Louis Althusser - El loco amor de un filósofo
ELISABETH ROUDINESCO
La reciente publicación en Europa de la correspondencia entre el filósofo
marxista Louis Althusser y Franca Madonia es un magnífico fresco cultural de la
época, a la vez que un registro del itinerario amoroso de su vida, hasta
algunos años antes de que asesinara a su mujer.
Ya antes del asesinato de su mujer, Althusser había sido objeto de críticas
feroces por parte de sus enemigos políticos. La publicación de El porvenir es
largo (1992), su autobiografía, permitió comprender mejor el itinerario de
Louis Althusser y esclarecer su obra de una manera distinta.
La correspondencia con Franca Madonia, que cubre, a través de quinientas
cartas, un periodo crucial de la trayectoria del filósofo (1961-1973); aporta
un esclarecimiento original sobre la forma en que trató de renovar el marxismo
apoyándose en todas las disciplinas de las ciencias humanas en plena
efervescencia, y especialmente en el psicoanálisis y la antropología. Pero
revela también cómo fue ayudado en su empresa por una brillante generación de
alumnos de la Escuela Normal Superior (ENS), no comprometidos en acciones
concretas como sus mayores (Resistencia o luchas anticolonialistas), sino
imbuidos de la utopía de una revolución ideal que sería capaz de cambiar el
lenguaje a la manera de Rimbaud y modificar al hombre a la luz de Marx y Freud.
Las cartas
La correspondencia revela también y sobre todo, la historia de un hombre que
ama locamente a una mujer y no vacila en presentar, en cartas floridas, un amor
loco, más cerca de la pasión mística que del arrebato profano. Y es,
justamente, esta mezcla la que hace tan fascinantes estas cartas.
Evocan, en un mismo impulso y con el suntuoso decorado de una Italia de ensueño,
casi se diría filmada por Bernardo Bertolucci, la ineluctable decadencia del
comunismo y el trágico encierro de un intelectual acosado por su melancolía:
"Franca, negra, noche, fuego, bella y fea, pasión y razón extremas,
desmesurada y moderada [...]. Mi amor, estoy roto de amarte, con las piernas
cortadas esta noche como para no caminar más, y sin embargo, ¿qué otra cosa
hago hoy sino pensar en ti, perseguirte y amarte? [...] Marcha infinita para
agotar el espacio que me abres. [...] Digo esto, mi amor, digo esto que es
cierto, pero lo digo también para combatir el deseo de ti, de tu presencia, el
deseo de verte, de hablarte, de tocarte. [...] Si te escribo, es también por
eso, lo entendiste bien: por la escritura estamos presentes, en cierto modo; es
una lucha contra la ausencia". (9 de septiembre de 1961).
Louis Althusser tiene cuarenta y dos años cuando se enamora en 1960 de
Franca, que tiene treinta y cinco. En ese momento, desde el final de la Segunda
Guerra Mundial, vive con Hélsne Rytmann, su compañera, con la que se casará
en 1976. Esta relación, mezcla de exaltación y repulsión, no tiene nada de
carnal y se parece a otro vínculo, tiránico y simbiótico, que unirá al filósofo
durante cuarenta años con el partido de la clase obrera, por un lado, y por el
otro con el asilo, como institución. Ese amor, loco también, terminará en la
muerte y la destrucción.
Franca, filósofa, traductora y dramaturga, pertenece a una familia acomodada
de la burguesía italiana instalada en la Romaña, a orillas del Adriático. Su
hermano, militante marxista, no vacilará en 1967 en establecerse como obrero en
la fábrica Alfa-Romeo de Varese. En cuanto a su marido, Mino Madonia, cuya
hermana Giovanna está casada con el pintor Leonardo Cremonini, es miembro del
PCI y dirige una empresa especializada en la fabricación de fieltros.
Cada verano, las dos familias se reúnen en la Villa Madonia, una casa
encantadora situada en el pueblo de Bertinoro, a unos kilómetros de Forli. En
este lugar mágico rodeado de limoneros, de laureles y cedros del Líbano,
impregnado de una luz ocre y un fuerte olor a vid, Louis Althusser se enamora de
Franca, descubriendo a través de ella todo lo que le faltó en su infancia y
todo lo que no tiene en París: una verdadera familia, un arte de vivir, una
nueva forma de pensar, de hablar, de desear.
En suma, en el centro de esta relación con una extranjera que traduce las
obras de los grandes autores franceses (Lévi-Strauss, Merleau-Ponty) y le hace
amar el teatro moderno (Pirandello, Brecht, Beckett), Althusser aprende a
despegarse de la tradición staliniana del comunismo y por consiguiente a leer
de otra manera las obras de Marx. De este extrañamiento provocado por una
mujer, de ese quiebre inducido por la alternancia de los lugares geográficos y
de ese exilio interior vivido como un desprendimiento de sí mismo surgirán no
solamente sus textos más bellos, sino también sus conceptos más penetrantes:
la lectura sintómala, la sobredeterminación, el proceso sin sujeto, etcétera.
