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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

viernes, 28 de junio de 2013

PERÓN LO LLORA AL CHE


...  de los puntos más brillantes en
la ensayística de Cooke es el que se
centra en el concepto de
burocracia. Pocos como él lo
analizaron con tanto rigor. No fue
casual: pensaba que la burocracia era el cáncer del
peronismo. Algo muy parecido pensaba Evita.
Solía decir: el burócrata es el que se sirve de su
puesto para beneficiarse a sí mismo, no para
beneficiar al pueblo. Hay aquí una diferencia
entre la mujer pasional y el ideólogo formado por
Marx y por Sartre. Evita, para definir al burócrata,
centrará el tema en la ambición. Lo cual es
indiscutible. Pero Cooke lo centrará en la
ideología. Lo burocrático es una categoría
ideológica. El burócrata se empeña en definir al
peronismo como policlasista.Insiste, así, en que no
debe ser clasista. Cooke señala que hay aquí una
deliberada, perversa confusión: el Movimiento
peronista tiene una composición policlasista. En un
frente de lucha, o, por decirlo más claramente, en
la lucha antiimperialista que emprende el
Movimiento, el policlasismo funciona, pues suma
a todos aquellos sectores objetivamenteenfrentados
al imperialismo. Pero no hay que confundir el
policlasismo del Movimiento como frente de
lucha con su ideología. El burócrata cree que hay
ideologías policlasistas o neutras. Ideologías en las
que entra todo lo que políticamente entra en un
frente táctico de lucha. No es así. El Movimiento
puede ser policlasista pero su ideología no. La
ideología del Movimiento es: 1) O la ideología
reaccionaria o reformista de la burguesía; 2) O la
ideología revolucionaria del proletariado.
Lo que Cooke busca demostrar (sobre todo en un
texto brillante como Peronismo y revolución) es que
lo que define al burócrata es negarse a hacer del
peronismo un movimiento revolucionario. Para
lograrlo, busca identificar la composición policlasista
del Movimiento con su ideología. Una ideología
policlasista no es revolucionaria. Es una ideología
“neutra” destinada a expresar a todas las clases que
actúan en el Movimiento, al intentar expresar a
todas no expresa a ninguna y menos aún a la ideología del proletariado, cuya diferenciación de la burguesía debe ser muy clara. Este es un punto de excepcional importancia en lo que diferenciaba a Cooke de Perón. Perón tiene lo que para Cooke es
la ideología del burócrata. Perón jamás le daría al
peronismo “la ideología revolucionaria del proletariado”. Al criticar al burócrata Cooke critica la orientación ideológica que Perón da al Movimiento.
Lo que aquí centralmente sucede es que Perón
está al frente de un Movimiento, y Cooke le está
pidiendo que ese Movimiento tenga la ideología de
un partido de extrema izquierda. Perón podría
decirle: “Con lo que usted me propone yo sólo
armo un partido de izquierda. No armo un movimiento”. Cooke le diría: “Si el peronismo expresa a
la clase obrera argentina tiene que tener la ideología
revolucionaria del proletariado”. Perón le diría:
“Pero esa ideología, para usted y para cualquiera, es
el marxismo. Y yo quiero que el peronismo sea un
movimiento nacional, no un partido marxista”.
Perón está siendo fiel a la tradición y a la historia
del peronismo. A Cooke le irrita esa indefinición
ideológica. Quiere para la clase obrera peronista la
ideología de esa clase. Pero (y he aquí la cuestión),
¿es el marxismo la ideología de la clase obrera peronista? Lo es de la clase obrera. Pero Perón no puede darle a la clase que define el rostro de su Movimiento una ideología marxista porque él, que es el líder de ese Movimiento, no es marxista. Cooke busca
presionarlo y producir el ansiado “giro a la izquierda” del peronismo. Pero Perón sabe que la masividad del peronismo, su componente nacional, lo es porque él ha sabido no ser “sectario ni excluyente”.
Hay que sumar. “Si llego sólo con los buenos, llego
con muy pocos.” Cooke habrá de pensar que será
mejor tener claridad ideológica, ser menos pero ser
buenos y saber claramente lo que se quiere que continuar siendo el gigante invertebrado y miope que,
para él, es el peronismo.
