El artista plástico es el curador de esta exposición
que se inaugura hoy en la Biblioteca Nacional y que aglutina las
múltiples representaciones de Evita y abarca la construcción del icono,
el surgimiento del mito y la permanencia de su culto.
Por Silvina Friera
El
inagotable encanto de la ambigüedad es una puerta siempre abierta en el
complejo bazar de las interpretaciones. ¿En qué consisten esos nuevos
matices que imprime el tiempo en un rostro familiar, en el despliegue de
fotografías, retratos, pinturas, tapas de diarios y de revistas,
estampillas, portadas de libros? Quien quiera ver, que vea. La
irradiación de imágenes es –literalmente– apabullante. La razón de una
vida que, instalada en el imaginario popular no sólo argentino sino
mundial, prolifera más allá de los avatares políticos. Esa mujer
–sintagma-hallazgo como única nominación del personaje por antonomasia
en el cuento de Rodolfo Walsh– ha soportado las más violentas torsiones
simbólicas según pasan los años. “Eva Perón en los libros”, que se
inaugura hoy a las 19 en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno con la
participación de Cristina Alvarez Rodríguez, Daniel Santoro y Horacio
González, aglutina las múltiples representaciones de Evita por la
imprenta en un trayecto que parte de la prometedora actriz venida de Los
Toldos a “la abanderada de los humildes”. El itinerario abarca la
construcción del icono, el surgimiento del mito invulnerable y la
permanencia de su culto (ver aparte).
El curador de esta exposición, organizada por la Biblioteca Nacional
y el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón-Museo
Evita, es Daniel Santoro. La otra columna vertebral es la selección
biblio-hemerográfica realizada por Roberto Baschetti; vitrinas con
ediciones de La razón de mi vida en las que se incluyen ejemplares raros
como la traducción japonesa. Caminar con Santoro por la Plaza del
Lector, donde irrumpen las primeras imágenes de Evita, es un placer
mayúsculo. Cuenta que está leyendo a Jacques Lacan, una deuda que tenía,
por sugerencia del psicoanalista Jorge Alemán. Y, por momentos, se
pondrá lacaniano. “El fantasma neurótico del goce llevó a la demolición
del Palacio Unzué, donde murió Eva. Entonces se invirtió la fórmula
‘alpargatas sí, libros no’ y se pensó en poner la Biblioteca acá ya
desde aquel momento, para hacer pedagogía contra el peronismo. Una
paradoja muy interesante, ¿no? Pensamos en títulos para la muestra y
jugamos un poco con “Eva Perón en la hoguera”. ¿Qué hoguera política de
libros hubo? La única hoguera fueron los libros peronistas que se
quemaron. No fueron los peronistas los que quemaron libros, fueron los
antiperonistas”, subraya Santoro a Página/12. De pronto se detiene
frente a una fotografía donde los muchachos peronistas con bigotitos
anchoa a lo Cámpora exhiben en sus manos ejemplares de La razón de mi
vida. “Esta foto –revela– fue hecha ocho años antes de que Mao hiciera
una similar con El libro rojo. Hay una sintonía visual. Es una foto
súper machista; pero todos tienen a la ninfa erecta en la mano. Hay una
tensión muy linda entre el machismo y el sometimiento.”
¿Por qué Evita tiene anclaje icónico? “Podemos definir cuatro
imágenes de Eva y todos sabemos de qué estamos hablando. Están
homologadas en nuestro imaginario –plantea Santoro–. Si yo digo Perón,
vamos a estar en desacuerdo sobre esa imagen. La figura de Perón no
tiene anclaje icónico, siendo Perón el inventor de este artefacto
político-cultural que es el peronismo. ¿Cuál es la clave para entender
que alguien se proyecte en el tiempo a través de un icono? La vida de
Eva Perón es la clave, la idea de sacrificio. Eva se mueve en una
tensión –que la hace tan polisémica– entre un itinerario crístico –de
Cristo, del cuerpo que se sacrifica– y la figura mediadora, que desde el
cristianismo sería la Virgen María. Entre esas dos formas, el
sacrificio y la piedad, se resuelve el sistema icónico de Eva.” La
primera imagen es esa especie de “madonna renacentista” –tributaria
también de los retratos neoclásicos franceses por las líneas
constructivas del cuerpo– de la portada que ilustra La razón de mi vida,
un detalle de una pintura de Numa Ayrinhac. Es la Eva de “rostro
bondadoso” y “una mirada un poco elusiva”, apunta el curador. La
segunda, en cambio, es la Eva “cabeza parlante”, hablando desde el
balcón. El rodete –precisa Santoro– parece actuar como “cámara de
resonancia de esa voz que retumba en la plaza”. El tercer icono es la
Eva del cabello suelto, que remite al Nacimiento de Venus de Sandro
Boticelli. La cuarta es la Eva del perfil numismático, la de las
estampillas, billetes, medallas, la Eva del bronce. Otra vez se pueden
trazar vínculos con el Renacimiento italiano, con el Retrato de una
joven mujer de Antonio Pallaiuolo.
