Entrevista exclusiva al politólogo/ parte uno
por Telémaco Subijana
Entrevistamos en exclusiva a Edgardo Mocca,
politólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires (UBA). En esta edición presentamos la
primera parte de esta interesante entrevista al analista político del
Programa “6,7,8” emitido por la TV Pública. En esta oportunidad, realiza
un balance del año 2012 y señala que el conflicto en torno al
cumplimiento de la Ley de Medios es parte de la disputa por el poder y
la autonomía del Estado frente a la presión de las corporaciones.
También reflexiona sobre la importancia de plasmar las transformaciones
de los últimos años en una Reforma Constitucional y analiza la
continuidad del proyecto nacional y popular en caso de que no se
habilite la re-relección de la Presidenta Cristina Fernández de
Kirchner. Leer más.
¿Qué balance hace del cierre del año 2012,
marcado por la disputa por el cumplimiento de la Ley de Medios y el
fallo a favor del Tribunal del Mar en el caso de la Fragata Libertad?
Se trató de un año políticamente muy intenso. Incluso
diría que lo fue mucho más de lo que la rutina analítica podría haberlo
previsto dado que se trató del primer año de un nuevo período de
gobierno que venía de ser plebiscitado de una manera rotunda en el 2011.
De esta forma, era de esperar una reestructuración del modo de
conducción o del modo de operación de las oposiciones -oposiciones
específicamente políticas, sobre todo aquellas oposiciones mediáticas
vinculadas a las grandes empresas de medios de comunicación. En ese
marco, se podría decir que luego del catastrófico resultado electoral de
la oposición político partidaria, hubiese sido coherente que lleven
adelante una estrategia diferente: no recaer en la idea de negar la
legitimidad del gobierno, dejar de plantear debates en términos de todo o
nada, dejar de negar la significación de las principales medidas
adoptadas y, sobre todo, tener mayor cautela en la sumisión de todas sus
políticas a las directivas del Grupo Clarín y las grandes empresas
mediáticas. Pero finalmente esto no ocurrió y la dinámica de la política
sigue girando en torno a la dramatización que los grandes medios de
comunicación hacen sobre la circunstancia política argentina. Es decir,
un diagnóstico que va tratando de generar la idea de que en la Argentina
hubo un cambio de régimen, que se pasó de una democracia republicana,
representativa, federal, constitucional, a un unicato vertical,
autoritario, que no respeta la Ley y que tiene una vocación insaciable
de acumulación de poder. En definitiva, si bien el 2012 guardaba la
expectativa de cierto cambio en función de un balance del resultado de
las elecciones de 2011, persistió y se profundizó este planteo de la
oposición.
En ese sentido, ¿la disputa en torno a la Ley de Medios sirvió para profundizar esa estrategia de la oposición?Claro,
considero que la Ley de Medios viene a jugar el rol de eje político.
Esto no sólo por su propia perspectiva en materia de ampliación de
voces, de pluralidad y de generación canales de participación
democrática e incorporación de actores nuevos, sino por haberse
concentrado alrededor de esa expectativa que el fallo de mayo de la
Corte Suprema de Justicia puso en el 7 de diciembre de 2012. Y esta
expectativa tiene que ver con un problema central: ¿hasta dónde la
democracia puede gobernar sobre las corporaciones? Por eso va más allá
de una disputa entre un gobierno y una empresa de medios de
comunicación. Es importante recordar que, recuperada la democracia
argentina en 1983, en la Argentina primó una matriz política por la cual
la democracia mantuvo recortados sus poderes y capacidades para
transformar e incidir en el curso de los acontecimientos. Y esa etapa se
cierra en 2003, luego de la catastrófica crisis que vivió el país. En
este sentido, quienes se quejan o añoran el diálogo y la moderación
tendrían que hacer un balance de cómo terminó esa idea de democracia
estrictamente negociadora, auto-limitada frente al poder de las
corporaciones. Es recién en 2003 que se termina con esa acepción de la
democracia por la cual se creía que su función era negociar con cada una
de las corporaciones y grupos tradicionales de poder de la Argentina a
fin de mantener una convivencia que permitiera lograr aquello que en ese
momento se llamaba “gobernabilidad”.
Ante la ausencia de una oposición política
partidaria, desde los medios se busca imponer la idea de una disputa
sucesoria al interior del Frente para la Victoria. ¿Cómo analiza esta
cuestión?
Es cierto, y me parece que es el verdadero problema
político. Las elecciones del 2011 dieron como resultado que el gobierno
ganó con el 54% de los votos y la oposición mejor perfilada solo sacó el
17%. Por su parte, la suma de votos de los candidatos del peronismo
opositor -Duhalde y Rodríguez Saá-, ese que no baja las bandera y hace
una reivindicación del peronismo histórico, da un poco más del 10%. ¿Qué
lectura se puede hacer al respecto? Por un lado, aparece el problema de
toda la expresión de la oposición “clásica” partidaria. Por otro lado,
el naufragio de una pretensión de construir un peronismo electoralmente
poderoso al margen y en contra del kirchnerismo. Ante este contexto, se
trata al kirchnerismo como una anomalía, como una minoría intensa que se
apoderó de los resortes del gobierno por una contingencia histórica.