Estas posiciones diferenciadas se explicitan en un
corpus notable y único en la literatura política
argentina. La Correspondencia Cooke-Perón. La editorial Granica la publica en 1972. El impacto sobre la militancia es enorme. El libro se transforma en un best-seller. Pese a ser tan abundantemente leído, no hay mayores debates sobre él y pareciera que las conclusiones que se desprenden de él no pudieran ser
asumidas sobre los militantes de la Tendencia. Más
claras no podían estar las cosas. Todo lo que se venía
estaba en la Correspondencia entre Perón y Cooke:
Perón se negaba al giro a la izquierda. Había dado
señales, bien en su estilo, porque necesitaba mantener cautivos a sus aguerridos militantes de izquierda.
Con ellos, golpeo. Con los otros, con los políticos,
con los sindicalistas, negocio. Con respecto a “los
muchachos”, el proyecto de Perón es que él se ha
aggiornado. Que el peronismo ha cumplido una primera etapa entre 1946-1955, que en ella él pudo
“haber sido el primer Castro de América” y que fracasó ese intento. Jamás explicitó muy bien Perón
por qué. Pero, para haber sido el primer Castro de
América, tendría que haber hecho lo esencial que
Castro hizo para ser, él sí, el primer Castro de América:
declararse marxista e iniciar un proceso revolucionario.
Perón hace los gestos necesarios para fortalecer
esta imagen del populista que se ha aggiornado, del
mero intervencionista de Estado que ahora sabe que
es el momento del socialismo, y da todo tipo de
señales, que los combativos asumen con entusiasmo
y los conciliadores, los burócratas entre la cautela, la
desazón y la incredulidad. Conocen al Viejo y saben
que es una máquina de emitir significantes. O mensajes que incluyan a todo el mundo. Lo patético entre Cooke y Perón es que éste quiere aglutinar a todos y tiene, en efecto, una carta, una cinta grabada para que nadie se quede sin su cobertura política
y Cooke quiere un partido marxista revolucionario.
Con una ideología revolucionaria que, en ese
momento, en los años sesenta, no era otra que el
socialismo. Y, en América latina, el socialismo cubano. Anticipándonos: Cooke lo quiere a Perón en
Cuba. Eso le importa más que cualquier lucubración ideológica. Ese acto poderoso barrería con todas las vacilaciones ideológicas. Igualmente (aunque se obstina en no viajar a Cuba), escribe cartas
memorables con motivo de la muerte del Comandante Guevara. El texto que vamos a leer es muy posible que Perón se lo haya dictado a López Rega y que el monje umbandista lo haya copiado fielmente, con el entusiasmo que ponía en todas las tareas
que le daba el general. La carta dice así: “Compañeros: Con dolor profundo he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. Quienes hemos abrazado este ideal, nos sentimos hermanados con todos
aquellos que en cualquier lugar del mundo luchan
contra la injusticia, la miseria y la explotación (...).
Hoy ha caído en esa lucha, como héroe un héroe, la
figura más extraordinaria que ha dado la revolución
en Latinoamérica: ha muerto el comandante Ernesto ‘Che’ Guevara”.
“Su muerte me desgarra el alma porque era uno de
los nuestros, quizás el mejor(...). Su vida, su epopeya,
es el ejemplo más puro en que se deben mirar nuestros jóvenes, los jóvenes de toda América Latina (...)
El Peronismo, consecuente con su tradición nacional y popular y con su lucha, como Movimiento,
Popular y Revolucionario, rinde su homenaje emocionado al idealista, al revolucionario, al Comandante Ernesto ‘Che’ Guevara, guerrillero argentino muerto en acción empuñando las armas en pos del triunfo de las revoluciones nacionales en Latinoamé-
rica.” Juan Domingo Perón. En otro fragmento afirma: “Las revoluciones socialistas se tienen que realizar”. Soplaban estos vientos. Perón se sumaba a ellos. La izquierda del movimiento, feliz. La derecha IIpreocupada, ¿qué le pasa al general, se volvió comunista? Y los militares y los curas cerraban filas: “Ese
loco aquí no vuelve más”.

ESPAÑA O CUBA

Cooke, por su parte, desde por lo menos 1962 y
antes, desde el estallido de la Revolución Cubana,
hecho que marcó su vida, le pide a Perón que regrese a América latina. Que abandone la España de
Franco. Que Castro lo recibirá y su presencia en el
continente dinamizará la Revolución, tal como lo
había iniciado la Revolución Cubana. Perón lo
escucha.
