Una vieja nota, a propósito del 12 de octubre.
de Juan Cruz Cabral, el El jueves, 11 de octubre de 2012 a la(s) 13:12 ·
Poética de la Política (un prólogo)
Las distintas ciencias, técnicas, o presupuestos del conocimiento, se proponen habitualmente darnos una explicación "verdadera" sobre el mundo que nos rodea. Y como la raza humana se ha mostrado siempre favorable a dividir y subdividir todas las cosas que se ponían a su alcance (no sólo las cosas físicas, sino también las lógicas), estas "artes" han hecho de las distinciones y clasificaciones, prácticamente, un modus vivendi. Así, por ejemplo, la Biología distingue, dentro del género de los mamíferos, a la especie "humana" de la "vacuna". La Filosofía separa a la especie "animal racional", dentro del género de los animales. Este género de la "raza humana", "humanos" o "animales racionales", puede ser dividido por la Economía en "ricos" y "pobres", lo hace separando a los hombres que disponen de una gran cantidad de bienes materiales (ya sean de consumo, de producción o suntuarios) de aquellos hombres que no poseen siquiera los bienes de consumo necesarios para la salud del cuerpo. La Sociología y la Economía Política pueden distinguir entre los trabajadores y los burgueses o capitalistas, según ofrezcan en el "mercado" su fuerza de trabajo o su capital. Siguiendo con las clasificaciones, la Ciencia Política distingue entre los países centrales, dominantes, colonialistas o imperialistas y los países periféricos, dominados, subdesarrollados, colonizados, explotados, humillados, etc.(el adjetivo que se elija dependerá, y será prueba, de la escuela política a la que se pertenece). Y dentro de esta última especie podemos distinguir a los pueblos dignos, que se enfrentan a esa explotación a sus explotadores, de aquellos que toleran mansamente la injusticia. Es probable que esta última distinción no pertenezca tanto a la Política como a la Épica o a la Poesía, pero no vemos que haya mayor inconveniente en ello. Los que impugnan a la Poesía como fuente o presupuesto del conocimiento, son clasificados por ésta en el grupo de los tristes, y la técnica de la Metáfora, apoyada en la ciencia médica los clasificará en el grupo de los "clínicamente muertos", aunque ellos juren pertenecer a la casta de los científicos, desde que hoy en día, la ciencia es sólo el conjunto de unas pocas artes a las que se las autoriza a hablar en su nombre. Los que vemos a la política como "materia viva", nos hemos rebelado siempre contra ésta tiranía, que alguna vez pareció imparable, del lenguaje científico aplicado a la política; habitualmente utilizados por los que el mero Sentido Común llamaría idiotas. Así y todo, pagamos nuestro tributo al "pensamiento científico" publicando esta introducción y el artículo que sigue.
Manuel Gauna
¿Falta de identidad?
Los indios somos nosotros.
Los godos somos nosotros.
Los criollos somos nosotros.
Los morenos somos nosotros.
Los gringos somos nosotros.
A la final, ¡nos sobra identidad!
Fermín Chávez
CONTINENTE MESTIZO
El acontecimiento fundacional de nuestra Historia es, indudablemente, la llegada de los españoles al continente. No existe otro punto de partida para intentar la comprensión de nuestra patria, pues a partir de allí se forja nuestra idiosincracia política, religiosa, cultural, artística, idiomática, etc. Por eso, es en ese momento donde hay que poner el ojo para desentrañar nuestro “ser nacional”. Pero existen tres posiciones disímiles respecto de la Conquista de América por España y la realidad cultural de nuestro continente.
La primera de ellas rinde culto a la acción evangelizadora de España en estos lares y a su operatividad “civilizadora”. Supone esta corriente que las culturas americanas eran “la barbarie” y ni siquiera tienen en cuenta la justicia o no de la destrucción de dichas culturas, realizada por los adelantados y los eclesiásticos que acaudillaban la Conquista. Tampoco se les plantea a los sostenedores de esta tesis, que llamaremos “Hispanista-católica”, ningún juicio de valor acerca de la política imperialista de España y sus adelantados, pues se justificaría por el hecho de traer consigo la religión cristiana y sacar a los americanos de la oscuridad idolátrica. En este marco teórico y político, los adscriptos a la tesis Hispanista-católica ven a la “argentinidad” (palabra que les resulta simpática) como un modo de ser católico, apostólico y romano, lo cual no hace referencia únicamente a una cuestión religiosa, sino que nos otorgaría chapa de “occidentales”.
Se opuso a esta opinión clásica una corriente que denunció los atropellos y atrocidades propios de la Conquista: la destrucción de templos, monumentos y ciudades, los autos de fe (quemas) contra los registros culturales (mitos, leyendas, ciencias), tales como las quemas de los quipus incaicos, por ejemplo, la destrucción de piezas artísticas y religiosas para fundir su oro o su plata, que eran derivadas a Europa (no se capitalizó España por este saqueo ni por la explotación minera en América, sino otros países europeos a los que España compraba manufacturas), la esclavitud a que se sometió a los pueblos americanos, etc.
Esta corriente destaca permanentemente el alto nivel de desarrollo cultural de las grandes civilizaciones “precolombinas”. Ya algunos revolucionarios de 1810 bosquejaron esta tesis como herramienta antiespañola, en una época de atizamiento de los sentimientos contra la metrópoli colonial, pero no porque renegaran de su identidad cultural, sino más bien porque sólo encendiendo las pasiones del criollo que vivía raleado de las decisiones fundamentales de la administración pública en la tierra donde había nacido y moriría, y a la cual amaba, podía enfrentarse a la metrópoli colonial que producía esa discriminación intrínsecamente injusta, tal cual lo percibió toda la América española durante más de un siglo de revoluciones y guerras de independencia.
Inglaterra, que iba a usufructuar económicamente la independencia americana, también promovía estos sentimientos, publicando la “leyenda negra” española, que consistía justamente en difundir las miserias del dominio hispano-católico sobre nuestro continente. La historiografía oficial argentina se haría eco de esa leyenda para fortalecer la idea de que lo español significaba “barbarie” y lo inglés, doctrinas liberales incluidas, “civilización”.
