Para pensar al carnaval en Argentina en tanto festejo público,
popular y masivo, es necesario pensarlo, como la práctica política,
social y cultural que supo ser hace muchos siglos atrás.
Por Mariela Genovesi* | El combate entre don carnaval y doña cuaresma
(1559). Así se denomina esta obra del pintor flamenco Pieter Brueghel
“el viejo” (1525-1569) y que recrea el proceso de reforma mediante el
cual los católicos y protestantes, primero, y las clases altas, después,
intentaron modificar las creencias y festejos propios de la Cultura
Popular, fundamentalmente del Carnaval.
Las celebraciones carnavalescas ocupaban un importante lugar en la
vida de la población medieval (en algunas ciudades duraban casi 3 meses)
y su cosmovisión influía radicalmente en el pensamiento de los hombres;
los obligaba a renegar en cierto modo de su condición oficial y a
contemplar el mundo desde un punto de vista cómico.
Pero lo más particular, es que todos participaban del carnaval
porque era una práctica común donde se borraban las jerarquías. Así
como la cultura oficial se encargaba de restaurarlas e imponerlas, pues
no todos tenían el privilegio de participar de sus rituales y prácticas,
la cultura popular carnavalesca no se acotaba a una esfera social y era
compartida por todos. En esta etapa, si bien coexistía la dualidad
entre la cultura oficial y la popular, los aspectos cómicos y serios de
la divinidad, del mundo y de los hombres, eran igualmente sagrados y
oficiales.
En el régimen feudal, la relación de la fiesta con los objetivos
superiores de la existencia humana, la resurrección y la renovación,
sólo podía alcanzar su plenitud y su pureza en el carnaval y en otras
fiestas populares y públicas. Por eso, el carnaval era la segunda vida del pueblo
basada en el principio de la risa y en los elementos característicos
del juego. Era su vida festiva, la forma que el pueblo tenía de
materializar y expresar esa segunda vida que temporalmente penetraba en
el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y
de la abundancia.
En cambio, las fiestas oficiales no sacaban al pueblo del orden
existente. Al contrario, contribuían a consagrar, sancionar y fortificar
el régimen vigente. En la práctica, la fiesta oficial miraba sólo hacia
atrás, hacia el pasado, que servía para consagrar el orden social
presente, sus valores, normas y tabúes religiosos. Por eso, traicionaba
la verdadera naturaleza de la fiesta humana, la desfiguraba. Pero como
el carácter auténtico del carnaval era indestructible, tenían que
tolerarlo e incluso legalizarlo parcialmente en las formas exteriores y
oficiales de la fiesta y concederle un sitio en la plaza pública. El carnaval era el triunfo de una especie de liberación transitoria, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas.
En consecuencia, esto creaba en la plaza un tipo particular de
comunicación inconcebible en situaciones normales. Puesto que, “la
segunda vida”, se construía como parodia de la vida ordinaria, como un
mundo al revés donde las relaciones y tratos formales desaparecían. Esto
produjo el nacimiento de un lenguaje propiamente carnavalesco basado en
groserías, gestos soeces o expresiones verbales prohibidas y eliminadas
del campo oficial. Palmotearse el vientre, por ejemplo, era un gesto
carnavalesco por excelencia.
Pero esa tolerancia y condescendencia por parte del clero y las
clases altas comienza a desaparecer por diferentes razones a partir del
Siglo XVI. Se asiste a un proceso de reducción y empobrecimiento
progresivo de las formas de los ritos y espectáculos carnavalescos a la
vez que se produce una creciente persecución y domesticación de las
celebraciones y creencias populares.
Por una parte se genera una estatización de la vida festiva, que pasa
a ser una vida de gala, y por la otra se introduce a la fiesta en lo
cotidiano, quedando relegada a la vida privada doméstica y familiar. Los
antiguos privilegios de las fiestas públicas se restringen cada vez
más. La cosmovisión carnavalesca, su universalismo y osadía comienza a
transformarse en simple humor festivo y en la antesala de “la cuaresma”.
La renuncia del clero y las clases altas
El clero, la nobleza y la burguesía tenían sus propias razones para
abandonar la Cultura Popular. Sin embargo, el liderazgo de este
movimiento estuvo inicialmente en manos del clero cuya retirada fue
parte de la reforma católica y protestante. En 1500, la mayoría de los
curas tenían un nivel social y cultural muy próximo al de los
feligreses. Los reformadores no estaban muy contentos con esa situación y
demandaron un clero instruido. Los protestantes procedían de
universidades, por eso, en el Concilio de Trento los católicos
decidieron que los sacerdotes debían ser educados en seminarios y debían
conservar la gravedad y el decoro de la profesión. Aquel viejo párroco
que llevaba máscara, bailaba y contaba chistes en las fiestas debía ser
sustituido por otro mejor educado.