Cooke precisa los puntos de diferencia: “Lo cierto es que con la mira puesta en distintos objetivos,
existe una bifurcación de pensamientos en cuanto a
los medios de alcanzarlos. Y que se debe a la distinta ubicación geográfica: Las conclusiones son distintas
según el ángulo de visión sea España o Cuba. ¿Acaso
porque es usted ‘occidentalista y cristiano’, como
dicen los manijeres de la claudicación? Aparte de
que ese infundio no tiene fundamento, Ud. se ha
ocupado expresamente de difundir la mendacidad
de los slogans ‘occidentalistas’” (Perón-Cooke,
Correspondencia, tomo II, Ibid., p. 551. Cursivas
mías). Y aquí viene la arremetida más poderosa de
Cooke: “Cada vez que Ud. analiza la situación del
mundo, demuestra que el estar en España –con los
consiguientes perjuicios de la falta de informaciones, de tener que manejarse con datos parciales y deformados– no le impide seguir perfectamente la evolución histórica contemporánea y ubicarnos en
la coyuntura actual. Como político –y hasta como
experto en estrategia– está seguro sobre cuál de los bloques mundiales tiene una correlación de fuerzas favorables y cuál va derechito a la liquidación” (Correspondencia, Ibid., p. 551, Cursivas mías). “Derechito a la liquidación”: era la fe de la época. Cuidado:
que nadie se sienta superior a Cooke porque no
adivinó el futuro o porque se equivocó en las tendencias de la historia. Todos se equivocaban por ese entonces. Y en gran medida porque confundían el desarrollo de los hechos históricos con el desarrollo de sus deseos. Nadie puede luchar, arriesgar la vida y hasta morir sin una esperanza sólida que lo impulse. Yo no me considero más sabio que Cooke porque escribo desde el 2008 y tengo todo el fracaso, toda la catástrofe ante mi vista. Los perros vivos no pueden sentirse superiores a los leones muertos.Cooke
trabajaba sobre una hipótesis de hierro, una hipótesis fundamentada por los tiempos: el mundo marcha
hacia el socialismo. Pocas veces el desarrollo necesario de un proceso histórico se había instalado como
entonces. Pocas veces se instauró en la Historia un
devenir tan lineal y necesario: nada podía impedirlo. Estaba en la dialéctica interna de los hechos. Es más: eso era la dialéctica. Que la Historia no se detenía y que avanzaba hacia el socialismo negaría la etapa capitalista e iría instalando en cada país los
sistemas socialistas de liberación. Esa lucha era
hegemonizada por el Tercer Mundo. Sartre, en el
Prólogo al libro de Fanon (que aún no hemos estudiado), decía: “La descolonización está en marcha.
Lo único que pueden hacer nuestros mercenarios es
demorarla” (cito de memoria). No frustrarla, no
impedirla, no aniquilarla. Sólo demorar un proceso
que estaba inscrito en el corazón de los hechos.
Nada podía detener la revoluciones del Tercer
Mundo. Se ignoraba que el imperialismo tenía
total conciencia de estos hechos. Que sabía que las
luchas calientes de la Guerra Fría se libraban en la
periferia y que estaba dispuesto a impedir las ambiciones del Tercer Mundo. Pero, ¿qué podría hacer
si se empantanaba en Vietnam? Si, además, la
Unión Soviética ganaría la Guerra Fría, ¿de dónde
sacaría fuerzas para frenar un proceso que respondía al avance de la historia? Esta certeza en el avance de la historia fue un error teórico grave. Lo alimentaba la idea de la dialéctica: la dialéctica es una lógica de la finalidad. Todos los hechos que se producían se encadenaban dialécticamente y llevaban a
un mismo fin, a una misma totalización, a la superación revolucionaria de todas las contradicciones
burguesas. Era una metafísica de la historia. Hegel y
Marx había anunciado esa necesariedad de los
hechos, la inmanencia de su desarrollo dialéctico.
Hegel había divinizado la Historia. Y Marx aceptó
el esquema por el cual el proletariado victorioso
suplantaría a la burguesía. Lo que él y Engels, en
sus escritos finales, complejizan y ven mucho más
arduo de lo que parecía, no es tomado por los revolucionarios del siglo XX. A la izquierda le era sustancial la idea de progreso. Más rápido o más lentamente, el capitalismo habría de caer y la lucha de los pueblos era fundamental para que eso ocurriera.