Ya en el siglo XX, aparecieron sostenedores de esta tesis que promovían reclamos de independencia territorial para las comunidades indígenas. Incluso indican que habría que celebrar el 11 de octubre por ser el último día de libertad de América. No dudamos en denominar a esta tesis como “Indigenista”.
Evidentemente, la tesis indigenista funciona, en realidad, como antítesis de la hispanista-católica.
Una tercera corriente, rescata distintos aspectos “históricamente positivos” de la Conquista. En primer lugar, llama la atención sobre la relativa “suavidad” hispana respecto de las restantes colonizaciones europeas, que fueron mucho más violentas, sin lugar a dudas. Resalta, sobre todo, el hecho del “mestizaje” producido en América, único en la historia colonial europea. También pone el acento en que, por acción de la Historia, las grandes masas mestizas e indias son hoy profundamente católicas, por más violencia que haya habido al momento de la insuflación de dicha religiosidad, hace quinientos años; estos son puntos de contacto con la tesis hispanista-católica.
Por otra parte, los sostenedores de esta tesis reivindican los derechos de los pueblos aborígenes, pero desde un punto de vista social, de clase, y no étnico, ni nacional. Participan también de la admiración por las culturas americanas y condenan las atrocidades españolas, en tanto impidieron un mejor conocimiento histórico de los pueblos americanos y en tanto resultan inaceptables a toda persona sensible a las injusticias y a la opresión de un pueblo por otro; en esto entra esta tesis en contacto con la indigenista. La mayor elaboración de esta corriente hizo incluir en el mestizaje a la raza negra, con lo cual empezó a hablarse de América como continente en que se encuentran tres mundos. Llamaremos pues a ésta: tesis del “Continente Mestizo”.
Podemos ver ahora que las tres corrientes funcionan de un modo “hegeliano”, estructurándose de la siguiente manera:
Tesis: Hispanista-católica
Antítesis: Indigenista
Síntesis: Continente Mestizo
Ahora bien: esta es una discusión eminentemente americana , y como tal debe ser tartada. Para lo cual vamos a tomar primero algunas posiciones acerca de la “Cuestión Nacional Latinoamericana”, fundamentalmente en nuestro país, simplemente para acotar el espectro y no diluir demasiado la discusión, y poner el dedo en nuestra propia llaga.
Evidentemente, la etapa colonial preconizaba públicamente la tesis hispanista-católica. Pero con la revolución surgirían, al calor de los combates, dos líneas originales de pensamiento. Las nombraremos, sin pretender que estas denominaciones sean taxativas y sabiendo que pueden no ser quizás las más correctas, e invitando a otros a reformularlas si lo consideraran necesario:
“Nacionalismo revolucionario”: Artigas, San Martín y Bolívar fueron sus cabezas más destacadas. La idea principal la plasmó San Martín al sostener que él no pertenecía a ningún partido, sino al “partido americano”, con lo cual se significaba que no interesaban las rencillas regionales, sino la tarea común de liberar el continente, al cual se lo veía como un todo indivisible, más allá de las dificultades comunicacionales y organizativas que el propio Bolívar advirtió en virtud de la enorme extensión territorial que comprende y la precariedad de las comunicaciones terrestres de la época, lo cual no obstó a que expresara que era “una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación”. Agregaba Bolívar que “ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería (...) tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse...” Artigas decía que plantear la “libertad de América” era su “único anhelo” y lo reafirmaba con aquello de que “los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos”. Es decir, el nacionalismo de estos hombres era americano, ideal que compartía gran parte de los revolucionarios de América.
Pero los intereses económicos de las grandes ciudades fueron oponiéndose a este proyecto. Generalmente vinculadas al comercio exterior, también en virtud de los siglos en que España había organizado las colonias como fuente de transferencia pura de recursos a la metrópoli, las capitales virreinales centraron su política en un esquema que marginaba al interior del continente de toda decisión y todo desarrollo. Estos grupos portuarios de poder son los que salieron airosos del enfrentamiento entre las dos concepciones de la Revolución y como emblema mencionemos que Bolívar murió solo y enfermo, camino del exilio, San Martín de viejo en la lejana “Boloña-sobre-el-mar” (intentó volver en una ocasión pero los rivadavianos impidieron que desembarcara) y Artigas solo y vencido, recluido en el Paraguay.
Si Bolívar, San Martín y Artigas iban uniendo pueblos, los egoísmos regionales destruían esa obra y, así, la América Hispana terminó conteniendo dos decenas de supuestas soberanías, asentadas sobre las poderosas ex-capitales virreinales, en la mayoría de los casos, todo gracias a lo que llamaremos:
“Nacionalismo de capilla”: en nuestra región, su máximo exponente en la etapa revolucionaria fue Rivadavia, que sostenía abiertamente que lo que “convenía” a Buenos Aires era “replegarse sobre sí misma”. Así, justificaría el abandono que hizo la ciudad-puerto al Ejército Libertador, negándole fondos para los sueldos de la tropa y dejando a San Martín aislado en el Perú. Mientras los libertadores preparaban el tiro de gracia a las tropas realistas, Rivadavia se dedicaba a atosigar al único gran jefe popular y nacional latinoamericano que tenía cerca: Artigas. Su proyecto de “nación” (el de Rivadavia) miraba a Europa, de espaldas al interior rioplatense. El único “sentido estratégico” que se daba a la política era el dictado desde Londres, que deseaba depositar en América las heces digeridas en sus fábricas. Para eso, había que ahogar al interior, cuyos lazos con el continente cuestionaban la posibilidad de Buenos Aires de construirse para sí un poder centrípeto, es decir, unitario. Y aquí encontramos las bases de las dos tendencias antagónicas argentinas:
Unitarios y federales no se distinguían únicamente por una concepción propia de la ciencia política en cuanto a la forma del gobierno central. En realidad eso era secundario, si no fuera por la vocación hegemónica de Buenos Aires y los rivadavianos. El centro era, en realidad, económico. Lo que se discutía era el grado de proteccionismo a adoptar: para los unitarios, nada; para los federales, lo más posible, según la región. Y a éstos no se les escapaba que para “proteger” nuestras economías nacientes era menester desarrollar un poder político americano con cierto grado de compromiso institucional en miras a la unidad.