El deslumbramiento dura cuatro años, de 1961 a 1965. Las cartas, el teléfono,
los viajes, los encuentros sirven, pues, de pretexto a vuelos filosóficos y
literarios, enunciados en dos idiomas, donde se mezclan, mediante la voz y lo
escrito, las opiniones sobre la actualidad, la política y la teoría y las
confidencias sobre las dichas y desdichas de la vida cotidiana.
Althusser trata de obligar a Franca a hacerse amiga de Hélsne, así como
trata de integrar a Mino a sus diálogos. De ahí la situación explosiva que
Franca elude permanentemente.
Pero si bien esta correspondencia escenifica, de modo a veces insoportable,
la locura del amor loco, también es, como El porvenir es largo, un testimonio
excepcional sobre lo que fue la relación de Althusser con el psicoanálisis,
con su propia cura y su principal psicoanalista, René Diatkine, a su vez ex
paciente de Jacques Lacan.
Althusser, que sufre desde 1938 crisis melancólicas que lo atacan cada año
en febrero, enfrentará más de veinte veces esa saga de la internación psiquiátrica
tan bien descrita por su alumno Michel Foucault. Por eso mantiene con la obra de
Freud una relación ambivalente, separando siempre su situación de
analizado-psiquiatrizado de su posición de teórico. Por un lado, se describe
como la víctima complaciente y asustada de una quimioterapia contra la cual
manifiesta una rebeldía permanente y, por el otro, pretende ser defensor de una
lectura de Freud (la de Lacan) que denuncia los principios terapéuticos a los
que él mismo se somete.
En el otoño de 1964, Althusser comienza su análisis con Diatkine (miembro
de la Sociedad Psicoanalítica de París), conociendo perfectamente sus posturas
antilacanianas. En enero de 1965, las sesiones se vuelven más frecuentes. A
Franca le habla en seguida de los efectos positivos de esta cura
"ortodoxa" y, en julio de 1966, afirma que el tratamiento da
"resultados espectaculares".
Para entonces Diatkine también había tomado a Hélsne en terapia, encargándose
del seguimiento psiquiátrico de su paciente. Althusser comienza entonces a
establecer con su analista una relación muy extraña en la cual la
transferencia se vuelve apremiante e imposible de quebrar, tanto más cuanto que
la cura con Hélsne, llevada adelante en forma paralela, contribuye a
consolidar, entre el filósofo y su compañera, una unión ya peligrosamente
simbiótica. Y, a causa de esto, Althusser se enardece en su omnipotencia.
"Juega" al analista: con Hélsne, explicándole su "caso";
con Franca, exponiéndole el caso de Hélsne. Al mismo tiempo, frente a
Diatkine, se pone en posición de mentor "althusseriano" dándole
clases de lacanismo: "¿Por qué se permite rechazar la obra de Lacan? Es
un error, es una falta que no debe cometer y que no obstante comete".
Esta situación lo lleva así a no separar más su destino del de Hélsne y a
alejarse de Franca y del círculo de Bertinoro. Los dos amantes continúan su
correspondencia pero, al cabo de los años, el tono cambia: el amor persiste
pero el deseo se fragmenta y el ideal de un nuevo orden del mundo se borra con
la desintegración progresiva de un compromiso que pierde su significación. En
1970, en una carta con acentos premonitorios, Franca escribe estas líneas:
"¿Sabías que Jack el Destripador no sólo estrangulaba a las mujeres,
sino que les sacaba las vísceras y las colgaba como guirnaldas alrededor del
cuerpo y la cama?".
La última carta enviada por Althusser, en agosto de 1973, muestra que el
trabajo de simbiosis con Hélsne, acentuado por el análisis, llegó a su fin:
"Si pusiera fin a mi juego, lo haría de un modo tan agresivo como mi juego
mismo [...] H., por su parte, está pasando por un momento analítico malísimo.
[...] El resultado fue que esta estadía en común, las 24 horas del día en
Bretaña, fue maravillosa por la región y catastrófica por la
convivencia". Franca ve una vez más a Louis Althusser en Bolonia en 1980.
Morirá en París a consecuencia de una cirrosis provocada por una hepatitis C,
sin poder verlo luego de su internación en el hospital Sainte-Anne, después
del asesinato de Hélsne.
Sin duda había que publicar esta correspondencia, tal como quería el mismo
Althusser. Acompañada por el sólido prefacio de Yann Moulier Boutang y de François
Matheron, demuestra, efectivamente una vez más hasta qué punto la experiencia
de la melancolía fue decisiva en la vida y la obra de Louis Althusser, como lo
es con frecuencia en los grandes místicos del islam o el cristianismo. Ni el
psicoanálisis, ni la farmacología, ni el amor por las mujeres, ni el deseo de
revolución, ni el genio teórico pudieron vencer ese perpetuo lamento que fue,
sin embargo, tan creador para la generación intelectual de los años 1965-1975.
(Traducción de Cristina Sardoy.)
fuente: Herreros
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