Santoro habla con una vivacidad y un entusiasmo difíciles de
igualar. “Tenemos a la Eva que va a ser la parte a sacrificar del todo
del peronismo; por eso la Eva embalsamada se justifica a partir de ese
recorrido crístico en que queda el testimonio del cuerpo sin vida, como
el cristianismo usa al cuerpo sin vida de Cristo. Por otro lado, el
icono permanente es la Virgen, la figura de la piedad que es la figura
de la mediación –compara–. Hay un Dios, que en este sistema sería Perón,
que no es representable. No hay un icono de Dios homologado en casi
ninguna religión, salvo las religiones orientales, que de todas maneras
tampoco es exactamente Dios; es muy difícil representar icónicamente al
creador porque siempre se lo ve como una impertinencia, ¿no? Esto la
religión judía lo tiene muy claro; los musulmanes también. Hay una
interdicción de la representación del creador. Lo que se representa son
figuras inmediatas, figuras mediadoras que nos van a posibilitar el
acceso a la divinidad. Este es uno de los roles de Eva Perón. Esa es
también la tensión que produce la Eva del renunciamiento, del famoso
balcón del renunciamiento. Es la Eva crística que se va a sacrificar, la
que renuncia a los honores. La Eva del combate.”
–La imagen de mayor uso popular es la de la tapa de La razón
de mi vida. ¿Cómo opera este primer icono, si se compara con la Evita
“cabeza parlante”?
–La Eva de La razón de mi vida es la Eva mediadora, la Eva Virgen
María, la Eva a la que se le puede pedir algo, la Eva del chalecito
californiano, la de la máquina de coser. La Eva del renunciamiento está
ligada a la Eva revolucionaria, la Eva que disputa con Perón. Es la Eva
que nos recuerda esa frase fundadora de la religión católica: “Padre por
qué me has abandonado”, “General Perón, por qué me has traicionado”.
Está en esa línea del reclamo religioso, que después es retomada como
emblema por los sectores más de izquierda del peronismo. Tendríamos que
ver a esa Eva como la Eva del micrófono, la Eva autosuficiente. Es la
Eva del reclamo; la voz es lo más importante, el agujero de la boca y no
la mirada, que sí lo es en la Eva de La razón de mi vida. Yo trabajo
con la teoría de Aby Warburg de la tensión icónica de la ninfa erecta
(maníaca) y el Dios Fluvial (depresivo), que me parece es la base de la
comprensión de todo esto. El Dios Fluvial depresivo es el continente,
Neptuno, todos los dioses masculinos, y sobre eso se yergue siempre la
ninfa. Esa Eva que se yergue, la Eva del pelo suelto como una ninfa
renacentista que puede ser comparada con la Venus de Boticelli, esa
Venus también podemos verla de forma más paranoica porque se la vendió
como la Eva de los ’70, la Evita montonera. Y hay un gran error ahí. La
Evita montonera es la del micrófono, la Evita que formula el reclamo
revolucionario. En cambio la Eva del pelo suelto es una Eva más íntima,
es la ninfa desanudada que se pone más sexuada, más femenina. Pero es
por un malentendido con la foto en blanco y negro, que parece que tiene
una campera medio de combate, de fajina, pero en la versión color de la
foto es una campera sport muy fashion. Hay un giro glamoroso en ese
desanudarse el pelo y no hay esa cosa juvenil revolucionaria con la cual
se la quiere interpretar. Si miramos con atención esa foto tiene un
éxito porque detrás de eso está la tractorista rusa. Y acá armamos
quilombo (risas). La tractorista rusa mira un poco hacia la izquierda y
hacia arriba, donde está la luz revolucionaria; esa ninfa primordial va a
garantizar la continuidad de la revolución y mira con desafío, con
alegría, la venida de esa revolución. Esa foto de la tractorista rubia
estalinista es muy similar; hay una especie de empatía de la imagen de
Eva con la imagen de la tractorista. Pero Eva es demasiado glamorosa
para ser una tractorista rusa. El icono de Eva Perón navega entre la
mitología religiosa y cierta mitología del imaginario de las izquierdas.
–¿Cuál de las imágenes de Evita prevalece hoy?