Porque si algo tuvo claro la izquierda latinoamericana fue que no era cuestión de sentarse a esperar
que estallaran las contradicciones del capitalismo.
No: la praxis militante y la praxis armada era fundamentales. Y si no, ahí está esa frase de Cooke que
levantaba el ánimo combativo de los jóvenes militantes: “Un régimen nunca se cae, siempre hay que
voltearlo”.
En medio de todo esto, desde Madrid, Perón,
que no quería una revolución socialista sino un proyecto nacional y popular que integrara a la mayor
cantidad posible de argentinos a un país más justo,
más distributivo, con un Estado que velaría por los
pobres, lejos estaba de proponerse medidas socialistas de expropiación de la tierra, de enfrentamientos
inconciliables con Estados Unidos y con una acción
coligada con la Cuba de Castro, algo que implicaba
una adhesión inmediata al bloque soviético del cual
Cuba era parte evidente y que había provocado las
iras del Che. Acaso Perón (al ser el Gran Estratega
que Cooke le reconocía que era) no veía para nada
que el Imperio Norteamericano fuera “derechito a
la liquidación” y no quisiera alinearse bajo la égida
cubana. Por otra parte, ¿por qué habría de subordinarse a La Habana el líder del movimiento de masas
más numeroso de América latina? Cooke llevaba
una lucha perdida y probablemente equivocada.
Aunque, es cierto, él hacía lo que tenía que hacer.
Ya era un revolucionario cubano. Su misión (y lo
que seguramente le había prometido u ofrecido a
Fidel) era llevarlo a Perón al frente latinoamericano.
Pero no tenía sentido. Perón se enfrentaba al poder
en la Argentina. Ese poder era muy superior al que
Castro había volteado. Necesitaba una tropa mucho
más poderosa y variada, que atacara en muchos
frentes. Perón, en Cuba, habría tenido que decidirse
por una sola opción. Por la extrema, por la radical.
Por la que Cooke le pedía: “El peronismo debe convertirse en un partido de extrema izquierda”. Perón,
en Madrid, era un líder latinoamericano en el exilio
europeo (aunque fuera la muy poco prestigiosa
España de Franco) y eso lo mantenía alejado de
todas las facciones. Le daba la distancia que él necesitaba. En la que se sentía cómodo. Seamos claros:
Perón, en Cuba, al primero que habría sorprendido
sería al propio pueblo peronista. ¿Cómo, no éramos
peronistas nosotros? ¿Ahora somos castristas, comunistas? ¿Qué le pasa al general? ¿A la vejez viruela?
Nosotros lo esperamos y lo queremos porque es
Perón, porque es peronista, como nosotros. Porque
es el general del caballo pinto. El general al que no
se le cae la sonrisa. El que alza los brazos a lo campe-
ón. El que dice “Compañeros” desde el balcón de la
Rosada. A ese Perón, Cooke quería ponerle una
barba cubana.

EL PRISIONERO DE
PUERTA DE HIERRO

Sin embargo, es necesario tomar en cuenta –con
toda seriedad– el punto de vista de Cooke. No lo
quiere a Perón en Europa. Le pone un nombre a lo
Alejandro Dumas: El prisionero de Puerta de Hierro.
Aunque Cooke no sabe hasta qué punto está en lo
cierto, aunque en esta calificación ni piensa (porque
lo ignora) lo que realmente implica esa cárcel en la
que ve al líder de los trabajadores, es bien cierto que
IIIpareciera una premonición estremecedora la de su
definición. Cooke le dice al general que es el prisionero de Puerta de Hierro porque ese exilio europeo lo aleja de una visión cercana, concreta, vivencial de los sucesos revolucionarios de América latina. Cierto. Pero (maestro, Cooke: ¡si usted lo
hubiera sabido!) la verdadera prisión era otra. El
prisionero de Puerta de Hierro era preso de carceleros más mínimos, domésticos, mediocres, miserables y sanguinarios. Perón no está preso por acontecimientos de un continente que le impedían ver los de otro, los del suyo. Estaba preso en las
mazmorras de López Rega, de Isabel, de Lastiri, de
la P-2, de una derecha que nadie sospechaba. Que
nadie imaginaba. Ante tan grotesca, penosa realidad, los análisis de Cooke son de un refinamiento
excepcional, no sólo porque en sí mismos lo son,
sino porque, al contrastarlos con la realidad pavorosa, macabra y farsesca que vivía Perón, semejan a
un brillante teórico de la política escribiendo desde
América latina cartas dignas de Montesquieu o de
Maquiavelo o de Rousseau a un general que vive
inmerso en un drama cuya trama esbozó Corín
Tellado, cuya sangre y cuya crueldad introdujo el
Marqués de Sade, cuyos laberintos secretos, cuya
estética esotérica y de puertas cerradas añadió Rasputín encarnado en un clown paranoico y asesino,
un Eusebio sanguinario que divertía a un Rosas
cansado, viejo, demasiado sensible a sus bromas,
incapaz de discernir que no lo eran sino que eran
planes de masacre, o capaz de hacerlo pero sin
fuerzas para impedirlo ni demasiadas convicciones.
