que, a diferencia de otros tiempos, el acto “no tuvo como protagonista a la ‘columna vertebral’ formada por los sindicatos, sino a la nueva columna vertebral: la de las organizaciones sociales y juveniles. El cambio de una a otra militancia indica un cambio de época”. Evidentemente un intento de aislar a los sindicatos y a los trabajadores del bloque social de apoyo al rumbo del Gobierno y subliminalmente enfrentarlos con la nueva militancia juvenil.
Gramsci escribía en su tiempo respecto de los intelectuales que abandonaban el movimiento socialista: “Hay diletantes de la fe, como hay diletantes del saber (...). Para muchos, la crisis de conciencia no es más que una letra vencida o el deseo de abrir una cuenta corriente”.
La protagónica participación de Beatriz Sarlo en la constitución del grupo “Plataforma 2012”, que se declara intelectualmente independiente, es una contradicción muy evidente de muchos que lucran con su supuesta independencia de criterio. Mientras Sarlo trabaja orgánicamente para los medios de comunicación monopólicos como la pata progresista de los mismos, y sus declaraciones son repetidas constantemente por éstos, el grupo “Plataforma 2012” declara sin reparos cuestionar a “algunos trabajadores del campo de la cultura (los miembros de Carta Abierta) a quienes hemos respetado y queremos seguir respetando pero que al colocarse como voceros del Gobierno han producido una metamorfosis en relación con su historia y su postura crítica”. Queda claro, como ocurre con los periodistas supuestamente independientes que dependen de las decisiones de empresas monopólicas de comunicación, que estos intelectuales plantean la independencia o las posturas críticas sólo respecto del poder político, mientras muchos de ellos dependen de empresas periodísticas o editoriales que cumplen un rol político cada vez más nítido en la sociedad.
Pero debemos reconocer que estos debates, estas confrontaciones de ideas respecto del rumbo que ha tomado el país son altamente gratificantes, y nos recuerdan a los valorados debates del pasado en el país entre Sarmiento y Alberdi o en el siglo XX entre los grupos de “Boedo” y de “Florida”. Además, son una oportunidad sin precedentes para que la intelectualidad afín al proyecto nacional y popular en vigencia profundice su actividad en todos los escenarios del debate nacional, dando forma a una auténtica “batalla cultural” que abra definitivamente las puertas a la elevación de la cultura política argentina y siente las bases intelectuales del proyecto nacional y popular en marcha.
Una muestra del rico período abierto en el debate intelectual lo mostró en el año 2011 la controversia acerca de la provocativa apertura de la Feria del Libro por parte del escritor ultraneoliberal Mario Vargas Llosa. Las opiniones del Director de la Biblioteca Nacional y fundador de Carta Abierta, Horacio González, respecto de esa participación, impulsó una movilización intelectual activa. La respuesta del establishment no se hizo esperar, llamó “piqueteros intelectuales” a quienes simplemente proponían un sano debate respecto de la envergadura de la participación del escritor peruano en un evento nacional tan importante como la Feria del Libro.
Como éste, muchos debates de características intelectuales se van abriendo paso en la sociedad. Es de desear que los mismos contribuyan a la cultura política y colaboren en la búsqueda de las señales más sustanciales del proceso social por el que atraviesa el país.
Néstor Kirchner, en diálogo con el sociólogo Torcuato Di Tela antes de asumir la presidencia de la Nación, afirmaba sobre la relación entre políticos e intelectuales:
“También me sedujo mucho su idea (la de Di Tella) de reducir la gran distancia que, a menudo, existe entre la ‘torre de marfil’ del observador científico de la política y el campo de batalla de la misma, donde el político libra su combate, donde se embarra las manos.
Pienso que es tan estéril el científico que elabora sus teorías aislado, sin bajarlas a la tierra, como el político que no se abre a estrategias y nuevos modos de actuar para resolver los problemas que se le presentan en su gestión”.




¿Nuevos tiempos coloniales?