Tan poco importante era el sistema político (federal o unitario) que mientras los federales predominaron política y militarmente en nuestro territorio, otorgaron a Rosas, gobernador bonaerense, la dirección de las líneas políticas fundamentales del exvirreinato. Y cuando los unitarios llegaron al poder reclamaban, de la mano de Mitre, garantías de federalismo, para que se respetasen los intereses de Buenos Aires, mientras aseguraban su poder omnímodo sobre las provincias.
Actualmente, estos dos “partidos” sobreviven, pero existe un tercero que nació como subproducto de nuestra tragicómica deformación histórica y cultural. Como queda dicho, el nacionalismo de capilla es, por definición, aliado de las potencias coloniales-imperialistas, pues su pretendido nacionalismo no es más que un instrumento para no compartir los dividendos que le otorgaba la metrópoli dominante, que se ocupaba (y se ocupa), sistemáticamente, de fomentar nuestras rivalidades internas mediante la diplomacia y la prensa, haciendo honor a la vieja máxima de los romanos: divide et impera, o sea, divide y reinarás.
A expensas de estos grandes aliados internos del opresor, creció y se desarrolló una nueva clase, menos conservadora por tradición, pero tributaria de la clase dominante, a la cual debía su bienestar y hasta su existencia. Era la pujante clase media porteña, nacida de las necesidades administrativas y culturales de un Estado que depositaba las riquezas de toda la Argentina en... la ciudad argentina más cercana a Inglaterra: Buenos Aires.
Esta nueva clase, decíamos, fue menos conservadora, por su propia dinámica de ascenso social. Iba tiñéndose, poco a poco, de un cierto “progresismo”, que la hace llegar, aunque casi siempre tarde y a destiempo, a posiciones “más nacionales”. Y una de esas posiciones es su:
“Latinoamericanismo retórico”: los integrantes más representativos del pensamiento de este sector sociocultural simpatizan con “nuestros países hermanos”, pero la unidad de Iberoamérica les parece algo “utópico”, que es como decir que ni siquiera vale la pena intentarlo; o bien le dan una importancia secundaria; o atacan abiertamente todo acercamiento concreto entre nuestros gobiernos, sin hacer la defensa que habría de esperarse de quien actúa de buena fe patriótica.
Si los nacionalistas de capilla viven recordando conflictos limítrofes (de cuya existencia nos enteramos todos en la escuela) o problemas arancelarios, cuestionan la inmigración de americanos (por clasistas más que por nacionalistas) y están convencidos de que es más una hipótesis de conflicto “Hielos Continentales” que “Malvinas” (contra los chilenos sí, contra los ingleses no), los “latinoamericanistas retóricos” se hacen eco de todas sus campañas de opinión... Recuerdo ahora, por ejemplo, la indignación de la “opinión pública-publicada” a raíz del hallazgo de un libro escolar chileno que mostraba a la Patagonia argentina como chilena. La noticia fue primera plana de un diario porteño y la “levantaron” numerosos medios audiovisuales. Lo que nadie explicaba era que dicho mapa representaba la época colonial y mostraba la jurisdicción de lo que se conoció hasta fines del siglo XVIII como “Reino de Chile”, que ¡efectivamente! incluía a la Patagonia actualmente argentina, además del Cuyo, por disposición de la mismísima España imperial. El Virreinato del Río de la Plata no se fundaría sino hasta 1776... ¡Bellezas de nuestra prensa bien amada!
Toda esta campaña de enfrentamiento sucedía mientras Argentina y Chile avanzaban en la solución de su último conflicto limítrofe: los Hielos Continentales. Recomendamos abrir bien los ojos cada vez que aparecen este tipo de noticias.
Porque el “nacionalismo revolucionario” está actualmente en silenciosa expansión y eso no le gusta ni un poquito a ni a los nacionalistas de capilla ni a los latinoamericanistas retóricos. Por el camino de los aranceles va intentando acercarse a lo que debería ser su objetivo prioritario, con marchas y contramarchas, pero muy movilizado, a tal punto que, días atrás, el presidente venezolano, Hugo Chávez, quien motoriza la integración entre el Mercosur y el Pacto Andino, afirmó que es necesario avanzar hacia una unidad de tipo político-institucional en Sudamérica.
Seguramente nos falten más presidentes en latinoamérica tan decididos como Chávez, pero es indudable que no hay camino como no sea el del nacionalismo revolucionario latinoamericano, pues no son viables nuestros países sin su unidad, porque cuando se levanta una cabeza alcanza un zapato para pisarla, cuando se levantan dos se les salta encima, pero cuando se levantan todas juntas los pies de un enemigo resultan ser pocos. Para hacer la Justicia Social es necesaria la Independencia Económica, y ésta es imposible sin la unión latinoamericana, que permitirá enfrentar a los poderosos intereses de los cuales son deudores nuestros países y a los cuales está históricamente aliado un sector importante de nuestra sociedad que suele engañar con su propaganda a los argentinos que desconocen su historia y no tienen la misteriosa habilidad de intuirla, como sí lo hacen las mayorías populares. Debemos convencernos de que nuestras “soberanías” son absolutamente antinaturales porque dividen, insólitamente, un único pueblo, una única nación que comparte religión, cultura, historia e intereses.
Establecidas las diferencias entre estas dos grandes corrientes respecto de la cuestión nacional, corresponde ahora relacionarlas con las tres tesis sobre nuestra identidad étnico-cultural.
a) Tesis Hispanista-católica: no sirve al objetivo de unidad porque, si bien resalta el catolicismo común a todos nuestros países, desprecia todas las inmigraciones posteriores a la colonización española y finge ignorar la realidad acrisolada de nuestro tenor racial, así como también niega lo criollo en nuestro pasado heroico poniendo el acento en lo hidalgo, lo cual la lleva a despreciar los vínculos profundos que unen a nuestros paisanos del interior con los de los países vecinos, porque en el fondo son clasistas y su hispanismo esconde una añoranza de los blasones abolidos por la Revolución de Mayo, un orgullo racial blanco, un desprecio por el indio, que se tradujo más tarde en el odio al “cabecita negra”. Los nacionalistas de capilla, pues, por afinidad ideológica, lo declamen o no, suscriben a esta tesis.