Los nobles, por su parte, estaban adoptando comportamientos más
refinados, acordes con un modelo ascético de vida. A medida que su
función militar había ido declinando, la nobleza tuvo que encontrar otro
camino para justificar sus privilegios entre los que se incluían las
consideraciones estéticas, en nombre no de la moral sino del buen gusto y
la distinción. Se comportaban con indiferencia, con elegancia y con
decoro. En la interiorización de esa ética del orden y del autocontrol,
encontraban al carnaval como perturbador, tosco y vulgar.
Pero asimismo, la intención de los reformadores era modificar ese
estilo de vida y las creencias de los sectores populares en pos de otro
inspirado en la disciplina, la prudencia, la razón, la sobriedad y la
frugalidad. Para ello se imprimen los procesos de reforma y persecución
(la “caza de las brujas” alcanza su máxima intensidad a fines del siglo
XVI y comienzos del XVII coincidiendo con la primera etapa de la
reforma).
La coexistencia y polaridad de estas dos formas de vida puede
apreciarse en el cuadro de Brueghel. En el marco superior izquierdo
aparece “la taberna” símbolo del derroche, el vicio, la gula, la
embriaguez, en una palabra, “el mal” que alejaba a los feligreses de la
Iglesia, aquel otro símbolo que aparece en el marco superior derecho. La
dicotomía y el vívido conflicto entre ambas tradiciones, también es
recreada en pequeños pasajes del cuadro o en escenas que reúnen a los
exponentes de una y de otra vertiente. Como el hombre gordo (el
carnaval), que está montado sobre el barril de cerveza, es arrastrado
por el bufón y empuña una brochette de carne para luchar contra “la
cuaresma”, esa mujer delgada sentada sobre un reclinatorio, arrastrada
por un monje y una monja y que “se defiende” portando una pala con
arenques (el pescado, símbolo de la abstinencia de carne)
La reconversión cristiana y estatal del carnaval
En 1500 la cultura popular era una cultura de todos, una segunda
cultura para los más instruidos, y la única para el resto. Sin embargo,
en 1800 y en la mayor parte de Europa, el proceso de reforma ya había
culminado y el abandono y “resignificación” de la cultura popular, o más
precisamente, del carnaval, ya era un hecho.
Desde la Iglesia Católica se propone una etimología del carnaval para
integrarlo a la liturgia y a los rtiuales cristianos. Del latín vulgar,
carne-levare, el carnaval significaría ahora el 'abandono de
la carne'. Sería una víspera dedicada a la “preparación”, una jornada en
la que el pueblo celebraría la llegada de los días de cuaresma y el
inicio de la pascua. La renovación y resurrección no de su vida ni de su
cuerpo universal (en tanto pueblo), sino de la vida Jesús, el cuerpo de
Cristo, nuestro Señor.
Pero asimismo, y dentro del proceso de organización de los estados
modernos en alianza con las nuevas prácticas ascéticas y religiosas, el
carnaval también es recuperado como parte de las fiestas oficiales del
estado. Una vez sedimentado y consolidado el abandono, comienza el
proceso de “descubrimiento” de lo popular como algo exótico e
interesante. Ya no era peligroso, su “influjo” y “poder” sobre las
“masas” ya estaba muerto. Era momento entonces de recuperarlo, de
venerarlo como algo folklórico, en pos de una nueva finalidad: como
parte de los antepasados, de las tradiciones de aquellos estados
modernos que buscaban organizar y armar su propia historia y origen
cultural.
Las tradiciones carnavalescas, así, se desarrollan en cada Estado
Nación de acuerdo con las costumbres culturales propias de las
generaciones pasadas. Así emergen diferentes formas de festejo, de
configuración del Carnaval. Los habrá con máscaras, disfraces o con
carrozas. Con danzas, con música o con rituales paganos. Y de Europa, se
trasladará también, a América.
Argentina: carnaval cósmico, del país y del barrio
Pensar al carnaval en términos socio-históricos, nos condujo a
recuperarlo en tanto práctica política, social y cultural. De ser una
fiesta pública popular -profana, lujuriosa, irreverente, blasfema- que
borraba las asimetrías sociales y que le permitía al pueblo sentirse un
“todo” -al cantinero, por ejemplo, hablarle soezmente a la hija del
mercader y ésta serle correspondida en ese lenguaje-; a pasar a ser una
fiesta pública –pero oficial-, religiosa –pero cristiana-, popular –pero
folklórica y tradicional-, media una acción y una intervención
política. Esa que permite el pasaje de la Edad Media a la Modernidad y
la conformación de los estados nación, el capitalismo y la sociedad de
clases.
Pensar ahora el carnaval en Argentina, nos sitúa primero, ante la
celebración de un festejo ya fosilizado (pues llega a nuestras tierras
como herencia de la Europa Moderna); pero, no obstante, nos obliga a
pensarlo en relación a las diversas políticas de estado y a las lógicas
de mercantilización y masificación de los festejos populares que han
tenido lugar de un tiempo a esta parte.
