" Como los burgueses también se mueven en la superficie de la cosas, ven las cosas pero no las relaciones entre las cosas."
John William Cooke - Peronismo y Revolución
Por Luis Bruschtein
El antikirchnerismo en las redes sociales se expresa con un grado de
barrabravismo de linchamiento que atemoriza, porque en muchos casos es
evidente que se trata de personas comunes que en sus vidas cotidianas no
asumen esas formas de violencia tan prepotente, tan insultante y sobre
todo tan amenazadora. En algunos programas de televisión que reúnen a
periodistas y dirigentes de la oposición, se habla en esa intimidad de
sus adversarios políticos con el mismo tono degradante y violento, se
exageran el desprecio y el odio, con lo cual se genera un ambiente
amenazante “contra la mafia” o contra los “KK”, que son aquellos con los
que disputan democráticamente en política. De esa manera, la política
pasa a ser la antesala de una comisaría con un clima vengativo y
revanchista que desentierra síntomas y similitudes con situaciones que
desangraron este país.
Las diferencias políticas entre oficialismo y oposición no
justifican ese grado de rabia, esa crispación desaforada que no se
sintió siquiera cuando a este país lo gobernaron dictaduras. Entre las
emociones lógicas que pudieran despertar las diferencias y las que
realmente pone en juego gran parte de la oposición o esos activistas
anónimos de las redes sociales hay una distancia muy grande. Esa
diferencia solamente puede explicarse por oportunismo o por la acción de
los grandes medios y la irresponsabilidad de confundir shows mediáticos
con programas periodísticos, de hacer acusaciones generalizadas sin
pruebas, o realizar operaciones como las que se intentó con el crimen de
Angeles Rawson, donde se investiga si se pagó a una testigo para que
declarara que el Gobierno estaba protegiendo a un supuesto asesino. Ese
despropósito se puede leer incluso en la página de Internet del Seprin,
donde escriben los viejos servicios de la dictadura y de donde salen
muchas de las barbaridades improbables y absurdas que después se
amplifican en los shows paraperiodísticos y que para muchos pasan a
constituirse en verdades consumadas.
De esa manera se crea un clima muy peligroso porque el núcleo más
sensible de la memoria colectiva en Argentina, esa experiencia macerada
que condiciona la proyección al futuro, tiene el estigma de la violencia
grabado a fuego. La dictadura fue el hierro candente que rompió esa
ilusión de sociedad civilizada, pacífica y razonable que subyacía
candorosamente en las ansiedades por genealogías europeas de las capas
medias urbanas.
Ese desencuentro con una falsa imagen propia que produjo el espejo
de la dictadura llegó más allá en el pasado para descubrir una parte de
la historia que se cimentó con violencia brutal, al igual que la
historia de todas las sociedades, europeas, asiáticas o
latinoamericanas. Una zona intelectual infantilizada de los argentinos
había llegado a creer que la violencia tiene su origen en la ignorancia
del pueblo. Es decir, que la ignorancia convierte al pueblo en una horda
violenta cuando en realidad lo convierte en víctima de la violencia.
La idea de que lo popular resulta violento por su ignorancia y que
las elites no porque son civilizadas está enraizada en ese sentido común
que floreció en la generación de los ’80 y en los primeros esbozos
republicanos y democráticos de la Argentina. La idea de elite está
asociada a culto y ciudadano. Lo popular se asocia a ignorante, chusma o
populismo. Después de las guerras civiles, los primeros esbozos
republicanos en la Argentina no llegaron de la mano de grandes
revolucionarios, sino de un pensamiento conservador y elitista. Los
conservadores argentinos que construyeron esas primeras formas
republicanas fueron al mismo tiempo grandes intelectuales. Eran
conservadores, pero modernistas: estaban con el progreso, siempre que
fuera controlado por una elite acomodada. Ese sistema de ideas generó
una sociedad con fuertes tensiones donde cada logro social se ganó
contra feroces represiones y sangre derramada y, cuando eso no alcanzó,
entonces estuvieron las dictaduras militares siempre en nombre de la
democracia.