Por 
Eric Calcagno. Diputado Nacional (FpV)
El episodio de la Fragata Libertad en Ghana y el bloqueo aéreo y secuestro del presidente Morales en Europa son hechos que Fernand Braudel podría situar en el “tiempo corto”, aquel de los acontecimientos. Con esa misma metodología, la situación de espionaje global y la crisis en cercano oriente caben en el “tiempo medio”. Quizá para entender de qué la va ese comportamiento de las grandes potencias que la Presidenta calificó con “se han vuelto definitivamente locos”, valga la pena un breve paseo por el “tiempo largo”, esa base histórica que permanece, varía poco y marca los comportamientos políticos y sociales. Hablemos de colonialismo.
El colonialismo clásico. Para las potencias imperialistas, el colonialismo es una técnica gubernamental incorporada a sus políticas nacionales. Tiene por objetivo llevar la mayor cantidad de riquezas a su gobierno de origen, a través del trasplante de parte de una sociedad en otra, definida esta última como inferior desde el punto de vista cultural, religioso, social, económico, militar o en el orden que se desee. Los genocidios que provoca esta política son presentados como inevitables: es “la dura tarea del hombre blanco” según la conocida frase de Kipling para caracterizar –y justificar– el imperialismo del Reino Unido. Así como lo demuestran los comportamientos de España y Portugal en sus épocas de esplendor, seguidos siglos más tarde por Bélgica y Francia, ejecutan el hecho colonial en base a su poder de Estado como eje de la explotación. Por su parte, el Reino Unido y Holanda matizaron esa acción, primero a través de empresas privadas que ocuparon el lugar del Estado imperial en los territorios sometidos, hasta que luego se establece un sistema de dominación mixto. En este caso, el gerente de la compañía deviene el representante de la corona.
La situación colonial necesita de una relación de dominación, que fue descripta por Maurice Godelier como una mezcla de violencia y consentimiento. La violencia está presente en cada momento del hecho colonial, pero para asegurar la permanencia en el tiempo de esa relación es preciso alcanzar una dosis de consentimiento, al menos entre las elites dominantes de los países dominados. Esa tarea puede exigir el exterminio, el sometimiento o la alienación de las civilizaciones o pueblos sometidos, según sea requerido para alcanzar el funcionamiento de la colonia y la satisfacción del imperio. Este funcionamiento alcanza altos grados de eficiencia cuando las propias elites locales que, por una variedad de intereses, desposan los valores y los objetivos del imperio que oprime a su propio país. De este modo, esas elites serán las que por efecto demostración, a través de argumentos –es bueno estar con los fuertes– o de fatalismos –no se puede hacer otra cosa–, puedan alienar al conjunto de sus sociedades y ponerlas en funcionalidad política y económica al servicio de la metrópoli.
El colonialismo contemporáneo. Las masacres que entre sí mantuvieron ocupadas a las grandes potencias durante la primera mitad del siglo XX, así como sus recurrentes crisis económicas, dieron lugar en los años ’50 y ’60 a la descolonización de África y Asia. Lejos de ser un proceso homogéneo o completo, las nuevas naciones heredaban las fronteras coloniales, cuando no el propio idioma del conquistador. Desde entonces, aceptado internacionalmente el principio de “libre autodeterminación de los pueblos”, la problemática para los países colonialistas pasó a instrumentar la neutralización de tal idea. Salvo en casos patentes y gravosos para los países imperiales –como fueron Cuba, Argelia o Vietnam–, ya no se trataba de desplegar flotas y ejércitos. También habían variado los ejes de la dominación. En efecto, ya no se busca sólo la apropiación de las materias primas en las colonias y hacerlas fungir de mercado para los productos elaborados en la metrópoli sobre la base de monopolios de producción, distribución y consumo, como vimos en el colonialismo predatorio clásico. El eje de explotación pasa entonces por asegurar el beneficio económico mediante el libre flujo de capitales: es en base a la exportación y movilidad de esos capitales que se ejerce el colonialismo hoy. Hilferding sostenía que el control financiero nacido de la fusión del capital industrial y el capital bancario establece los monopolios u oligopolios necesarios para establecer la división internacional del trabajo. El instrumento contemporáneo idóneo fue el endeudamiento externo.
De este modo, varían los medios pero no los objetivos. Tampoco parecen ser hoy los Estados de los países imperiales los únicos jugadores que están asociados con su sector privado; a menos que sea la inversa. Ese control financiero tiene su comité político en los gobiernos de las grandes potencias, que deben asegurar el libre flujo de capitales y disciplinar a los díscolos. En el caso de las materias primas, como el petróleo, bueno será el colonialismo a la vieja usanza, con el aditivo de empresas de construcción, espionaje y consultoras que sub-contratan con sus potencias coloniales las bajas obras que ejecutan en los países conquistados. Si la situación es de esencia financiera –una crisis de deuda, por caso– aparecerán en escena organismos dizque internacionales (junto con calificadoras de riesgos, fondos buitre), además de las elites locales que horadarán la legitimidad de gobiernos populares mediante corridas, escaseces y rumores varios. Lo importante, como siempre, es que el excedente económico pase del sur al norte, si no ya en galeones, al menos como simple fuga de capitales hacia paraísos fiscales... controlados por las mismas potencias. Todo se tranquiliza cuando el país en cuestión acepta poner su economía bajo tutela: será serio, respetable y respetado por los imperios. A cargo del gobierno local, entonces, la dosificación entre violencia y consentimiento necesarios para asegurar el imperialismo en tiempos de internet.
En provisoria conclusión, digamos que cuando se examinan los principios y el funcionamiento del colonialismo desde hace cinco o seis siglos, veremos que se repiten los patrones de comportamiento de las potencias imperiales. En cada situación, adecuada a las condiciones locales, son los mismos intereses y similares procedimientos, directos o indirectos, las mismas necesarias complicidades a nivel local. Es por ello que, por baladí que parezca, cada afrenta a la soberanía nacional de los países libres pone de inmediato en juego la totalidad de los crímenes cometidos antaño y ahora, como asimismo nos atañe a todos. Aunque sean 13 horas en Viena. Este continente y sus pueblos han sufrido demasiado para permitir siquiera la más leve afrenta. Quien califique al Presidente Morales de “kolla de mierda” se ha definido a sí mismo más que definir a Evo, como también establece su campo de pertenencia, imaginaria o real. También nos define a nosotros, que en el campo popular decidimos combatir el colonialismo bajo todas sus formas, desde lo individual hasta lo colectivo, desde lo territorial hasta lo nacional. El opuesto de colonia es esa Patria Grande cuya esencia es el otro, ese otro que por diferente, por díscolo, el imperialismo en sus variadas formas vulnera y que nosotros defendemos palmo a palmo. ¿Difícil? Quizá peor. Pero para las grandes personas están hechas las grandes tareas: Juana Azurduy, por cierto, es descendiente directa de Juana de Arco.

fuente: Miradas al Sur

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