Al respecto, es posible localizar tres tendencias que responden a
orígenes y a representaciones carnavalescas distintas como así también a
procesos de desarrollo e intervención diferentes: “el carnaval del
norte”,”el carnaval del país” y “el carnaval del barrio”.
“El carnaval del norte” es el que acontece en la
región andina, más precisamente en las ciudades de Humahuaca y Tilcara.
En él subsisten antiguas tradiciones indígenas pertenecientes a la
civilización andina prehispánica y es el que más se conecta con el aquel
espíritu festivo, desenfrenado, de libertad y abundancia del carnaval
medieval. Pese a la oleada de turistas, su ritus y sus
principios básicos de embriaguez, glotonería y descontrol se mantienen y
se sostienen en el hoy. Se vive como una auténtica “segunda vida” donde
las comadres y los compadres tras el desentierro del diablo (durante el
primer día de los ocho que dura el carnaval) liberan todos los deseos
reprimidos durante el año, deseos que con su entierro (al octavo día) se
vuelven a ocultar. Se retoma entonces, luego del festín, el desenfreno y
el baile; la vida oficial, la mundana. Por otra parte, la conexión de
la tierra con el cuerpo se convierte en un principio material de
carácter cósmico y universal. El que celebra no es el individuo aislado,
es el pueblo, que festeja con su tierra, con sus frutos y riquezas.
”El carnaval del país”, sin embargo, responde a otra
lógica de existencia. Es el de Gualeguaychú, el de la región
mesopotámica. Del principio material que conecta a la tierra con el
cuerpo, se pasa al principio corporal. Desvinculado del sentido cósmico y
universal, el cuerpo, emerge como valor único, como fin en sí mismo.
Sin diablo ni Pachamama, billetes y cirugías. Las antiguas tradiciones
afro a las cuales debería rendir culto –pues resultan ser su origen más
inmediato- apenas subsisten en los colores, brillos y máscaras de las
comparsas que simulan ser primas-hermanas de las de Río. Dura un mes,
pero no por rendir culto al desenfreno o a la “segunda vida” que
absuelve los privilegios y las diferencias, sino porque responde a una
lógica comercial cuyo crecimiento descomunal se produce en los noventa,
de la mano de las políticas neoliberales y la red mediática y
farandulera. Es el carnaval “masivo” y “oficial” de las “estrellas”, al
que el “pueblo” asiste como carnada. No suprime diferencias, las expone y
resalta.
“El carnaval del barrio”, el más castigado y
olvidado de todos. Los corsos de “Mercedes”, de “Lincoln”, de “9 de
Julio”, así como los de “Monserrat”, “Mataderos” o “Laferrere”. Capital y
el primero, el segundo y el tercer cordón del conurbano. Son los que
más sufrieron la consolidación mediática y masiva del carnaval de
Gualeguay, la anulación de los feriados de carnaval (durante la última
dictadura cívico-militar) y la pérdida de ciertos valores y tradiciones
culturales ligadas a la mística carnavalesca del barrio (arrojarle
baldazos de agua al vecino o al verdulero de la esquina, por ejemplo).
El pomo de nieve, las “bombuchas” recuperan parte de estas prácticas,
así como las murgas (principalmente en los barrios de Capital)
reemplazan a las antiguas carrozas que solían desfilar. La política
cultural del gobierno nacional (al restituir los feriados perdidos) y el
porteño (al permitir que los festejos se reapropien del espacio público
y copen las avenidas y calles) ha revitalizado el crecimiento de este
tipo de carnaval en los últimos años. Pero estos tampoco se viven como
una “segunda vida”, ni como abolición de los privilegios y las
diferencias, sino como parte de un tipo de acción político gubernamental
que tiende a ser de carácter “cultural” más que de índole “social”.
* Basado en textos de Bajtin, “la cultura popular en la Edad Media y
en el Renacimiento” y de Peter Burke, “la cultura popular en la Europa
moderna”
fuente: la Paco Urondo
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lo que defiendo, lo que muchos defendemos, no es un nacionalismo pelotudo... sino un par de ideas, resignificadas hoy, libertad e igualdad... ideas profundamente mestizas aquí en Abya Yala, y aunque respeto toda otra posición cultural-política, creo, sinceramente, que es desde esta Gran Tierra, unidos, en comunidad, aceptando profundamente nuestra realidad mestiza -el uno- es que el Abya Yala florecerá... y que todos los enormes esfuerzos de Occidente por destruirnos, por separarnos, por vulnerarnos y conquistarnos, demostrarán inversamente la magnificencia de nuestra sonrisa, de nuestro futuro... por los Padres Libertadores del Pasado, Por los Hermanos Libertadores de Hoy, por Nosotros y los que Vienen... SUMAQ KAWSAY!... y eso tal vez parezca anárquico...pero tal vez esta anarquía sea un nuevo orden... opuesto al actual, sin dejar de reconocer lo alcanzado... por todos...
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