A este general, desde Cuba, desde la isla que expresaba en América, en ese momento, a poco tiempo
de Bahía de Cochinos, los sueños de toda la
izquierda revolucionaria, Cooke le escribía: “Esta
es la manera que se me ocurre para definir su
situación actual. No le estoy diciendo nada que
ignore, pero la estrechez de su encierro es todavía
mayor de lo que me parece, y justifica que emplee
lo que parece un título para novelas para Alejandro
Dumas”.
“El nudo de la diferencia entre su modo de ver
las cosas y el mío está aquí, de que mi angustia y la
pasión con que hablo de renovar totalmente nuestra política no es por desacuerdo con lo que Ud.
hace sino porque considero que estamos dejando
de hacer todo lo que es posible y necesario para
acercarnos a nuestros objetivos”.
“Ud. hace maravillas con las cartas que tiene,
sabiendo que son formas tangenciales de apoyo a
una tarea que no puede ser sino insurreccional.
Mi pregunta es: ‘¿Y no hay otras cartas de verdadero valor, cartas que sean de verdadero triunfo
para la revolución nacional?’ (Perón-Cooke,
Ibid., p. 555/556). Salga de su encierro, clama
Cooke dramáticamente. Y aquí hay elementos
muy importantes que empiezan a jugar a su
favor. Cooke no habla solamente de Argentina y
las masas peronistas, educadas en el Estado de
Bienestar. Está hablando de todo un amplio
movimiento insurreccional que se está dando
internacionalmente y del que Perón (inmerso en
el ajedrez argentino y la conducción de sus buró-
cratas) no tiene la menor idea. Escribe: ‘Hay en el
mundo nuevos movimientos, nuevas relaciones
entre pueblos y partidos, nuevos líderes que surgen y vienen perfilándose en el seno de sus naciones. El conocimiento que Ud. tenga será siempre indirecto y no reemplaza, ni cuantitativa ni cualitativamente, la aprehensión viva, directa, permanente que sólo le puede dar la relación inmediata con el proceso y sus actores”.
Observen la desesperación del siguiente texto de
Cooke. Pensemos si no tiene razón. ¿Sólo al general del caballo pinto quieren las masas argentinas?
Pero, caramba, la historia está yendo más allá de
ese pintoresquismo. La liberación de los pueblos
no pasa por un paternalismo de estampita. Que al
general se lo viera pintón arriba de un caballo no
va a llevar a los pueblos a romper con sus ataduras
ni a participar de las revoluciones que están en
camino en el resto del mundo: “¿Y cómo es posible que el líder de las masas argentinas no conozca
en forma directa –personal, si es posible– el pensamiento de Ben Bella, de Sekú Torué, de Nkruma?
¿Que no esté en relación directa –no formal ni
protocolar– con Nasser, con Tito (...). Pero Ud.,
que dirige un sector vital de ese frente revolucionario extendido en todo el planeta, está aislado, segregado (...). Por eso le digo que es el prisionero de Puerta de Hierro. Está limitado en sus elementos de juicio, obligado a descifrar la realidad de entre
un aluvión de falsedades, a extraer la verdad desde
indicios parciales e informes fragmentarios (...).
Está limitado, en fin, en su libertad para operar.