b) Tesis indigenista: sería imposible fundar la unidad continental con quienes han llegado a proponer la creación de nuevos estados indígenas en América (tal como lo hizo el Partido Comunista cuando declaró la necesidad de erigir las repúblicas quechua y aymara en la región argentino-boliviana, el viejo Alto Perú); tampoco si, en lugar de promover la integración de las comunidades indias, se fomenta su segregación por medio del enfrentamiento con “el hombre blanco” y de su reclusión en reservaciones como si fueran una fauna (o una flora, por qué no) en peligro de extinción a la que se quiere aislar de la dinámica histórica americana (aun manteniendo sus pautas culturales en la medida en que lo deseen, deben tener acceso a los beneficios que puedan darles nuestros Estados, y eso deben hacerlo sin los tutores rubios que celebran el 11 de octubre). Todos los “latinoamericanistas” que hablan de los indios americanos actuales como si fueran personajes del Discovery Channel y no “conciudadanos” tan argentinos, en nuestro caso, como el señor que vive en la esquina de su casa, son indigenistas que no soportarían perder a los protagonistas de sus documentales favoritos y por eso quieren la independencia territorial mapuche, por ejemplo, como si la comunidad mapuche fuera capaz de defender su independencia por sí sola respecto de los poderes que interactúen con ella. Es ésta una ideología perfectamente identificable, generalmente asimilada a las “izquierdas” políticas propulsoras en uno u otro tiempo de esas esciciones. Si el lector incursiona en la televisión encontrará asiduamente “pensadores” con este fondillo doctrinario. Mal puede un latinoamericanista profundo aceptar la subdivisión y cercenamiento de las ya vapuleadas repúblicas de Iberoamérica. El indigenismo es propio del latinoamericanismo retórico.
c) Tesis del continente mestizo: pone de relieve justamente la acción unificadora de la Conquista y de la evangelización, con lo cual empieza por reconocer el carácter homogéneamente cristiano de nuestras masas populares y su origen común; hace notar que el verdadero enemigo no está en la raza ni en la religión o la falta de ella, sino específicamente en los que intentaron minar la unidad territorial y la homogeneidad religiosa, es decir, el imperialismo inglés que promovió la Leyenda Negra de Bartolomé de las Casas para debilitar el predominio español en América y explotar la independencia americana por el comercio exterior apoyándose en la acción diplómática para dividir y debilitar al mundo criollo; y luego el imperialismo norteamericano que repite la enseñanza de su madre patria y la lleva a su máxima expresión con el dominio de los medios de comunicación y las políticas financieras. Todo empezó con aquella Leyenda Negra que omitía aclarar que el colonialismo español había sido casi ingenuo si se lo comparaba con el sistema negrero y con la explotación de otros pueblos del luego llamado “Tercer Mundo”; podríamos agregar la comparación con las humillaciones que debieron sufrir India y China en este mismo siglo XX, la última en manos de casi toda Europa (no de España), o con la persecución sistemática de sioux, apaches y todos las tribus norteamericanas (ya lo dice el famoso refrán yanqui: “El mejor indio es el indio muerto”); esta tesis destaca la mezcla de españoles e indios (hecho único en la historia moderna), la mezcla con los negros, con los europeos que huyeron de la miseria, las guerras y las persecuciones de estos últimos cien años, y la mezcla con los asiáticos. En nuestro continente, el que no está mestizado convive diariamente con la “impureza racial”. Porque nosotros provenimos de todas esas mezclas. Por eso el nacionalismo revolucionario sostiene la tesis del continente mestizo, porque así como los revolucionarios del siglo pasado entendían que todas las castas estaban comprendidas en el proceso de independencia, hoy los nacionalistas latinoamericanos incluyen en su proyecto a todas las clases, toda vez que la cuestión racial se ha vuelto imprecisa. No hace falta decir que esta es la posición que suscribimos.
Hoy en día, la tesis más difundida por la propaganda mediáica es la indigenista. El aparato cultural suscribe a ella. Si, antiguamente, la cátedra universitaria sostenía la tesis hispanista-católica, hoy eso es imposible en virtud de sus implicancias netamente conservadoras y de la derrota en el plano mediático de toda doctrina religiosa, amén de la ya tradicional enseñanza de que nuestro origen hispano es una mácula vergonzante para nuestra identidad.
Así que la generalidad ideológica accesible por los grandes medios de difusión se ve claramente como indigenista.
¿Pero por qué no tiene acceso a la publicidad la tesis del continente mestizo?
Es que si bien la tesis hispanista-católica parece olvidar a las masas aborígenes americanas y africanas y la indigenista ignora la religiosidad popular de esas masas, ambas son funcionales a la colonización pedagógica, porque los hispanistas-católicos y los indigenistas, los nacionalistas de capilla y los latinoamericanistas retóricos juegan para el mismo equipo: el de la división y la incomprensión entre nuestros pueblos. En el otro arco está la América profunda y mestizada, desde México hasta Ushuaia, que juega con más de 11 pero no logra imponer su superioridad numérica, porque el referí la bombea grotescamente... Ese referí es el centro del poder mundial en sus variantes económicas, culturales, políticas y militares, cada vez que hace falta sacar una tarjeta para desplazar de la cancha a los líderes que hacen los goles, desde el artillero artigas hasta el Perón de la mano de Dios y el gol a los ingleses...
Si queremos la unidad de América Latina, debemos evidenciar los factores que la hacen posible y las causas que la hacen necesaria, es imprescindible vestir esa camiseta y transpirarla.
Puesto que el centro de tracción desamericanizante es Buenos Aires, propongamos a cada porteño el siguiente viaje:
De Buenos Aires vaya a Mendoza y de allí a Chile; escuche observe, converse. “Suba” hasta Atacama y cruce a Bolivia, de allí reingrese a la Argentina por Jujuy; recuerde sus etapas anteriores y escuche, observe, converse. Vaya de Formosa a Paraguay, de Paraguay al Chaco brasilero y reingrese por las cataratas; haga el mismo ejercicio. Visite Entre Ríos, cruce el Río Uruguay; observe, escuche, converse. Conozca ahora Montevideo y su gente y cruce el charco de retorno a su hogar; ahora piense... ¿De qué están hechas las fronteras?
