lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...
jueves, 18 de julio de 2013
Forster: “Quieren intelectuales distantes y neutrales”
El filósofo y columnista de Veintitrés
apuntó contra quienes "se sienten con el extraño derecho a determinar
qué debería ser un intelectual crítico”. Críticas a La Nación, Clarín y
un llamado de atención a Sarlo, Sebreli y Romero.
Por:
INFOnews
El filósofo Ricardo Forster respondió las
críticas que desde los medios hegemónicos Clarín y La Nación realizan
contra los intelectuales que conforman Carta Abierta, un sector cercano a
las políticas del Gobierno nacional. “Quieren intelectuales distantes,
neutrales ante la lucha política decisiva”, sostuvo en su columna publicada en la revista Veintitrés.
Ricardo Forster
Fragmentos de la columna de Forster:
¿Intelectuales? En los ’90 ocupaban el borde del borde, eran apenas
la expresión de un resto arqueológico que remitía a otra época del
mundo. Ahora, cuando por esas locas sorpresas de esa misma historia a la
que se había decretado finalizada y decrépita, regresan los
intelectuales, los mismos que se congratulaban de su inutilidad y de su
volatilización sin ruidos ni conflictos, se sienten con el extraño
derecho a determinar qué es y qué debería ser un “intelectual crítico”.
Dan cátedra, desde el lugar que ocupan en los medios de comunicación
concentrados, de lo que debería ser la “ética del intelectual”, de su
historia de permanente “confrontación con el poder, cualquiera sea”, de
su “irrenunciable autonomía”, todo en nombre de un virtuosismo
antagónico al de aquellos “seudointelectuales orgánicos al gobierno” que
han “traicionado” el genuino espíritu volteriano de quienes siempre
deberían permanecer al margen de todo poder (cuando el intelectual toma
partido por las mayorías se convierte, mutatis mutandis, en un traidor a
esa pureza de origen que lo debe mantener apartado de cualquier
tentación política; pero cuando se ofrece como el tribuno del ideal
republicano, el garante de la legitimidad democrática forjada en los
talleres del liberalismo y en esquivo justificador, porque de eso es
preferible no hablar, del omnisciente poder económico corporativo,
regresa, impoluto, sobre esa esencia fabulosa del genuino intelectual
capaz de sostener su independencia y de pensar por cuenta propia sin que
nadie le pague por lo que hace).
Desde siempre han subestimado a los ciudadanos y
desvalorizan aquellas escrituras que se alejan del nivel zócalo en el
que suelen moverse.
El cinismo de aquellos que festejaban el ostracismo del intelectual
crítico no tiene límites; de aquellos que, desde siempre, opusieron al
“lenguaje alambicado y barroco” de los intelectuales el “lenguaje llano y
directo de los comunicadores sociales”, lo alto contra lo bajo, lo
elitista contra lo popular y masivo, lo enredado y confuso contra lo
directo y simple. Son los que se dedican, desde los artefactos
comunicacionales del poder mediático, a denostar a “quienes escriben
difícil” utilizando los mismos recursos, pero exponencialmente
degradados, de la demagogia populista a la que tanto critican. Extraña
paradoja que vuelve a poner las cosas en su lugar. Ellos quieren
intelectuales distantes, neutrales ante la lucha política decisiva,
cultores de una autonomía encristalada, críticos de todo, virginales,
asépticos, almas bellas que puedan expresar sus preocupaciones por el
medioambiente, por la minería, por los pueblos originarios y su
indignación ante las opacidades de la política y de la gestión estatal,
místicos del pensar desasido, críticos de toda idea anacrónica de
“compromiso” y fervorosos habitantes de paisajes alejados de cualquier
contaminación plebeya de la historia. Ese es el “intelectual” que
añoran, ese que nada significa y al que nadie le presta atención. Un
intelectual tan “radicalizado” que su palabra carezca de audibilidad o
que simplemente pueda convertirse en un florero en el living del poder
mediático. Mejor escuchar hablar de la “revolución” como un futuro vago
que dar la batalla, acá y ahora, contra las injusticias del sistema
aunque eso se haga asumiendo limitaciones y contradicciones pero
reconociendo aquello que efectivamente provoca y cuestiona al poder del
capital. Hay momentos de la historia en los que ser revolucionario
supone embarrar las ideas emancipadoras con el barro de un plebeyismo
político que asume el rasgo, diría Cooke, de lo “maldito” e
insoportable.