Tiene que ver el mundo por una ventanita, actuar
desde una reclusión, permanecer como rehén”
(Perón-Cooke, Ibid., p. 557). Pensemos, aquí, la
otra reclusión de Perón: la de su círculo íntimo. A
López Rega adueñándose cada vez más de su persona. Recibiendo y hasta abriendo su correspondencia. Apropiándose del poder de decidir quién habría de ver al general y quién no. Y algo que
pocas veces hemos mencionado, algo que pareciera
indigno de entrar en los límites de la reflexión, de
ser tomado en serio al pensar la historia: el mísero
Eusebio, el aprendiz de Rasputín, Lopecito era
quien le hacía los masajes de próstata al general.
De esta cárcel era también prisionero Perón. Una
de las frases que le destina Cooke lo resume todo.
Tiene la potencia con que escriben los que saben y
los que saben pensar: “Porque Ud. no está en Occidente, sino en Santa Elena” Y continúa: “No crea que le estoy haciendo
un escrutinio psicológico. Ya he señalado que el
medio ambiente no le embota las facultades intelectivas ni la sensibilidad. No dejará Ud. de comprender el problema de los argentinos, de los cubanos o de los indonesios. Lo imposible es que capte la ‘vivencia’, que sólo da el contacto concreto, el
intercambio con hombres y partidos. Es como si
Eisenhower hubiese dirigido y planeado el desembarco de Normandía desde un campo de concentración alemán” Brillante. Qué escritor era Cooke. Dónde están estos
tipos. Nos hemos ido al demonio, a la mismísima
mierda. Hoy es inimaginable un pensador político
de la talla de Cooke en la Argentina. Hay dos o
tres pensadores políticos para tomar en cuenta. El
resto es basura de cagatintas que creen saber pensar. Un barullo fascistoide y petulante y sometido
a poderes fácticos poderosos. El mundo de Cooke
se hizo añicos. Hoy vivimos en medio de los restos
patéticos de ese mundo que él describe, que le despertaba esas esperanzas y alimentaba esa prosa. Le
escribe a Perón: “Ud. no es un exiliado común: es
un doble exiliado. Exiliado de su Patria y exiliado
del mundo revolucionario donde se decide la historia y donde tiene sus hermanos de causa”.

PERÓN-COOKE: EL FIN

Cooke escribía inmerso en una certeza hoy
perdida: la historia todavía podía ser decidida. Se
podía hacer algo con la historia. La visión del
futuro no era sólo la del apocalipsis, o principalmente. Había pueblos que se rebelaban y lo hacían en busca de su dignidad. De aquí que él propusiera el encuentro del peronismo con la lucha de esos pueblos. Como esa lucha era una lucha de
la izquierda revolucionaria Cooke le pide, coherentemente, a Perón un “giro a la izquierda” del peronismo. “Lo que la prensa llamó ‘giro a la izquierda’ no es más que el desenvolvimiento lógico de
nuestros presupuestos teóricos y de nuestra
acción práctica. El programa de Huerta Grande compendia, en un
abanico de soluciones, un pensamiento central
coherente. En lo internacional esto se complementa para afianzar los vínculos con el campo socialista”.
Ese afianzamiento, para Cooke, sólo puede realizarse por medio de la unión con Cuba. Cuba está en América. Perón necesita a Cuba. Y Cuba necesita a Perón. Escribe Cooke: “Cuba es el único
país de América donde al peronismo se lo respetó
y no sufre campaña de propaganda en contra. Los
discursos de Fidel nos mencionan elogiosamente,
la televisión y la prensa difunden nuestro mensaje
y nuestros triunfos. Los equívocos iniciales desaparecieron por completo y se nos valora como corresponde”
(Perón-Cooke, Ibid., p. 570, cursivas mías). Cooke,
ya hacia el final de la correspondencia, pareciera
apresurarse. No hay tiempo que perder. La historia
no espera. Perón tiene que estar ya en América
latina. Porque, sencillamente, no ha concluido su
obra: “La adversidad hizo que quedara a mitad de
camino en 1955; la fortuna quiere que, en 1964,
todavía cuente con las masas capaces de acompa-
ñarlo en la liberación nacional que no tiene otro
abanderado posible” (Perón-Cooke, Ibid., p. 582).
Aquí se presenta un problema. Perón retorna
hacia fines de 1964. La carta de Cooke que acabamos de citar es de agosto. Faltaban un par de meses. Perón es interceptado en El Galeao y difunde algunos de sus comunicados más virulentos.