Juan Cruz Cabral
Las distintas ciencias, técnicas, o presupuestos del conocimiento, se proponen habitualmente darnos una explicación "verdadera" sobre el mundo que nos rodea. Y como la raza humana se ha mostrado siempre favorable a dividir y subdividir todas las cosas que se ponían a su alcance (no sólo las cosas físicas, sino también las lógicas), estas "artes" han hecho de las distinciones y clasificaciones, prácticamente, un modus vivendi. Así, por ejemplo, la Biología distingue, dentro del género de los mamíferos, a la especie "humana" de la "vacuna". La Filosofía separa a la especie "animal racional", dentro del género de los animales. Este género de la "raza humana", "humanos" o "animales racionales", puede ser dividido por la Economía en "ricos" y "pobres", lo hace separando a los hombres que disponen de una gran cantidad de bienes materiales (ya sean de consumo, de producción o suntuarios) de aquellos hombres que no poseen siquiera los bienes de consumo necesarios para la salud del cuerpo. La Sociología y la Economía Política pueden distinguir entre los trabajadores y los burgueses o capitalistas, según ofrezcan en el "mercado" su fuerza de trabajo o su capital. Siguiendo con las clasificaciones, la Ciencia Política distingue entre los países centrales, dominantes, colonialistas o imperialistas y los países periféricos, dominados, subdesarrollados, colonizados, explotados, humillados, etc.(el adjetivo que se elija dependerá, y será prueba, de la escuela política a la que se pertenece). Y dentro de esta última especie podemos distinguir a los pueblos dignos, que se enfrentan a esa explotación a sus explotadores, de aquellos que toleran mansamente la injusticia. Es probable que esta última distinción no pertenezca tanto a la Política como a la Épica o a la Poesía, pero no vemos que haya mayor inconveniente en ello. Los que impugnan a la Poesía como fuente o presupuesto del conocimiento, son clasificados por ésta en el grupo de los tristes, y la técnica de la Metáfora, apoyada en la ciencia médica los clasificará en el grupo de los "clínicamente muertos", aunque ellos juren pertenecer a la casta de los científicos, desde que hoy en día, la ciencia es sólo el conjunto de unas pocas artes a las que se las autoriza a hablar en su nombre. Los que vemos a la política como "materia viva", nos hemos rebelado siempre contra ésta tiranía, que alguna vez pareció imparable, del lenguaje científico aplicado a la política; habitualmente utilizados por los que el mero Sentido Común llamaría idiotas. Así y todo, pagamos nuestro tributo al "pensamiento científico" publicando esta introducción y el artículo que sigue.
Manuel Gauna
¿Falta de identidad?
Los indios somos nosotros.
Los godos somos nosotros.
Los criollos somos nosotros.
Los morenos somos nosotros.
Los gringos somos nosotros.
A la final, ¡nos sobra identidad!
Fermín Chávez
CONTINENTE MESTIZO
El acontecimiento fundacional de nuestra Historia es, indudablemente, la llegada de los españoles al continente. No existe otro punto de partida para intentar la comprensión de nuestra patria, pues a partir de allí se forja nuestra idiosincracia política, religiosa, cultural, artística, idiomática, etc. Por eso, es en ese momento donde hay que poner el ojo para desentrañar nuestro “ser nacional”. Pero existen tres posiciones disímiles respecto de la Conquista de América por España y la realidad cultural de nuestro continente.
La primera de ellas rinde culto a la acción evangelizadora de España en estos lares y a su operatividad “civilizadora”. Supone esta corriente que las culturas americanas eran “la barbarie” y ni siquiera tienen en cuenta la justicia o no de la destrucción de dichas culturas, realizada por los adelantados y los eclesiásticos que acaudillaban la Conquista. Tampoco se les plantea a los sostenedores de esta tesis, que llamaremos “Hispanista-católica”, ningún juicio de valor acerca de la política imperialista de España y sus adelantados, pues se justificaría por el hecho de traer consigo la religión cristiana y sacar a los americanos de la oscuridad idolátrica. En este marco teórico y político, los adscriptos a la tesis Hispanista-católica ven a la “argentinidad” (palabra que les resulta simpática) como un modo de ser católico, apostólico y romano, lo cual no hace referencia únicamente a una cuestión religiosa, sino que nos otorgaría chapa de “occidentales”.
Se opuso a esta opinión clásica una corriente que denunció los atropellos y atrocidades propios de la Conquista: la destrucción de templos, monumentos y ciudades, los autos de fe (quemas) contra los registros culturales (mitos, leyendas, ciencias), tales como las quemas de los quipus incaicos, por ejemplo, la destrucción de piezas artísticas y religiosas para fundir su oro o su plata, que eran derivadas a Europa (no se capitalizó España por este saqueo ni por la explotación minera en América, sino otros países europeos a los que España compraba manufacturas), la esclavitud a que se sometió a los pueblos americanos, etc.
Esta corriente destaca permanentemente el alto nivel de desarrollo cultural de las grandes civilizaciones “precolombinas”. Ya algunos revolucionarios de 1810 bosquejaron esta tesis como herramienta antiespañola, en una época de atizamiento de los sentimientos contra la metrópoli colonial, pero no porque renegaran de su identidad cultural, sino más bien porque sólo encendiendo las pasiones del criollo que vivía raleado de las decisiones fundamentales de la administración pública en la tierra donde había nacido y moriría, y a la cual amaba, podía enfrentarse a la metrópoli colonial que producía esa discriminación intrínsecamente injusta, tal cual lo percibió toda la América española durante más de un siglo de revoluciones y guerras de independencia.
Inglaterra, que iba a usufructuar económicamente la independencia americana, también promovía estos sentimientos, publicando la “leyenda negra” española, que consistía justamente en difundir las miserias del dominio hispano-católico sobre nuestro continente. La historiografía oficial argentina se haría eco de esa leyenda para fortalecer la idea de que lo español significaba “barbarie” y lo inglés, doctrinas liberales incluidas, “civilización”.
Ya en el siglo XX, aparecieron sostenedores de esta tesis que promovían reclamos de independencia territorial para las comunidades indígenas. Incluso indican que habría que celebrar el 11 de octubre por ser el último día de libertad de América. No dudamos en denominar a esta tesis como “Indigenista”.