Pero también abominaron, y lo siguen haciendo, de cualquier
rigurosidad conceptual o de cualquier exigencia que supere el umbral de
lo fácil de digerir. Desde siempre han subestimado a los ciudadanos y,
desde siempre, han intentado, por la vía de la ironía grotesca y el
desprecio, desvalorizar aquellas escrituras que se alejan del nivel
zócalo en el que suelen moverse y del que nunca alcanzan a salir en su
estrategia comunicacional de impacto espectacular y amarillista plagada
de golpes bajos y de frases huecas. Mejor insultar que argumentar, mejor
descalificar que construir alguna idea. Lo soez suele acompañar la
falta de solidez y el vacío en el que se mueven, un vacío que sólo
buscan llenar lanzando improperios y revistiendo sus acusaciones
espectaculares de seudo investigaciones cuya rigurosidad siempre carece
de toda demostración. Los “otros”, los intelectuales “orgánicos”, los
que han “vendido el alma al diablo” por algunas monedas, los carentes de
convicciones y lamebotas del poder de turno, deberían aprender –eso nos
dicen los escribas de la derecha que han descubierto la esencia del
“intelectual autónomo” sin siquiera sonrojarse ni sentir un poco de
vergüenza ni preocuparse por recorrer un poco la compleja trama de la
historia y de sus protagonistas– de tan ilustres periodistas que, eso
sí, vuelven a ofrecerse como los grandes virtuosos de estos tiempos
canallas. Nada de leer a Kafka o a Borges, a Hegel o a Mariátegui, a
Thomas Mann o a Marechal, a Benjamin o a Casullo, a Marx o a León
Rozitchner, a Juan José Saer o a Nietzsche que escriben demasiado
difícil y oscuro y se niegan a dejarse engullir como una papilla de
fácil digestión. Mejor leer a nuestras plumas mediáticas que le hacen
tanto bien al idioma y a la crítica de la realidad. ¡Viva la
simplificación del mundo! Esa parece ser la consigna de estos cruzados
antiintelectualistas que, ante una frase que exige un mínimo de
reflexión y, tal vez, horror de los horrores, de relectura, amenazan con
llevar su mano a la cartuchera para desenfundar el arma del sentido
común telemático.
Horacio González
“Los intelectuales esconden la corrupción”, así se escribe en un
artículo de La Nación, y lo hacen, sigue el articulista, utilizando los
falsos recursos de un estilo barroco, gongoriano e indescifrable propio
de los autores de las cartas abiertas, verdaderos hipócritas que buscan
disimular lo indisimulable. Difícil caer más bajo, salvo que se utilice a
mansalva un medio de comunicación, como lo hace el mascarón de proa del
Grupo Clarín, para decir del otro aborrecido que es “un hijo de puta”.
Los finos, pulidos y democráticos intelectuales de la oposición (pienso
en Sarlo, Kovadloff, Sebreli, Romero, Gregorich, etcétera) no se sienten
ofendidos ante las diatribas antiintelectuales y los insultos contra
otros intelectuales propalados por el último héroe del “periodismo
independiente”. ¿No ven allí un límite y un ejercicio de violencia
retórica clausurante de cualquier forma de convivencia democrática y
oscuro signo de otras formas de violencia? ¿Y su espíritu crítico? ¿Y su
enérgica autonomía de intereses políticos o corporativos? ¿O, acaso, no
sienten en esos insultos que se esté cayendo en recursos cloacales y en
la invalidación de posiciones que no son las propias convirtiendo a la
democracia en un pellejo vacío?
En el asedio que intentan contra un gobierno legitimado por el voto
popular y por la defensa irrestricta de las garantías constitucionales,
no existen, ni pueden existir, límites ni prevenciones que tengan como
objetivo mantener las discusiones y las diferencias en el interior de
las fronteras del reconocimiento democrático del otro. No, para ellos
ese “otro” es el peor de los enemigos, el oscuro portador de una
corrupción ontológica, el demagogo que lo único que busca es capturar la
conciencia de las masas para ponerla al servicio de su proyecto
totalitario. Su deseo insaciable de poder se entreteje con bóvedas
secretas repletas de oro y dinero acumulados desde las estrategias del
desfalco y la impunidad administrativas. Son, para periodistas y
opositores, “ladrones”, “pichones de führer”, “corruptos”,
“autoritarios”, “destructores de la república”, “resentidos y
revanchistas”, “monstruos que lucran con el sacrificio de los
argentinos”, “impostores que utilizan causas justas para fines
inconfesables”, “cómplices de oscuros negociados” y, por si no
alcanzare, posibles “émulos del Tercer Reich” porque, gracias a las
eruditas investigaciones de los editorialistas del diario fundado por
Mitre, ahora sabemos que nuestro país va en camino de asemejarse a la
Alemania que emanó de ese terrible año de 1933 en el que Hitler alcanzó
la cumbre del poder. Todo vale a la hora de ir contra esa “mafia que ha
capturado el Estado” y que ha dañado, eso argumentan con arbitrariedades
impresentables, la convivencia entre argentinos. Ellos son, también lo
dicen una y otra vez, los ardientes defensores de “reglas de juego” que
hagan viable el debate público al mismo tiempo que descargan sin ningún
remordimiento una batería de insultos promotores de una violencia como
no conocía el país desde tiempos infaustos en los que el “otro” era
descalificado hasta el punto de negarle su derecho a la existencia. Las
acusaciones permanentes, implacables y bulímicas tienen como objetivo
declarado desgastar públicamente al gobierno y a quienes lo defienden
propalando, a los cuatro vientos, una mezcla de denuncias seriales,
groserías de vodevil, patoteadas discursivas y anuncios apocalípticos
que nos colocan frente al abismo de una corrupción infinita. Ellos, los
puros, los independientes y los virtuosos de la república perdida
estarán allí para rescatarnos de tanto envilecimiento. Tal vez, al día
siguiente de lograda la restauración conservadora, regresarán a sus
ardientes inclinaciones intelectuales como para recordarnos que jamás
estarán dispuestos a enturbiar la transparencia de su práctica virtuosa.
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