Pero a partir del resultado de las elecciones de 2011 desapareció esa
idea de conformar una alternativa peronista distinta a la supuesta
“lógica autoritaria” del gobierno. Despareció en términos tácticos
coyunturales. ¿Por qué? Porque ahora se plantea el cruce de dos
variables muy importantes: la desaparición del peronismo opositor por su
mal desempeño electoral y un gobierno que no tiene sucesión interna.
Estas cuestiones, por la propia dinámica que imponen los cambios
surgidos a partir de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias
(PASO), hacen que el incentivo para que determinados sectores del
peronismo -aquellos que están dentro pero de forma díscola- se vayan del
Frente para la Victoria -del peronismo realmente existente que es el
que gobierna, el que distribuye, el que tiene la política- sea nulo.
Solo pueden tener ese incentivo personajes secundarios de la política,
personas que están buscando su renovación como diputados, esos que son
santificados por el Grupo Clarín y por los grandes medios y están todo
el día en televisión.
Entonces, a partir del resultado de las elecciones de
2011, abre paso una dinámica por la cual es muy difícil pensar en una
oposición electoral en 2013 o 2015 en condiciones de desafiar a la
política -o a la propuesta que está en vigencia- desde fuera y al margen
del fenómeno del peronismo -no solamente identitario, ideológico y
cultural sino también material. Esa imposibilidad, esa debilidad, esa
restricción que tiene la oposición -en el sentido de proyecto político
opuesto a este gobierno-, incentiva las tensiones internas en la
estructura que hoy apoya a Cristina Fernández de Kirchner. Es decir, se
va generando una crisis de temporalidad en la política.
Ahora bien, ¿cuándo, cómo y dónde va a empezar a
producirse un proceso de agrietamiento y ruptura en la constelación que
hoy apoya al gobierno? Considero que es una operación política muy
difícil, de alta complejidad y de altísimo riesgo. ¿Por qué? Esa
materialización de una ruptura interna -que está latente, alcanza con
ver ciertas fotos y abrazos que aparecen en televisión- puede llegar
tarde, puede descolocar y desplazar a aquel que exprese esa tardía
ruptura frente a lo que son hoy los fogoneos centrales de la oposición. Y
una definición prematura o una falta de timing político pueden generar
una situación interna complicada en lo que es el dispositivo Frente para
la Victoria que termine dañando, neutralizando y llevando a la derrota
al conjunto. Una ruptura de ese tipo, cuando se trata de un grupo de
gobernadores que manifiesta no seguir más con este proyecto y empezar
otro, significaría, en el actual estado de Argentina, una situación de
sacudimiento del poder. Porque ya no se trataría de personajes
televisivos sino de personas con poder, que manejan cajas y definen
políticas, la calle y situaciones que pueden desatar “conjuros” muy
difíciles de dominar. Son el tipo de conjuros que dañan la propia
gobernabilidad.
En esa crisis de temporalidad es muy difícil pensar a
cierto tipo de personajes acompañando un proceso de reelección de
Cristina vía Reforma Constitucional o a un delfinato que se pueda
definir a partir de la voluntad del grupo hoy gobernante. Pero, por otra
parte, también es muy difícil imaginarse los modos y los tiempos de la
ruptura; ahí está lo apasionante de la política de hoy. En ese marco, es
posible pero improbable que la alternativa que expresa Mauricio Macri
sea ganadora en 2015. Porque es muy alta su escasez de recursos
territoriales y porque no va a tener un peronismo provincial -porque ir
con Macri significaría alejarse del peronismo real. Entonces, si ese
peronismo logra encontrar una forma de articulación para una ruptura lo
va a hacer con sus propios recursos y liderazgos. En eso consiste el
drama del proyecto político, en manejar los tiempos y las formas del
propio lado; en inhibir el surgimiento de una contradicción y una
ruptura al interior de su propia constelación de apoyos. Y, por su
puesto, esa clave está íntimamente emparentada a las políticas públicas y
a los resultados electorales. Va a ser elección muy provincializada.
Pero dependerá de los efectos de las políticas anticíclicas y
redistributivas, de si se dará una performance ampliamente ganadora.
Así, habrá dos años para generar una fórmula política de continuidad,
para producir una ruptura que genere una oposición con chances de ganar o
una variante que signifique un retroceso gradual de las políticas
públicas puestas en marcha y esté en condiciones de capturar parte del
voto opositor de derecha al mismo tiempo que conserva los apoyos de la
propia coalición hoy gobernante -lo que sería una fórmula híbrida como
la de Scioli. Pero son muchos los interrogantes: si las propias fuerzas
de Scioli le alcanzan; si se se da una ruptura, cómo sería -ya que si
fuera radical podría terminar reduciendo las posibilidades de ambas
partes de la ruptura; si no hay una ruptura, cómo un candidato como
Scioli actuaría frente a las presiones del kirchnerimos o cristinismo.