Evidentemente, la tesis indigenista funciona, en realidad, como antítesis de la hispanista-católica.
Una tercera corriente, rescata distintos aspectos “históricamente positivos” de la Conquista. En primer lugar, llama la atención sobre la relativa “suavidad” hispana respecto de las restantes colonizaciones europeas, que fueron mucho más violentas, sin lugar a dudas. Resalta, sobre todo, el hecho del “mestizaje” producido en América, único en la historia colonial europea. También pone el acento en que, por acción de la Historia, las grandes masas mestizas e indias son hoy profundamente católicas, por más violencia que haya habido al momento de la insuflación de dicha religiosidad, hace quinientos años; estos son puntos de contacto con la tesis hispanista-católica.
Por otra parte, los sostenedores de esta tesis reivindican los derechos de los pueblos aborígenes, pero desde un punto de vista social, de clase, y no étnico, ni nacional. Participan también de la admiración por las culturas americanas y condenan las atrocidades españolas, en tanto impidieron un mejor conocimiento histórico de los pueblos americanos y en tanto resultan inaceptables a toda persona sensible a las injusticias y a la opresión de un pueblo por otro; en esto entra esta tesis en contacto con la indigenista. La mayor elaboración de esta corriente hizo incluir en el mestizaje a la raza negra, con lo cual empezó a hablarse de América como continente en que se encuentran tres mundos. Llamaremos pues a ésta: tesis del “Continente Mestizo”.
Podemos ver ahora que las tres corrientes funcionan de un modo “hegeliano”, estructurándose de la siguiente manera:
Tesis: Hispanista-católica
Antítesis: Indigenista
Síntesis: Continente Mestizo
Ahora bien: esta es una discusión eminentemente americana , y como tal debe ser tartada. Para lo cual vamos a tomar primero algunas posiciones acerca de la “Cuestión Nacional Latinoamericana”, fundamentalmente en nuestro país, simplemente para acotar el espectro y no diluir demasiado la discusión, y poner el dedo en nuestra propia llaga.
Evidentemente, la etapa colonial preconizaba públicamente la tesis hispanista-católica. Pero con la revolución surgirían, al calor de los combates, dos líneas originales de pensamiento. Las nombraremos, sin pretender que estas denominaciones sean taxativas y sabiendo que pueden no ser quizás las más correctas, e invitando a otros a reformularlas si lo consideraran necesario:
“Nacionalismo revolucionario”: Artigas, San Martín y Bolívar fueron sus cabezas más destacadas. La idea principal la plasmó San Martín al sostener que él no pertenecía a ningún partido, sino al “partido americano”, con lo cual se significaba que no interesaban las rencillas regionales, sino la tarea común de liberar el continente, al cual se lo veía como un todo indivisible, más allá de las dificultades comunicacionales y organizativas que el propio Bolívar advirtió en virtud de la enorme extensión territorial que comprende y la precariedad de las comunicaciones terrestres de la época, lo cual no obstó a que expresara que era “una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación”. Agregaba Bolívar que “ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería (...) tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse...” Artigas decía que plantear la “libertad de América” era su “único anhelo” y lo reafirmaba con aquello de que “los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos”. Es decir, el nacionalismo de estos hombres era americano, ideal que compartía gran parte de los revolucionarios de América.
Pero los intereses económicos de las grandes ciudades fueron oponiéndose a este proyecto. Generalmente vinculadas al comercio exterior, también en virtud de los siglos en que España había organizado las colonias como fuente de transferencia pura de recursos a la metrópoli, las capitales virreinales centraron su política en un esquema que marginaba al interior del continente de toda decisión y todo desarrollo. Estos grupos portuarios de poder son los que salieron airosos del enfrentamiento entre las dos concepciones de la Revolución y como emblema mencionemos que Bolívar murió solo y enfermo, camino del exilio, San Martín de viejo en la lejana “Boloña-sobre-el-mar” (intentó volver en una ocasión pero los rivadavianos impidieron que desembarcara) y Artigas solo y vencido, recluido en el Paraguay.
Si Bolívar, San Martín y Artigas iban uniendo pueblos, los egoísmos regionales destruían esa obra y, así, la América Hispana terminó conteniendo dos decenas de supuestas soberanías, asentadas sobre las poderosas ex-capitales virreinales, en la mayoría de los casos, todo gracias a lo que llamaremos:
“Nacionalismo de capilla”: en nuestra región, su máximo exponente en la etapa revolucionaria fue Rivadavia, que sostenía abiertamente que lo que “convenía” a Buenos Aires era “replegarse sobre sí misma”. Así, justificaría el abandono que hizo la ciudad-puerto al Ejército Libertador, negándole fondos para los sueldos de la tropa y dejando a San Martín aislado en el Perú. Mientras los libertadores preparaban el tiro de gracia a las tropas realistas, Rivadavia se dedicaba a atosigar al único gran jefe popular y nacional latinoamericano que tenía cerca: Artigas. Su proyecto de “nación” (el de Rivadavia) miraba a Europa, de espaldas al interior rioplatense. El único “sentido estratégico” que se daba a la política era el dictado desde Londres, que deseaba depositar en América las heces digeridas en sus fábricas. Para eso, había que ahogar al interior, cuyos lazos con el continente cuestionaban la posibilidad de Buenos Aires de construirse para sí un poder centrípeto, es decir, unitario. Y aquí encontramos las bases de las dos tendencias antagónicas argentinas:
Unitarios y federales no se distinguían únicamente por una concepción propia de la ciencia política en cuanto a la forma del gobierno central. En realidad eso era secundario, si no fuera por la vocación hegemónica de Buenos Aires y los rivadavianos. El centro era, en realidad, económico. Lo que se discutía era el grado de proteccionismo a adoptar: para los unitarios, nada; para los federales, lo más posible, según la región. Y a éstos no se les escapaba que para “proteger” nuestras economías nacientes era menester desarrollar un poder político americano con cierto grado de compromiso institucional en miras a la unidad.