Cooke, poco después, dirá su discurso en Córdoba, a la FUC, y escribirá su célebre Informe a las bases. El, sin duda, lo quería en la isla de Castro.
Pero Perón vuelve a la Argentina. Este es un punto
misterioso en la historia del peronismo. ¿Volvía a
ponerse al frente de la lucha? ¿A que lo tomaran
preso, tal como iba a ocurrir? ¿A exigir elecciones
libres? ¿Sabía que habrían de detenerlo en El Galeao y fue un gesto de apriete? ¿Una compadrada histórica? ¿Se habían organizado comisiones para recibirlo? ¿Se había movilizado al pueblo? La conmoción interna que provoca “este” retorno nada
tiene que ver con la que provoca el de 1972, que
obliga a un impresionante despliegue militar y a
una pueblada que pone el pecho a las balas de
goma y cruza el río Matanzas. ¿Por qué Cooke no
se da por satisfecho con este retorno? La cuestión
es que, dos años después, desde La Habana, desde
el lugar al que no había dejado de insistir tenía que
emigrar Perón, le escribe las frases de la ruptura,
las que dan fin a la correspondencia: “Mis argumentos, desgraciadamente, no tienen efecto: Ud.
procede en forma muy diferente a la que yo preconizo, y a veces en forma totalmente antitética.
Pero aunque Ud. sea invulnerable a mis razones,
lo que indudablemente me reconoce es que no
tengo reservas en exponerlas, que soy claro en mis
puntos de vista y que, las pocas veces que le escribo, comienzo por demostrarle mi respeto al no hacerme el astuto, disimular propósitos o disfrazar
concepciones. Lo mismo ocurre con mi conducta
política” (Perón-Cooke, Ibid., pp. 622/623).
El retorno por El Galeao no era el que Cooke
quería. Era apresurado y sería, como lo fue, sencillamente abortado. Cooke tenía otro sueño: imaginaba a Perón en Cuba porque juzgaba que el prestigio del general argentino que tenía detrás al más grande movimiento de masas de América latina
consolidaría la obra de Castro. Además –y atención a esto– Cooke siempre consideró que Perón estaba mal informado. De hecho, cuando Perón por fin regresa el maldito 20 de junio de 1973,
dice, en su discurso del día siguiente: “Conozco
perfectamente lo que está ocurriendo en el país.
Los que crean lo contrario se equivocan” (Baschetti, Ibid., volumen I, p. 106). Esta “atajada” es sospechosa. ¿Para qué aclarar que conocía lo que pasaba en el país si no fuera porque muchos pensaban que no sabía nada o sabía poco por su largo
exilio. Cooke pedía que se diera un baño de realidad latinoamericana pero desde Cuba. Lo quería
inmerso en las luchas de América latina y en las
del Tercer Mundo.
Hemos dado tan largo desarrollo a este tema
porque John William Cooke es una de las más
puras personalidades que el peronismo ha dado.
Porque Perón le otorgó una importancia excepcional: delegado absoluto, delegado personal, jefe del
Movimiento en la Resistencia y ese inmenso epistolario que con nadie, ni remotamente, mantuvo.
¿Qué lo llevó a cambiar tantas cartas, durante
tanto tiempo, con un hombre que era tan distinto
a él? Desde el comienzo se veía ya la divergencia de
los dos pensamientos. Cada carta, se decía en 1972
cuando Granica editó el libro, es una clase de polí-
tica. Si no es así, no le anda lejos. Hay grandes textos en ese epistolario. Y es la historia de un desencuentro. Cooke, dijimos, muere en 1968. Su compañera, Alicia Eguren, muere en la ESMA. Cooke, conjeturamos, habría sido una de las primeras víctimas de la Triple A. ¿Dónde se habría tomado la decisión de su muerte? Si en vida de Perón, cerca de él. No la habría tomado él. Pero el aparato parapolicial que se había armado bajo su mirada
(bajo su “desaprensión”, como él había dicho de
Bidegain y Troxler ante las acciones del ERP)
actuaba impunemente en sus cercanías. De modo
que, probablemente, Perón, algo alejado, leyendo
el diario del día o algún libro, escuchara surgir de
una reunión que, ahí nomás, tenían Almirón, Villar y López Rega, un nombre, alguna vez, querido: “Cooke”. Y no dijera nada.

Colaboración especial:
Virginia Feinmann - Germán Ferrari
 

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