El germen de la violencia fue instalado por esas elites cultas y no
por el pueblo supuestamente ignorante. Sin embargo, a todos los
movimientos populares se los acusó de violentos o autoritarios, igual
que a los gobiernos democráticos de raíz popular. Esas asociaciones
entre popular-ignorante-violencia o elite-ciudadano-culto están en la
piedra basal de las primeras formas republicanas que planteó el proyecto
de la Generación del ’80. Y esa mirada ideológica histórica mantuvo
hilos subterráneos de contacto con el sentido común de capas medias
urbanas que encajaban a la perfección en esa ambigüedad del conservador
que quiere el progreso y del que se asume autoritario para preservar la
democracia.
Esa cosmovisión que se asentaba en un esquema agroexportador chocó
con un modelo de sustitución de importaciones, más industrializador, que
implicaba valoraciones diferentes de lo popular y lo ciudadano. Así
como la naturaleza del modelo agroexportador ha sido elitista, la del de
sustitución de importaciones ha sido, por necesidad, más democrática y
participativa. Sin embargo, por ese mal de origen, la idea de lo
republicano siguió estando más asociada a esa intención elitista y
conservadora que a los aportes democratizantes y progresistas con que lo
enriquecieron las corrientes populares. Hay un pensamiento, que se
asume incluso como progresista, que antagoniza de manera excluyente esas
dos vertientes de la historia, porque sostiene que la única forma de
ser progresista es manteniendo la mirada cultural de aquellos viejos
conservadores. Es decir, lo obrero y lo popular tienen que ser como
ellos quisieran que sean, igual que lo democrático y lo republicano. Si
eso funciona, de allí en adelante empieza el progresismo. Obviamente,
pensar así los lleva por lo general a encolumnarse detrás de las
propuestas conservadoras y oponerse a las corrientes populares.
Durante los primeros gobiernos peronistas el antagonismo y el odio
fueron la expresión más cruda de una oposición que se sentía
naturalmente violentada por la irrupción de una cosmovisión tan ajena en
la que el pueblo y los obreros no actuaban como debían y, por lo tanto,
los grandes logros sociales y económicos no podían ser tales sino
mentiras y propaganda por parte de una mafia desquiciada. Lo veían tan
diferente a su “normalidad” que sólo podían entenderlo como desquiciado.
Se acusó de autoritario, mentiroso y ladrón a ese gobierno. Y las
capas medias que se asumían como la veta ciudadana más democrática de la
sociedad aceptaron conspirar junto a los sectores más reaccionarios.
Consiguieron instalar un régimen más brutal y represivo de lo que nunca
pudo ser el peronismo y que pugnaba por desmontar toda progresividad
social. Un régimen que torturó, fusiló, reprimió, encarceló, proscribió,
censuró, dio golpes de Estado y fue escalando de esa manera una espiral
de brutalidad y autoritarismo hasta que casi treinta años después una
generación, muchos de cuyos integrantes eran hijos de aquellos
conspiradores antiperonistas, fue masacrada, tras ser arrastrada a la
confrontación violenta contra ese régimen hipócrita y despótico.
El lenguaje que está utilizando gran parte de la oposición da a
entender que si triunfa habrá persecución, cacería de brujas y
revanchismo. Cuando se hacen acusaciones generalizadas sin pruebas o se
califica de mafia a un proyecto político que tiene mucho respaldo en la
sociedad, esa parte numerosa de la sociedad entiende que será perseguida
por lo que piensa si ganan esos opositores. La gente tiene razón de
pensar así porque ya sucedió otras veces en la historia. Si este
gobierno tuviera presos políticos, reprimiera a fuego las
manifestaciones o fuera campeón de los decretos de necesidad y urgencia y
de los vetos que acallaran a la oposición, habría que aconsejarle que
abandonara esas prácticas para bajar la presión. En este caso le
corresponde a la oposición asumir un discurso más político si no quiere
invocar nuevamente a la tragedia.
Yo le agregaría al final que hay otra opción posible de remate. Que toda está escalada del núcleo duro de la antipatria termine en un salto de calidad en la conciencia de nuestro Pueblo para percibir y valorar las agresiones. Que en una suerte de Ley de Rendimientos Decrecientes de la historia tanta mentira como única variable en movimiento los saque definitivamente de cualquier imaginario colectivo posible.
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