Tan poco importante era el sistema político (federal o unitario) que mientras los federales predominaron política y militarmente en nuestro territorio, otorgaron a Rosas, gobernador bonaerense, la dirección de las líneas políticas fundamentales del exvirreinato. Y cuando los unitarios llegaron al poder reclamaban, de la mano de Mitre, garantías de federalismo, para que se respetasen los intereses de Buenos Aires, mientras aseguraban su poder omnímodo sobre las provincias.
Actualmente, estos dos “partidos” sobreviven, pero existe un tercero que nació como subproducto de nuestra tragicómica deformación histórica y cultural. Como queda dicho, el nacionalismo de capilla es, por definición, aliado de las potencias coloniales-imperialistas, pues su pretendido nacionalismo no es más que un instrumento para no compartir los dividendos que le otorgaba la metrópoli dominante, que se ocupaba (y se ocupa), sistemáticamente, de fomentar nuestras rivalidades internas mediante la diplomacia y la prensa, haciendo honor a la vieja máxima de los romanos: divide et impera, o sea, divide y reinarás.
A expensas de estos grandes aliados internos del opresor, creció y se desarrolló una nueva clase, menos conservadora por tradición, pero tributaria de la clase dominante, a la cual debía su bienestar y hasta su existencia. Era la pujante clase media porteña, nacida de las necesidades administrativas y culturales de un Estado que depositaba las riquezas de toda la Argentina en... la ciudad argentina más cercana a Inglaterra: Buenos Aires.
Esta nueva clase, decíamos, fue menos conservadora, por su propia dinámica de ascenso social. Iba tiñéndose, poco a poco, de un cierto “progresismo”, que la hace llegar, aunque casi siempre tarde y a destiempo, a posiciones “más nacionales”. Y una de esas posiciones es su:
“Latinoamericanismo retórico”: los integrantes más representativos del pensamiento de este sector sociocultural simpatizan con “nuestros países hermanos”, pero la unidad de Iberoamérica les parece algo “utópico”, que es como decir que ni siquiera vale la pena intentarlo; o bien le dan una importancia secundaria; o atacan abiertamente todo acercamiento concreto entre nuestros gobiernos, sin hacer la defensa que habría de esperarse de quien actúa de buena fe patriótica.
Si los nacionalistas de capilla viven recordando conflictos limítrofes (de cuya existencia nos enteramos todos en la escuela) o problemas arancelarios, cuestionan la inmigración de americanos (por clasistas más que por nacionalistas) y están convencidos de que es más una hipótesis de conflicto “Hielos Continentales” que “Malvinas” (contra los chilenos sí, contra los ingleses no), los “latinoamericanistas retóricos” se hacen eco de todas sus campañas de opinión... Recuerdo ahora, por ejemplo, la indignación de la “opinión pública-publicada” a raíz del hallazgo de un libro escolar chileno que mostraba a la Patagonia argentina como chilena. La noticia fue primera plana de un diario porteño y la “levantaron” numerosos medios audiovisuales. Lo que nadie explicaba era que dicho mapa representaba la época colonial y mostraba la jurisdicción de lo que se conoció hasta fines del siglo XVIII como “Reino de Chile”, que ¡efectivamente! incluía a la Patagonia actualmente argentina, además del Cuyo, por disposición de la mismísima España imperial. El Virreinato del Río de la Plata no se fundaría sino hasta 1776... ¡Bellezas de nuestra prensa bien amada!
Toda esta campaña de enfrentamiento sucedía mientras Argentina y Chile avanzaban en la solución de su último conflicto limítrofe: los Hielos Continentales. Recomendamos abrir bien los ojos cada vez que aparecen este tipo de noticias.
Porque el “nacionalismo revolucionario” está actualmente en silenciosa expansión y eso no le gusta ni un poquito a ni a los nacionalistas de capilla ni a los latinoamericanistas retóricos. Por el camino de los aranceles va intentando acercarse a lo que debería ser su objetivo prioritario, con marchas y contramarchas, pero muy movilizado, a tal punto que, días atrás, el presidente venezolano, Hugo Chávez, quien motoriza la integración entre el Mercosur y el Pacto Andino, afirmó que es necesario avanzar hacia una unidad de tipo político-institucional en Sudamérica.
Seguramente nos falten más presidentes en latinoamérica tan decididos como Chávez, pero es indudable que no hay camino como no sea el del nacionalismo revolucionario latinoamericano, pues no son viables nuestros países sin su unidad, porque cuando se levanta una cabeza alcanza un zapato para pisarla, cuando se levantan dos se les salta encima, pero cuando se levantan todas juntas los pies de un enemigo resultan ser pocos. Para hacer la Justicia Social es necesaria la Independencia Económica, y ésta es imposible sin la unión latinoamericana, que permitirá enfrentar a los poderosos intereses de los cuales son deudores nuestros países y a los cuales está históricamente aliado un sector importante de nuestra sociedad que suele engañar con su propaganda a los argentinos que desconocen su historia y no tienen la misteriosa habilidad de intuirla, como sí lo hacen las mayorías populares. Debemos convencernos de que nuestras “soberanías” son absolutamente antinaturales porque dividen, insólitamente, un único pueblo, una única nación que comparte religión, cultura, historia e intereses.
Establecidas las diferencias entre estas dos grandes corrientes respecto de la cuestión nacional, corresponde ahora relacionarlas con las tres tesis sobre nuestra identidad étnico-cultural.
a) Tesis Hispanista-católica: no sirve al objetivo de unidad porque, si bien resalta el catolicismo común a todos nuestros países, desprecia todas las inmigraciones posteriores a la colonización española y finge ignorar la realidad acrisolada de nuestro tenor racial, así como también niega lo criollo en nuestro pasado heroico poniendo el acento en lo hidalgo, lo cual la lleva a despreciar los vínculos profundos que unen a nuestros paisanos del interior con los de los países vecinos, porque en el fondo son clasistas y su hispanismo esconde una añoranza de los blasones abolidos por la Revolución de Mayo, un orgullo racial blanco, un desprecio por el indio, que se tradujo más tarde en el odio al “cabecita negra”. Los nacionalistas de capilla, pues, por afinidad ideológica, lo declamen o no, suscriben a esta tesis.
