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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...

lunes, 6 de agosto de 2012

¡207 años de aquél juramento de libertad!



Por Fortunato Esquivel
Mayo, julio y agosto, son meses que los bolivianos señalamos como “fiestas patrias”, pues recordamos el primer grito libertario lanzado en la ciudad de La Plata, hoy Sucre, un 25 de mayo de 1809, replicado de inmediato el 16 de julio en la ciudad de La Paz, para culminar con la independencia de Bolivia el 6 de agosto de 1825.
Aunque, hubieron otros levantamientos previos, éste proceso que involucró cinco países, comenzó con el juramento que realizó el caraqueño Simón Bolívar el 15 de agosto de 1805 en la cima de una de las colinas que adornan a Roma.
Allí se encontraban Bolívar, un viudo de apenas 22 años, y su maestro Simón Rodríguez. En presencia de éste juró dedicar su vida a la causa de la independencia de Hispanoamérica. Historiadores y maestros suelen  reproducir únicamente el párrafo final de ese juramento que es más extenso. A continuación lo transcribimos íntegro, tal como Simón Rodríguez  se lo contó a Manuel Uribe en 1850, que a su vez lo publicó por primera vez  en su libro Homenaje de Colombia al Libertador en 1884.

“¿Con que este es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz; sin proyectos de reforma, Sila degüella a sus compatriotas y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas, por un Trajano, cien Calígulas y por un Vespaciano cien Claudios. Este pueblo ha dado para todo: severidad para los viejos tiempos; austeridad para la República; depravación para los emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo entero; ambición para convertir todos los Estados de la tierra en arrabales tributarios, mujeres para hacer pasar las ruedas sacrílegas de su carruaje sobre el tronco destrozado de sus padres; oradores para conmover, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio; satíricos, como Juvenal y Lucrecio; filósofos débiles, como Séneca y ciudadanos enteros, como Catón. Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada. La civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus faces, ha hecho ver todos sus elementos; más en cuanto a resolver  el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto  ha sido desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.

¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas  que nos oprimen por voluntad del poder español!”
Aquel juramento y aquella voluntad, se cumplieron definitivamente el 9 de diciembre de 1824 en el soberbio choque de Ayacucho (rincón de los muertos), donde su amigo y lugarteniente general Antonio José de Sucre batió en menos de cuatro horas a las tropas españolas que concurrieron con más de 9.300 hombres.
Sucre contaba con sólo 5.780 soldados, una diferencia de 3.500 combatientes, que sin embargo lograron sobreponerse hasta conseguir la victoria, para encumbrarlo luego como mariscal a sus 29 años.
Las comunicaciones no eran tan rápidas entonces, así que Bolívar recibió la novedad de Ayacucho el día 18 por la tarde y se puso a bailar frenéticamente sobre las mesas y entre los oficiales gritando ¡victoria, victoria! Se cumplía así el juramento que hizo en Roma. Y aquí estamos los bolivianos para recordar muy pronto nuestros 187 años de independencia el próximo 6 de agosto.


Fortunato Esquivel
Texto gentileza de la lista Tribuna boliviana

fuente: Agenda de Reflexión

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