–La del pelo suelto es permanente; hay una búsqueda en los chicos,
sobre todo en agrupaciones como La Cámpora o el Movimiento Evita, que
quieren referenciarse en esa Eva porque es la más cercana, la que
produce más empatía. Creo que la Eva del micrófono es la que resume toda
su tarea. A esa Eva del micrófono hay que ponerla en línea con esa
imagen de Perón sosteniéndola de la cintura en el último discurso del 17
de octubre, cuando Eva, con sus últimas fuerzas, está saludando. Ese es
el último gesto de la ninfa erecta con Perón como Dios Fluvial
depresivo. Esa foto es muy dramática y eso hace al icono de Eva: la
construcción mitológica y el final tan trágico. La Eva embalsamada es un
testimonio de ese itinerario. Y está muy bien que no sea visible. Sería
obsceno, casi un final pornográfico, que se pudiera ver la momia de Eva
Perón. Acá tenemos un final lacaniano. Un cuerpo ultrajado, robado,
maltratado, pero que sigue ahí. Y no lo vamos a ver. Espero que a ningún
torpe se le ocurra mostrarlo.
–¿La democratización del goce hace que sea tan insoportable el peronismo para las clases medias?
–Sí, exacto. Por eso Eva es tan revulsiva. Gracias a su polisemia
hay una parte de Eva que puede ser bancada por Susana Giménez. Pero la
Eva del reclamo revolucionario, de la acción social contundente, del
chalecito californiano, es la Eva insoportable porque es la Eva del goce
inmediato. Es una Eva que se torna tan molesta para la derecha como
para la izquierda. Ante el programa del sacrificio revolucionario, de
cumplir las leyes de la historia y que todo termine de una manera
dialéctica como debería terminar, Eva dice: “Vamos a gozar ahora, vamos a
repartir ahora”. Ese cortoplacismo que tanto desprecia la derecha lo
vemos en el diario La Nación continuamente. Siempre que aparece el
peronismo aparece el cortoplacismo, por eso el horizonte del peronismo
es un horizonte de felicidad inmediata. Viene el peronismo, viene la
felicidad. No va a haber un período de sacrificio. El general Perón era
un gran planificador, estaba muy atento a los planes quinquenales. No
era un cortoplacismo bobo; había una atención al corto plazo muy
importante, pero también al largo plazo. Eva era la inmediatez más
absoluta: la vivienda ya y el goce de esa vivienda. El tema del asado
con parquet es un emblema del cual hay que apropiarse porque es el
emblema del goce inmediato.
–¿A qué se refiere con apropiarse?
–Acá aparece Lacan, algo que tiene que ver con el fantasma neurótico
del goce, que es lo que te impide gozar porque hay alguien gozando a
costa tuya. En la actualidad se dice que estamos bancando a unos negros
para que cojan y tengan hijos; que esa es la Asignación Universal por
Hijo. Nosotros no podemos ser felices porque hay unos negros garchando
por ahí, teniendo hijos, siendo más o menos felices, mientras nosotros
tenemos que bancarlos a ellos con nuestros impuestos. Eso es el fantasma
neurótico del goce. Y ese fantasma produce una gran angustia. Lo que se
necesita para sacarse la angustia es saber que ese goce del otro va a
tener un final y cuando termine yo voy a empezar a gozar tranquilo.
¿Cómo termina el goce del negro que le dieron un chalecito californiano
con pisos de roble de Eslavonia? Lo ominoso ahí es el roble de
Eslavonia; si es un piso de madera común, no sirve. No es lo mismo. Ese
lujo insospechado produce el fantasma neurótico. ¿Qué podemos suponer
que va a hacer ese negro con la casa? Que va a hacer un mal uso y se la
va a terminar comiendo. Va a agarrar el piso, lo va a prender fuego y va
a hacer un asado. Eso me quita la angustia porque ese negro no va a
iniciar un linaje de felicidad permanente con su familia, sino que va a
terminar con su casa. Y cuando el negro acabe con su casa, todo va a
volver a ser como era antes. El peronismo es un uso contra natura del
capitalismo. El capitalismo no está para democratizar el goce o la
felicidad. En vez de la lucha de clases, el peronismo hace un uso contra
natura del capitalismo. El peronismo termina provocando un nivel de
irritación tan grande que produce grandes catástrofes sociales,
paradójicamente, porque no se tolera ese núcleo duro que es el goce del
negro. Esa figura del negro peronista siempre está dando vueltas. Es tan
permanente como la vuelta del malón a la ciudad de los blancos. Como le
dan dádivas, siguen dando vueltas. Si no les dieran choripanes, se
irían a la oscuridad de la pampa y los blancos viviríamos felices. Esa
sería la utopía de nuestra clase media, que nunca termina de ser
cumplida. La frase de (John William) Cooke es fantástica. El peronismo
siempre reaparece como una especie de “hecho maldito”.
Fuente: Página 12
No hay comentarios:
Publicar un comentario