b) Tesis indigenista: sería imposible fundar la unidad continental con quienes han llegado a proponer la creación de nuevos estados indígenas en América (tal como lo hizo el Partido Comunista cuando declaró la necesidad de erigir las repúblicas quechua y aymara en la región argentino-boliviana, el viejo Alto Perú); tampoco si, en lugar de promover la integración de las comunidades indias, se fomenta su segregación por medio del enfrentamiento con “el hombre blanco” y de su reclusión en reservaciones como si fueran una fauna (o una flora, por qué no) en peligro de extinción a la que se quiere aislar de la dinámica histórica americana (aun manteniendo sus pautas culturales en la medida en que lo deseen, deben tener acceso a los beneficios que puedan darles nuestros Estados, y eso deben hacerlo sin los tutores rubios que celebran el 11 de octubre). Todos los “latinoamericanistas” que hablan de los indios americanos actuales como si fueran personajes del Discovery Channel y no “conciudadanos” tan argentinos, en nuestro caso, como el señor que vive en la esquina de su casa, son indigenistas que no soportarían perder a los protagonistas de sus documentales favoritos y por eso quieren la independencia territorial mapuche, por ejemplo, como si la comunidad mapuche fuera capaz de defender su independencia por sí sola respecto de los poderes que interactúen con ella. Es ésta una ideología perfectamente identificable, generalmente asimilada a las “izquierdas” políticas propulsoras en uno u otro tiempo de esas esciciones. Si el lector incursiona en la televisión encontrará asiduamente “pensadores” con este fondillo doctrinario. Mal puede un latinoamericanista profundo aceptar la subdivisión y cercenamiento de las ya vapuleadas repúblicas de Iberoamérica. El indigenismo es propio del latinoamericanismo retórico.
c) Tesis del continente mestizo: pone de relieve justamente la acción unificadora de la Conquista y de la evangelización, con lo cual empieza por reconocer el carácter homogéneamente cristiano de nuestras masas populares y su origen común; hace notar que el verdadero enemigo no está en la raza ni en la religión o la falta de ella, sino específicamente en los que intentaron minar la unidad territorial y la homogeneidad religiosa, es decir, el imperialismo inglés que promovió la Leyenda Negra de Bartolomé de las Casas para debilitar el predominio español en América y explotar la independencia americana por el comercio exterior apoyándose en la acción diplómática para dividir y debilitar al mundo criollo; y luego el imperialismo norteamericano que repite la enseñanza de su madre patria y la lleva a su máxima expresión con el dominio de los medios de comunicación y las políticas financieras. Todo empezó con aquella Leyenda Negra que omitía aclarar que el colonialismo español había sido casi ingenuo si se lo comparaba con el sistema negrero y con la explotación de otros pueblos del luego llamado “Tercer Mundo”; podríamos agregar la comparación con las humillaciones que debieron sufrir India y China en este mismo siglo XX, la última en manos de casi toda Europa (no de España), o con la persecución sistemática de sioux, apaches y todos las tribus norteamericanas (ya lo dice el famoso refrán yanqui: “El mejor indio es el indio muerto”); esta tesis destaca la mezcla de españoles e indios (hecho único en la historia moderna), la mezcla con los negros, con los europeos que huyeron de la miseria, las guerras y las persecuciones de estos últimos cien años, y la mezcla con los asiáticos. En nuestro continente, el que no está mestizado convive diariamente con la “impureza racial”. Porque nosotros provenimos de todas esas mezclas. Por eso el nacionalismo revolucionario sostiene la tesis del continente mestizo, porque así como los revolucionarios del siglo pasado entendían que todas las castas estaban comprendidas en el proceso de independencia, hoy los nacionalistas latinoamericanos incluyen en su proyecto a todas las clases, toda vez que la cuestión racial se ha vuelto imprecisa. No hace falta decir que esta es la posición que suscribimos.
Hoy en día, la tesis más difundida por la propaganda mediáica es la indigenista. El aparato cultural suscribe a ella. Si, antiguamente, la cátedra universitaria sostenía la tesis hispanista-católica, hoy eso es imposible en virtud de sus implicancias netamente conservadoras y de la derrota en el plano mediático de toda doctrina religiosa, amén de la ya tradicional enseñanza de que nuestro origen hispano es una mácula vergonzante para nuestra identidad.
Así que la generalidad ideológica accesible por los grandes medios de difusión se ve claramente como indigenista.
¿Pero por qué no tiene acceso a la publicidad la tesis del continente mestizo?
Es que si bien la tesis hispanista-católica parece olvidar a las masas aborígenes americanas y africanas y la indigenista ignora la religiosidad popular de esas masas, ambas son funcionales a la colonización pedagógica, porque los hispanistas-católicos y los indigenistas, los nacionalistas de capilla y los latinoamericanistas retóricos juegan para el mismo equipo: el de la división y la incomprensión entre nuestros pueblos. En el otro arco está la América profunda y mestizada, desde México hasta Ushuaia, que juega con más de 11 pero no logra imponer su superioridad numérica, porque el referí la bombea grotescamente... Ese referí es el centro del poder mundial en sus variantes económicas, culturales, políticas y militares, cada vez que hace falta sacar una tarjeta para desplazar de la cancha a los líderes que hacen los goles, desde el artillero artigas hasta el Perón de la mano de Dios y el gol a los ingleses...
Si queremos la unidad de América Latina, debemos evidenciar los factores que la hacen posible y las causas que la hacen necesaria, es imprescindible vestir esa camiseta y transpirarla.
Puesto que el centro de tracción desamericanizante es Buenos Aires, propongamos a cada porteño el siguiente viaje:
De Buenos Aires vaya a Mendoza y de allí a Chile; escuche observe, converse. “Suba” hasta Atacama y cruce a Bolivia, de allí reingrese a la Argentina por Jujuy; recuerde sus etapas anteriores y escuche, observe, converse. Vaya de Formosa a Paraguay, de Paraguay al Chaco brasilero y reingrese por las cataratas; haga el mismo ejercicio. Visite Entre Ríos, cruce el Río Uruguay; observe, escuche, converse. Conozca ahora Montevideo y su gente y cruce el charco de retorno a su hogar; ahora piense... ¿De qué están hechas las fronteras?
Juan Cruz Cabral
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