En este marco, cabe destacar que al momento de hacer este tipo de
análisis, es importante tener muy presente que se trata de un proceso
político de diez años con mucha apoyatura social, que llevó adelante
muchos cambios estructurales. Por lo tanto, no puede esperarse que eso
desaparezca, que se diluya -aunque sea el deseo de las derechas.
¿Cómo pensar una sucesión que garantice la continuidad de todas estas políticas transformadoras?
En el caso de que no haya reelección, considero que
hay una masa crítica, pero lo que es muy difícil es encontrar el nombre.
Y en ese punto sí le doy una importancia extraordinaria al nombre. El
nombre es una promesa, dice con quién y hacia dónde. El nombre va a
expresar, en cierto sentido, si la propia Cristina Fernández de Kirchner
seguirá siendo una figura consular, una garantía. Ahora bien, hay que
lograr que haya un engarce entre esa promesa de continuidad que asegura
que el nombre es un delfín o delfina de Cristina Fernández y, al mismo
tiempo, que esa propuesta tenga una amplia recepción en el peronismo
realmente existente -principalmente en el de las provincias. Entonces,
esa ecuación es muy difícil de construir. Si fuera un gobernador, por
ejemplo, se darían las condiciones para posibilitar el acompañamiento de
todo el peronismo estructural pero se generarían dudas respecto de si
Cristina Fernández va a poder manejar a esa figura. Entonces, se trata
de la combinación de dos factores de altísima complejidad. Por eso no se
puede comparar con la sucesión Lula-Dilma tal como ocurrió en Brasil;
hacerlo sería desconocer la historia del peronismo y la del propio PT.
En este contexto, si el gobierno consigue apoyo social -los votos y la
distancia necesaria- y mejora el clima económico y social, considero que
habrá chances para que ocurra este maquiavélico engarce entre una
experiencia muy personalizada y otra que necesariamente no podrá serlo
-ya que en la medida que se personalice, los riesgos de la continuidad
subirán.
Cabe señalar que durante el año 2012 esta ingeniería
corrió muchísimo riesgo. En primer lugar, por la situación externa en el
marco de una crisis económica internacional. Por otro lado, por la
política de todo o nada que impulsan algunos sectores. A esto se le
pueden agregar algunos acontecimientos que se deben a impericias y falta
de timing de la propia administración, como puede ser la cuestión de
los ferrocarriles y el transporte. Sin embargo, en este último aspecto,
es un error pensar esas trayectorias al margen de algo que en la
Argentina -aunque ocurre también en todo el mundo- se ha puesto al rojo
vivo: que cualquier política supone un punto A, que es la defensa del
poder -sobre todo cuando es una política de orden de ruptura con la
continuidad. Esto independientemente del sentido de la política de
ruptura: ya sea la contrarrevolución neoliberal de Menem o la dirección
nacional popular del kirchnerismo. El punto de análisis es hasta qué
punto se fueron construyendo condiciones de conservación y reproducción
del poder. Esto es Maquiavelo página uno, pero es descartado por la
inmensa mayoría de los críticos opositores -e incluso por buena parte de
los adherentes. Por eso el analista político que realmente quiera
analizar la política tiene que partir de esa lógica, tiene que partir de
una totalidad estructural. Si solo parte de la suma de anécdotas se
estrella contra la nada. Finalmente, el 2012 fue un año muy difícil pero
el gobierno terminó indemne y, por lo tanto, quedó abierta esta
posibilidad de autoreproducción. Esto es un altísimo mérito, dada la
sistemática política mediática que ha golpeado para destruir toda
posibilidad de delfinato o reelección.
Con la disputa electoral en 2013 se juega la
posibilidad de reformar la Constitución para consolidar las
transformaciones e incorporar la re-relección. ¿Considera importante
avanzar en este proceso de reforma aunque signifique resignar la
re-reelección de CFK?
Son las continuidades de ciertas dinámicas las que
aseguran las transformaciones de fondo y su estabilización. Por eso
considero que no hay que resignar o sacrificar la posibilidad de que el
proyecto político se auto-reproduzca. En este marco, si bien existe un
enorme temario a considerar en una Reforma Constitucional, no la
promovería si no están dadas las condiciones para plantear la
re-reeleccción o la sucesión a un candidato/a potable del espacio
“cristinista”. No la haría porque considero que la continuidad del
liderazgo de la Presidenta es el principio que asegura la continuidad de
una dinámica que comenzó en el 2003. Son muchas las cuestiones que
necesitan ser “constitucionalizadas”, pero, reitero, se debe alentar
este proceso siempre que exista alguna posibilidad de desatar
simultáneamente la continuidad del proyecto. En ese marco, el plan A
sería ir por la Reforma Constitucional incluyendo la re-reelección.
Ahora bien, si la misma no figura, hay que analizar si están dadas las
condiciones para asegurar una sucesión bajo el liderazgo de la
Presidenta. De todas maneras, considero que en la actualidad no están
dadas las condiciones para reformar la Carta Magna. Por dos razones: por
un lado, por la desconfianza a la re-reelección. Pero por otro lado,
porque no existen sectores políticos conformados como tal que hagan
propia la naturaleza transformadora y enriquecedora del texto
constitucional.
fuente: Iniciativa
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